Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
Fue durante la campaña electoral de 1999, aquella que ganó Alfonso Portillo, cuando el desaparecido Siglo 21, bajo la presión de Lionel Toriello, presidente del diario, y de su director, José Eduardo Valdizán, publicó en primera plana una de las noticias más mentirosas de la historia del periodismo nacional, la cual preconizaba un inexistente empate entre el candidato zacapaneco y el oficialista Óscar Berger, cuya fuente era una falsa encuesta de opinión.
Las consecuencias de aquella increíble manipulación fueron funestas para el rotativo. Ahí empezó su profunda debacle, la cual no pudo detener ni la intervención de La Nación de Costa Rica en calidad de socio mayoritario. Y es que aquella publicación –junto a una interminable serie de publicaciones con sesgo político– minó el principal activo de cualquier medio informativo: su credibilidad.
Sin embargo, parece que en Guatemala cuesta mucho aprender. Y es que en la campaña electoral en curso se han desatado los apetitos proselitistas entre un grupo de comunicadores que se asumen como los grandes iluminados para «salvar la democracia». Pasaron de reporteros a vulgares activistas y cambiaron la pluma por el bote de engrudo… la Biblia contra un calefón, diría Santos Discépolo.
Y es que hoy no se trata de Toriello, ni Valdizán o Mario David. Ese rol ha sido reemplazado por activistas disfrazados de reporteros, tal como ocurre con Juan Luis Font, Gustavo Berganza, Oscar Clemente Marroquín o Martín Rodríguez, quienes sin rubor se proclaman defensores de la democracia y prosélitos de una candidata presidencial. Hay otros, pero quizá los mencionados son los más conspicuos.
Sin embargo, frontal como soy, considero imprescindible recordarles que de ninguna manera es función de la prensa salvar, garantizar, asegurar o mejorar la democracia. Ni antes, ni hoy ni mañana. Jamás. Y sobre todo –lo he dicho anteriormente– porque esta democracia, por imperfecta que sea, no le costó a los medios su construcción, aunque ahora sean los primeros en usufructuar sus bondades. La prensa nacional –salvo excepciones individuales que están registradas por la historia– defendió al statu quo durante la guerra interna.
La construcción y defensa de la democracia es derecho y obligación exclusiva de la ciudadanía, por medio de sus mecanismos de representación institucional, sean estos buenos o no. La prensa, en todo caso, tiene un papel crucial en dichos procesos, el cual se reduce a una participación profesional, ética y responsable desde el ámbito que le corresponde: la información químicamente pura, como insumo para que los ciudadanos se informen y tomen las decisiones que correspondan. ¡Nada más!
El hecho de que haya periodistas que se han decantado abiertamente en favor de una opción presidencial (aunque sea una agenda impuesta), es entendible y como demócrata lo respaldo. Incluso, un periódico puede defender su derecho a tener una determinada línea política, precisamente porque la prensa es parte de una sociedad.
Sin embargo, y he aquí el quid de la cuestión: mientras se ejerza el periodismo –informativo o de opinión– quien lo practica tiene la gorda obligación de explicarle a sus lectores, por elemental respeto, acerca de sus simpatías políticas, de su tendencia y dejarle claro que sus publicaciones tienen determinado sesgo. Es lo menos que se puede hacer para no lesionar el derecho del público de seguirlo o no, lo cual sería un imperativo ético en tales circunstancias.
Pero, no obstante su derecho a la preferencia electoral, el periodista no puede asumir públicamente posición alguna, por muy noble y bendita que parezca la iniciativa que respalda, porque en ese momento adultera su misión. ¿Qué va a pasar si esa opción benévola e indulgente se retrata de cuerpo entero una vez en el poder? Simple: el medio y el periodista van a despotricar como es su costumbre, pero habrán perdido totalmente la credibilidad.
¿Es esta una hipótesis demasiado aventurada? Para nada, just remember que Jimmy Morales era el ungido por la prensa en el 2015 y a esta no le ha quedado sino soportar la vergüenza de haber caído en el vil activismo político.
Otro punto: en la prensa, a menudo lo que aparenta ser un elevado nivel de conciencia social o un loable compromiso con los más caros intereses del público, en realidad resulta ser una desviación aberrante, a causa del ego desbocado del reportero o editor, en busca de un protagonismo malsano.
Por ello es que el rol de periodista choca frontalmente con el de activista político y en ningún momento puede asumirse como «defensor de la democracia». No le corresponde y nadie se lo ha pedido. Esto es facultad de actores históricamente determinados y al fin y al cabo, la sociedad humana, al igual que la naturaleza, tiene sus propios mecanismos de reproducción, depuración o reestructuración, y en ese proceso lo único que se le pide a la prensa es que haga bien su trabajo.
Sé que todo este planteamiento luce romántico e idealista. Empero, no por las facilidades que supone la revolución tecnológica y que han convertido a los mass media en puntas de lanza del capitalismo global, se puede prescindir de los principios. Al contrario: es ahora cuando urge retomar esos principios. El periodista a hacer periodismo y si quiere hacer política, ¡bienvenido a hacer política!
Y si estas pretensiones suenan a idealismo romántico, debe ser porque hoy que me topo con ese oprobioso activismo, caigo en la cuenta que en mi recorrido por las redacciones siempre encontré que, para ser un periodista íntegro, es menester ser romántico e idealista.
Estimados colegas: hagan política, si quieren… ¡pero ya dejen de asesinar al periodismo!
Fotografía por Trudy Mercadal.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
Correo: edgar.rosales1000@gmail.com
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