Páginas olvidadas de la historia (XXXVI)

Antonio Móbil | Política y sociedad / LANZAS Y LETRAS

Anexo I

«Los 14»

Intimidades del movimiento revolucionario, sueños,
propósitos y acción del grupo Los 14
(Primera parte)

Por: Luis Alfonso Tejada

¿Los 14?

Sí. Aquel grupo de muchachos universitarios que fueron los primeros civiles en ingresar en la Guardia de Honor para ponerse a las órdenes de la Junta Revolucionaria de Gobierno en la madrugada del 20 de octubre, y empuñaron las armas y salieron a las calles para luchar al lado del Ejército en las jornadas libertarias.

Su historia es desconocida del público. Los periódicos de hace un año apenas si dieron noticia de ellos y de la fundación de su club. Ahora, en el primer aniversario, van hacia Los 14 estos enfoques.

Ambiente

Federico Ponce Vaides se quitó la careta. Su ambición quedó al descubierto y se convirtió en la amenaza de un nuevo pisoteo a la dignidad ciudadana. Los liberales continuistas se dieron a recorrer los caminos turbios y a manejar a los analfabetos como mesnadas.

Coraje y asco llenaron el ambiente y cada hombre sentía el anhelo de salvar a Guatemala del bochorno y la ruindad, de la tiranía y el despotismo de las garras ya clavadas en el corazón del pueblo.

La juventud universitaria se entregó de lleno a la labor salvadora, y propagó la chispa del incendio cívico por los cuatro rumbos cardinales de la Patria. Elementos de esa juventud son Los 14.

Nacimiento

La casa número 29 del Callejón Delfino tiene una pieza con puerta a la calle. Enfrente vivía el licenciado Luis Barrutia, entonces subsecretario de Gobernación y Justicia, y por esa circunstancia la policía de investigación no se preocupaba en vigilarla. Pero aquel cuarto solo lo habilitaba un estudiante de Derecho, el bachiller Felipe Valenzuela.

Compañeros suyos –compañeros de infancia, de parranda, de estudio, camaradas, en fin– se reunían allí desde tiempo atrás para conversar y para repasar juntos sus cursos universitarios. Mediando 1944 eran ya compañeros de lucha política y sus reuniones eran para hablar de su labor de propaganda.

Julio Valladares, Jorge Morales, Óscar de León, Carlos Valladares y Felipe Valenzuela formaban el grupo. En la segunda quincena de septiembre sus pláticas eran ya subversivas contra los detentadores del poder. Su sinceridad patriótica juvenil los llevaba a la lucha efectiva y real. Había nacido lo que más tarde sería el grupo de Los 14.

Primeros planes

Nada concreto podrían plasmar en sus pláticas. Tenían esperanza en algo militar, es decir, en acción del sector digno del Ejército. Pero ellos nada podían hacer, porque no tenían ni dinero ni elementos. Sus planes eran descabellados, apenas con sabor de aventura. Así, por ejemplo, la proposición de Julio Valladares.

Incendio de La Nación

Julio Valladares: –Muchá, hay que hacer algo; algo que haga saber a los poncistas que estamos presentes, que no nos han derrotado. No les parezca extraño lo que voy a proponerles. Si están dispuestos, quemaremos La Nación.

Jorge Morales: –Todo depende de que ese diario no esté vigilado, porque de lo contrario, será muy difícil… Un registro al entrar y todo se habrá perdido.

Julio Valladares: –No debe ocurrir de día lo que les propongo. He paseado por allí especialmente para observar, y he visto que tan solo un policía se mantiene en la puerta de la casa del doctor Ángel Arturo Rivera. Ese es nuestro obstáculo; saliendo de él, todo será fácil, porque a las puertas del segundo piso es fácil tirar algo que provoque un incendio: para el efecto tengo preparados varios cócteles Molotov. Felipe, prepará tu motocicleta; habrá que pasar por allí a eso de las 2 de la mañana; uno de nosotros saldrá del policía con arma blanca; un tiro en la noche sería denunciarnos y el fracaso del asunto.

Felipe Valenzuela: –Por mi parte, cuenten con la moto. Pero para llevar las botellas de gasolina es muy incómoda; y luego, ¿quién se hace cargo del policía?

Julio Valladares: –De eso me encargo yo. Le pregunto qué horas son, y cuando saque el reloj, le hundo un estoque que tengo en mi casa hasta el fondo.

Jorge Morales: –Es muy expuesto. Además, Julio, ¿cree usted que pueda matar a un hombre sin motivo justificado? Matar por matar no se hizo para nosotros. Si nos ataca, lo matamos; pero llegar a sangre fría es muy crítico, Julio.

Julio Valladares: –Bueno; busquemos otra forma de hacer bulla. ¿Están dispuestos?

Y así terminó una de las tentativas de hacer algo efectivo.

Querían salir de los discursos y de las hojas sueltas, contra las cuales los liberales continuistas tenían armas más poderosas y medios de propaganda más efectivos.

Octubre

Llegó octubre en esa situación incierta.

–Para el 12 hay algo, anunció Julio Valladares. Tengo entendido que hay militares descontentos, y confío en un alto jefe, el coronel Héctor Chacón, que está con nosotros. Por de pronto iré a Chimaltenango a una conferencia con el licenciado Felipe Valenzuela para ver qué dice él.

El 12 de octubre, Julio Valladares y Jorge Morales marchan a Chimaltenango. Ven con horror la manifestación de indígenas liberales, y oyen por boca de uno de ellos, amigo, caporal de una finca cercana, el vasto plan de tropelías y pillaje que se preparaba. El caporal –Lázaro de nombre– indicó que a cada uno de ellos tocarían dos ladinos y dos de las señoritas chimaltecas; que sabían cómo se repartirían lo que sacaran de los almacenes y como sería la distribución de tierras.

Bernardo Méndez había desarrollado esa labor de envenenamiento de conciencia y Francisco Sandoval Quevedo, en connivencia con algunos jefes militares del departamento, en cada lista emborrachaba a los aborígenes con alcohol destilado en sus propias fábricas.

Un caso de valor

En las reuniones de indígenas, sus oradores se desfogaban contra los rivales políticos. Tenían el amparo oficial. Iban a las juntas armados con machetes. Sin embargo, en una de esas reuniones, Factor Salán, joven chimalteco lanzó el grito de Viva Arévalo. Los aborígenes se volvieron hacia él y trataron de desquitarse. Lo persiguieron, pero Factor Salán emprendió una veloz carrera y no pudieron alcanzarlo.

Retorno desconsolado

Julio Valladares y Jorge Morales regresaron de Chimaltenango desconsolados; eran todo amargura y desilusión.

–¡No hay esperanzas! –dijeron– ¡Todo está perdido! Tenemos que esperar.

Alboradas

El equilibrio estaba ya roto en el ambiente. Los maestros se habían declarado en huelga. Uno de ellos, Víctor de la Roca, llegó en busca de auxilio a la pieza del Callejón Delfino número 29. Preguntó si apoyarían los universitarios a los maestros, y recibió una afirmación categórica.

Víctor de la Roca tenía a compañeros suyos que no tenían carácter y que estaban dando nuevamente clases. Eran los rompehuelgas magisteriales.

Acción inicial

Julio Valladares y Óscar de León se mostraban como grandes amigos. Eran camaradas de conciliábulos; de apartes en las charlas. Un día indicaron a Luis Felipe Valenzuela que fuera por su familia a Chimaltenango, porque tomando en cuenta lo que habían visto, consideraban peligrosa su permanencia allá.

Luis Felipe fue a Chimaltenango y logró traerla.

De León y Valladares se convirtieron en los jefes del grupo; instintivamente se les obedecía.


Óscar de León Aragón. Memorias de un estudiante del 44. Páginas 293-299.

Antonio Móbil

Escritor, editor, poeta, diplomático, apasionado por la vida y la belleza, defensor de la justicia y la equidad en todas sus acepciones y contextos. Exiliado por su pensar y decir, ha descubierto en la reflexión sobre la plástica una de sus grandes pasiones.

Lanzas y letras

Un Commentario

Fernando Gonzalez 28/06/2019

Anécdota para la historia universitaria

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