Páginas olvidadas de la historia (XXXV)

Antonio Móbil | Política y sociedad / LANZAS Y LETRAS

Estudio e integración ideológica del Congreso (1945)

Recuerdo que el ministro de Hacienda y Crédito Público, licenciado Leonidas Acevedo, en un informe que rindió, nos hacía ver que por una reforma a la Ley de Extranjería se había permitido la doble nacionalidad a los alemanes. Pedí que me permitieran hacer el estudio del caso, que tenía relación con el Tratado de Montúfar-Von Bergen, estudio que hice, y el cual dio origen al Decreto del Congreso número 281, que declaró la inconstitucionalidad de aquella reforma. Cuestión que me trajo un disgusto enorme y que narraré junto a otros dos casos que lesionaron mi dignidad y rectitud revolucionaria.

El Congreso estaba integrado por diversas fuerzas políticas; no obstante, nuestro común denominador eran los anhelos de libertad y deseo de una patria humana, digna y democrática. En la extrema izquierda estaban los pro-comunistas Manuel Pellecer, Humberto Sosa, Manuel Fortuny, Víctor Manuel Gutiérrez. En la extrema derecha, Enrique Luna Castañeda, Alfonso Arévalo, Mario Zacrihson, Pedro Abasal de Anda y otros. En el centro estaban los socialdemócratas, más bien, humanistas, Gerardo Gordillo Barrios, Emilio Zea González, Julio Bonilla González, Horacio Galindo, Roberto Barillas Izaguirre, Ricardo Asturias Valenzuela, Alfonso Bauer Paiz y don Guillermo Fernández, todos integrantes del FPL, y Óscar Nájera Farfán, Óscar Benítez y otros del partido amigo del doctor Arévalo, Renovación Nacional.

Los debates eran de altura; cada quien exponía sus ideas y privaba un absoluto respeto entre los diputados. Pocas veces ocurrieron cuestiones personales, a pesar de la vehemencia de los oradores. Se vivió una asamblea de mucha ilustración, respeto y dignidad. Brillaron excelentes oradores, que se ceñían al reglamento interior, con ejemplar respeto a la Constitución Política de 1945.

Tuvimos un personal de apoyo excelente. Entre los que sobresalían: Juan Loukota M., que era el oficial mayor que conocía como ninguno el quehacer legislativo, pues era un archivo ambulante; Roberto Nocedo, jefe de taquígrafos; Rafael Téllez (campeón nacional de mecanografía) y Nery Monasterio, excelentes trabajadores y colaboradores, que soportaban de buena gana trabajar seguido seis u ocho horas para sacar los dictámenes que después de serio estudio redactábamos. Sólo llevaban un refresco y un sándwich.

Tuve fuertes enfrentamientos con Manuel Pellecer, que en ese entonces era furibundo comunista, y a mí me tenía como revisionista, sin haber estado nunca de acuerdo con sus ideas. Mención especial merece Víctor Manuel Gutiérrez, un hombre sereno, reflexivo, que sabía oír y combatir según su punto de vista, con mucha preparación, a quien le profesé distinguido aprecio y admiración.

Siendo segundo vicepresidente del Congreso de la República en 1946, asistí como jefe de la delegación guatemalteca de diputados que concurrió a las fiestas del 458 aniversario del descubrimiento de América, invitado por el Honorable Congreso de la Unión, República de México. En audiencia especial nos recibió el presidente Ávila Camacho. Al ver nuestra juventud, nos dispensó un tratamiento filial. La prensa en su mayoría nos elogió.

El primer Congreso de la Revolución emitió 333 decretos. Entre ellos, leyes de suma importancia, tales como los decretos de la Junta Revolucionaria de Gobierno que contiene el ideario y estructura del movimiento revolucionario, emitió normativas de transición como la Ley de Sindicalización, reconoció la autonomía universitaria, creó el Banco de Guatemala, la Ley Monetaria, Ley de Bancos, emitió el Código de Trabajo, la Ley Orgánica del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, legisló sobre el reconocimiento y aprobación del estatuto de las Naciones Undias, tratado de Bretton Woods, Ley de Colegiación Obligatoria, etc.

Todo ello requirió una apasionada entrega; no nos preocupábamos del tiempo, o por el sueldo, que era muy modesto. Pero la juventud ilustrada, entusiasta, soñadora, con verdadera vocación de servicio, rindió sus frutos. Cabe mencionar a Manuel Galich, Alfonso Bauer Paiz, Julio Bonilla González, Gerardo Gordillo Barrios, Emilio Zea González, Víctor Manuel Gutiérrez, Egil Ordóñez, Horacio Galindo, Fernando Breigne, Jorge García Granados, R. Zea Ruano, Antonio Colom Argueta, R. Asturias Valenzuela, Óscar de León A., etc., para saber que fue un Congreso de patriotas, con mística revolucionaria. Mucho podía referir de las labores del Congreso, en las cuales me cupo el honor de colaborar desde el 3 de diciembre de 1944 hasta finales de marzo de 1948.

Entre las leyes importantes me cupo el privilegio de contribuir intensamente a la ley que creó el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, presidir la comisión extraordinaria que elaboró el Código de Trabajo, las leyes bancarias, el estatuto de uniones de hecho, que fue posteriormente el Decreto 444; se me distinguió con integrar, y algunas veces presidir, comisiones legislativas ordinarias y extraordinarias. Tuve el honor de ser electo segundo vicepresidente en 1946 y presidente del Congreso en 1947.


Óscar Barrios Castillo. Retazos de mi vida. Páginas 47-49.

Antonio Móbil

Escritor, editor, poeta, diplomático, apasionado por la vida y la belleza, defensor de la justicia y la equidad en todas sus acepciones y contextos. Exiliado por su pensar y decir, ha descubierto en la reflexión sobre la plástica una de sus grandes pasiones.

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