Antonio Móbil | Política y sociedad / LANZAS Y LETRAS
Nace Rafael Carrera
25 de octubre 1814
Tuve la partida de bautismo a la vista. Con Carrera no pasará lo que con Cristóbal Colón o con Homero, que sus distinguidos progenitores no dejaron rastro por donde se sacara la cuenta del lugar de su nacimiento, en qué día y en qué año, amén de los detalles de familia, profesión, ascendencia, orígenes y tantas otras zarandajas muy del gusto de los buscadores de fechas y muy necesarias para la mejor ordenación de las casillas históricas.
El que fuera con los años general Carrera, nació en la aldea Lo de Rodríguez, adelantito de La Parroquia Vieja, el día 25 de octubre de 1814, a eso del toque de oración. Fue bautizado al día siguiente aquí, en la capital, en la iglesia de La Candelaria, por el cura Antonio Croker, que vióse obligado a consignar en la partida de bautismo, que ignoraba el nombre de la persona que echara el agua al futuro general… Cura ha de haber sido éste de pocos hablares; y no surcó siquiera por su cerrado meollo la sospecha de que aquel rorro, cuyas aguas bautismales echaba en la temblequeante mollera, había de ser con el tiempo, defensor de la santa religión, sostenedor de nuestra madre la Iglesia, amparo de la aristocracia, cuero de todos los liberales que pululaban por el Estado de Guatemala, rayo de la guerra y delicia del género chapín.
El catecúmeno que aquel día entraba en el seno del cristianismo, mediante las aguas y la sal del padre Croker, tuvo por padres a Simón Carrera y a Juana Turcios, pareja de campesinos que vivía bajo la coyunda matrimonial y que se encontraba muy a las derechas con todo lo que tratara de los fueros religiosos y piadosos. Los nombres con que se agraciara al bautizado fueron don José Rafael; pero con el correr del tiempo, el guerrillero se quitó el José, ignoro si por antipatía con el Patriarca, y se quedó sólo con el Rafael, como el divino pescador.
Era José Rafael el tercer hijo varón de aquel matrimonio, especie de Carlos Buonaparte y Leticia Ramolino. En cuanto el muchacho pudo entrar en la lucha con la vida le dedicaron a peón en las mismas tierras de Lo de Rodríguez; pero con los años dejó estos predios y pasó su mocetona individualidad al barrio del Martinico, en una callejuela que está situada al norte del Cerro del Carmen y que, más tarde fuera querencia de otro general famoso: el general Chajón. Por tales tiempos gobernaba estos reinos la desorejada figura de don José de Bustamante y Guerra, y ya se fermentaba el movimiento político que había de darnos por resultado la independencia del 15 de septiembre.
Ya más talludo y empujado por el temperamento inquieto, dejó los suburbios de la capital y rondando de labor en labor, llegó a Mataquescuintla, en donde, por una iluminación, el cura Aqueche lo acogió prendado de su cuerpo rudo y de su mirar penetrante y avisado. Pronto entró en relaciones con la mejor sociedad mataquescuintelca y pronto también trabó relaciones amorosas con Petrona Alvarez, que era de lo mejorcito del pueblo. Se casaron ante los santos oficios del padre Aqueche y, aunque Carrera no conocía ni la o por lo redondo, esto no importaba en aquellos tiempos ni en aquellas comarcas que, en materia de ciencias, estaban como en la Arcadia.
Su hermano Sotero Carrera, talabartero capaz de fabricar una montura para Pegaso, tenía abierto su taller en la capital. Buenos empeños había usado para aquietar a su nervioso hermano y obligarlo a que lo ayudase en el arte de fabricar polainas y albardas; pero Rafael, empujado por el secreto viento del destino, se fue a Mataquescuintla, que había de ser la puerta de entrada al templo de su felicidad y de su gloria.
Todos estos detalles hay que tenerlos muy en cuenta, para destruir ciertas hablillas de maliciosos, y muchos ditirambos de interesados en hacer pasar al caudillo por cosa que no fue. A Carrera se le supone un indio bravío de Mita, que llegó la primera vez a esta capital pundonorosamente escudado por un taparrabo, por toda… tapadera. Que marchaba a la zaga de una piara y que su comercio único, durante mucho tiempo, fue la trata de marranos, con perdón sea dicho.
Y agregan los comentaristas que, a manera de una Juana de Arco –de sexo diferente– tuvo revelaciones divinas y éxtasis celestes en mitad de los caminos; y que un ángel le llevó hasta la selva, en donde reunió una partida, con la que abatió y rebatió a los impíos liberales, herejes y deicidas. Llegó con los años a ser el niño mimado de Su Ilustrísima el señor Arzobispo, de todo el clero y de cuantos empingorotados señorones moraban en el Valle de la Virgen.
Para otros comentaristas, Carrera fue el resultado de una travesura del marqués de Aycinena, travesura consumada con una guapa mengala de los barrios de La Parroquia Vieja. De esta suerte, su abolengo, aunque bastardo, tenía sus agarraderas con el marquesado y había recibido una educación física compatible con su origen. A su nacimiento había presidido la ingerencia nobiliaria y, más tarde, recibió por ocultos senderos, los refuerzos que necesitó para ser lo que llegó a ser.
Pero los dos comentarios y exégesis extremos, quedan destruidos con la partida del bautismo que tuve a la vista y quedan, además, establecidos el origen, el lugar del nacimiento, el día y año en que viniera al mundo y hasta la hora, que fue, por lo que se refiere, al toque del Angelus melancólico…
No hubo nada de cerdos ni de marqueses. Por más que lo primero, nada tuviese de extraordinario, desde que Pío V ennobleció el oficio, subiendo de cuidador de puercos a jefe de cardenales… Y lo segundo, desde que don Juan de Austria, se jactaba de ser un bastardo de Carlos V: ¿qué menos podía decir Rafael Carrera de su elevado linaje?
El muchacho, con indiscutibles impulsos avasalladores, llegó a la silla presidencial y, puesta en juego su voluntad de acero, logró que el nombramiento le fuera concedido por manera permante y vitalicia. Y aunque el color del rostro era asaz moreno, y las hebras de su barba, un tanto ralas y rebeldes, con lo cual mostraba tipo de indio, es lo cierto que en su sangre había una mezcla mejorada y en sus demás hermanos, no aparecía rastro visible del aborigen. A Carrera se le llamó y se le sigue llamando indio, porque sí. Así como al presente se llaman honrados, a muchos individuos más pícaros que Gestas.
Y Carrera gobernó a su manera y antojo, con voluntad propia, sin presiones extrañas. Más bien, él impuso su voluntad de acero y su capricho indomable atemorizando más de una vez a los aristócratas, y obligando al clero a repliegues violentos. En cierta ocasión el obispo Viteri, con todo y ser obispo, estuvo a punto de sacarle los hígados. Carrera era arquetipo de acción volitiva, capaz de haber representado un papel brillante y meritorio, si hubiese tenido en los comienzos de su vida la preparación suficiente.
Pero con todo el aparato de salvajez de que se le ha querido rodear, se cubrió el pecho de cruces y condecoraciones que le enviaron los gobiernos extranjeros; se le temió en todo Centro América; se habló de él con interés en las Antillas y en España; Bélgica le hizo altas distinciones, y llegó a trabar amistad con la reina Victoria de Inglaterra, al grado que hay quien asegura que, cuando escribía a la omnipotente reina, fuera del protocolo oficial, Carrera principiaba sus cartas así: «Mi estimada niña Toya…».
F. Hernández de León. El libro de las efemérides. Tomo IV. Páginas 149-153.
Antonio Móbil

Escritor, editor, poeta, diplomático, apasionado por la vida y la belleza, defensor de la justicia y la equidad en todas sus acepciones y contextos. Exiliado por su pensar y decir, ha descubierto en la reflexión sobre la plástica una de sus grandes pasiones.
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