Páginas olvidadas de la historia (XVIII)

Antonio Móbil | Política y sociedad / LANZAS Y LETRAS

Discurso de Juan José Arévalo Bermejo al final de su periodo presidencial -15 marzo 1951-

Terminó la guerra iniciada en 1939. Las armas del Tercer Reich fueron quebrantadas y vencidas por el vigor y la modernidad de las dos naciones que se sentían hermanas: los Estados Unidos y Rusia.

Condecoraciones fueron puestas en los pechos en nombre de la «democracia» triunfante y de la libertad salvada o en nombre de los valores de la cultura… Pero en el diálogo ideológico entre dos mundos y dos líderes, Roosevelt perdió la guerra. El verdadero vencedor fue Hitler.

Nosotros, desde un mirador más sereno –en la imperturbable serenidad de este Caribe heterogéneo– hemos podido ver y comprobar que el hitlerismo no ha muerto, hitleritos caricaturescos se multiplicaron allá en Europa y aquí en América; y lo caricaturesco podría servir para diversión y solaz de espectadores. Como en la butaca de un vaudeville, si no fuera que debajo de ellos están los pueblos, salpicados de sangre y hambrientos de vida, padeciendo la crueldad de la comedia. Hitleritos con doctrina o sin ella, pero todos admitidos y estimulados en los claustros oficiales «democráticos» y opinando con respetada autoridad en las solemnes discusiones sobre «los derechos del hombre».

Tengo la opinión personal de que el mundo contemporáneo se mueve bajo las ideas que sirvieron de base para erigir a Hitler en gobernante y para incendiar el mundo una vez más en 1939.

El hitlerismo, en efecto, fue siempre y sigue siendo mucho más que una aventura militar e imperial: es un vigoroso movimiento vitalista, pagano y racista, que se confiesa idealista, negador de valores culturales, despectivo ante soberanías ajenas, avasallador del pensamiento en las masas, insuflado de insolencia aristocrática, autoritario hasta la violencia, antidemocrático y anticomunista.

Después de esta terrible y fecunda experiencia de seis años, en que me he asomado a los abismos de esta comedia del hombre contra el hombre, es que la democracia contemporánea se desplaza precipitadamente hacia una doctrina hitlerista y fenicia.
La democracia contemporánea, fabricadora de guerras como el hitlerismo, tiene a la vez superiores consignas comerciales que parecen ser la real y exclusiva preocupación de los estadistas, mas no para una mejor distribución de los bienes entre las masas humildes, sino para la multiplicación de los millones que ahora pertenecen a unas cuantas familias metropolitanas.

Este aluvión de aguas turbias de nuestro tiempo, operó dentro de Guatemala con frenéticos intentos para corromper el gran movimiento popular nacionalista de 1944. Desde los primeros días de mi gobierno tuve propuestas para negar la dignidad de la Nación o para estafar la credulidad infantil de las masas. Hombres incluidos por accidente en el movimiento revolucionario, entendían la revolución como golpe de audacia y oportunidad de ganancias. El presidente y un centenar de colaboradores jóvenes, en cambio, nos sentíamos tocados de una mística republicana y espiritualista. Y mientras en la calle los representativos del pasado pugnaban por un retorno a la factoría africana, dentro de mi propio gobierno se dividían las fuerzas y se planteaban la disidencia entre la aventura comercial o la revolución espiritualista. Los representativos de esta última posición, librábamos, pues, combate contra dos frentes: los fenicios de la calle y los fenicios dentro del gobierno.

La historia dirá más tarde los nombres y las fechas de esta batalla de Guatemala.

Quiero expresar gratitud pública… a los trabajadores y campesinos de todo el país, fueron ellos los que me inspiraron desde 1944, cuando aún no estaban organizados sindicalmente, las superiores directivas de la revolución guatemalteca. Fueron ellos los que dijeron la palabra guatemalteca humedecida en sudor y lágrimas. Fueron ellos los que mostrándome sus espaldas cruzadas por el látigo de los jefes políticos o de los mercaderes, me indicaron la monstruosidad de los regímenes del pasado, y el camino por donde podíamos impedirla. Y fueron ellos los que en los días y en las noches de los seis años palpitaron conmigo y velaron conmigo las angustias de la revolución, ofreciendo sus brazos y su sangre cada vez que los cartagineses se presentaban a las puertas.

Pueblo de Guatemala: Durante seis años hice consagración de mi vida para servir con dignidad el cargo de presidente y buscar la felicidad de mis compatriotas según mi propia conciencia me lo ha indicado. La historia dirá si estos seis años significan algo para el progreso espiritual de la nación. Lo que sí puedo deciros ya, es que en ninguno de los difíciles momentos transcurridos durante la conducción de los destinos del país, busqué la defensa y salvación de mi propia vida ni os di las espaldas. Creo haberme conducido con lealtad, no sólo para con vosotros, el pueblo hoy viviente, sino además, para con los superiores destinos de Guatemala, y creo haber contribuido a la expresión de una sensibilidad política guatemalteca. No sabría deciros si esto que se ha logrado en Guatemala deba llamarse democracia o cosa parecida. Los profesores de doctrina política le darán un nombre. Pero si por fatalidad de hábitos conceptuales o por comodidad idiomática quiere llamársele «democracia», pido a vosotros testimonio multitudinario de que esta democracia guatemalteca no fue hitlerista ni cartaginesa.


José Antonio Móbil. Guatemala, el lado oscuro de la historia. Tomo II. Páginas 129-130.

Antonio Móbil

Escritor, editor, poeta, diplomático, apasionado por la vida y la belleza, defensor de la justicia y la equidad en todas sus acepciones y contextos. Exiliado por su pensar y decir, ha descubierto en la reflexión sobre la plástica una de sus grandes pasiones.

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