Antonio Móbil | Política y sociedad / LANZAS Y LETRAS
Un repaso al proceso de paz en Guatemala
II
La democracia es algo más que elecciones y cambios de gobierno
Este último capítulo que hemos titulado «La democracia es algo más que elecciones y cambios de gobierno» corresponde a un documento que bajo el título de Democracia real, participativa y funcional con justicia social salió a luz en junio de 1991 para ponerlo en la mesa de las negociaciones y para conocimiento de la militancia revolucionaria y democrática de Guatemala. Es fruto de un trabajo colectivo de la Comandancia General de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca con un fuerte sello conceptual de Rolando Morán.
A pesar de haber sido escrito hace 20 años es de una lucidez y vigencia excepcional, especialmente en un año electoral y antesala de relevo de gobierno.
Desde la visión de democracia real con justicia social emplaza la visión que subyace de la idea de democracia que se ha expresado de manera enajenante en la contienda electoral del 2011 en Guatemala. De la misma manera desnuda y emplaza a los sujetos y al Estado que sustenta la misma.
Quien haya leído entrelíneas algunos de los Acuerdos de Paz, podrá ver cómo estos conceptos fueron filtrando en las negociaciones de varios acuerdos y quedaron plasmados en los mismos.
El trabajo ha sido incluido en el presente trabajo con el objetivo de contribuir a darle otra perspectiva y contenido al esfuerzo colectivo por transformar el sistema político. Su estudio y asimilación podría producir rebrotes y hacer re- verdecer la democracia que pareciera que se niega y se aleja más en cada periodo electoral.
Democracia real, funcional y participativa con justicia social
Desde tiempo atrás, la idea de la democracia ha existido como una de las máximas aspiraciones de la sociedad para el ejercicio del poder. El hombre ha desarrollado diversas concepciones en torno a ella y la humanidad ha vivido experiencias variadas en pos del ideal de democracia.
El pensamiento político ha girado en torno a corrientes diversas que, en su aplicación, claramente han correspondido a condiciones y necesidades histórico-sociales determinadas.
Existe la tendencia a tratar de calcar los modelos que, en opinión de muchos o pocos, han dado resultados satisfactorios en otras latitudes. Sin embargo, la experiencia en muchas ocasiones ha sido la del fracaso y la insatisfacción de los pueblos que han transitado dichos caminos. Nosotros debemos aprender de esas experiencias.
En Guatemala, por medio de elecciones, en la primera mitad de este siglo se mantuvieron en la Presidencia Rafael Estrada Cabrera y Jorge Ubico durante 22 y 14 años, respectivamente; nadie calificaría de democráticos a ambos dictadores.
En años recientes, los generales Carlos Arana, Kjell Laugerud y Romeo Lucas García llegaron a la Presidencia por medio de elecciones; nadie se atrevería a afirmar que sus gobiernos fueron menos represivos y antipopulares que los de facto de los generales Ríos Montt y Mejía Víctores.
Unas elecciones llevaron a los demócrata-cristianos al gobierno, pero no llevaron la democracia al país. Por medio de las elecciones se cambiaron o confirmaron las figuras que aparentemente gobernaron, pero por sí mismas las elecciones no garantizaron cambios en la situación real, la situación de opresión, represión, militarización y discriminación que padecemos la mayoría de los guatemaltecos.
En el marco de un poder político militarizado, las elecciones y sus resultados no constituyen una expresión de la libre voluntad ciudadana y popular, ni un mecanismo democrático para resolver la problemática nacional. No ofrecen opciones verdaderamente democráticas.
Las elecciones guatemaltecas no cumplen los propósitos de la democracia. No puede existir una democracia en convivencia con el hambre, la injusticia, la represión y la militarización. Las elecciones no incorporan las demandas más sentidas de la población. De ahí, la apatía popular en ellas. Los votantes saben de antemano que no se producirá ningún cambio importante en sus condiciones de vida.
No pueden considerarse legítimas, representativas ni democráticas, las elecciones que ocurren en un marco de persecución hacia los sectores populares, de violación sistemática de los derechos humanos, de limitaciones sustanciales a los derechos de organización y expresión, de represión económica y social.
Por otro lado, dentro del sistema electoral actual, las comunidades indígenas se ven obligadas con frecuencia a elegir autoridades que nada tienen que ver con ellas, que les son ajenas; candidatos fabricados por una propaganda falsa, dentro de una lucha de partidos que genera división en las comunidades; que se alejan del sistema democrático interno, donde el líder va siendo seleccionado desde su adolescencia y, donde los méritos para ser elegido son su entrega a la comunidad, su capacidad para interpretar la historia y el presente, para cohesionar y conducir a la comunidad.
La democracia implica algo más que elecciones y cambio de gobierno. La democracia implica el respeto y la promoción de los derechos y libertades fundamentales del pueblo. Implica la adopción de medidas para la supresión del hambre y la miseria. Implica que los intereses populares sean los prioritarios en la gestión gubernamental. Implica la participación de las mayorías en esa gestión: Implica la libertad de expresión, organización y movilización. Implica, asimismo, el respeto irrestricto e incondicional del municipio y otras formas de organización de poder local. Esa democracia no es conocida en Guatemala desde hace casi cuatro décadas.
Más aún, el sistema político imperante en Guatemala desde junio de 1954, denota la presencia de gobiernos que se han constituido por medio de invasiones mercenarias, elecciones fraudulentas, golpes de Estado e imposición de regímenes por parte del ejército. Como es obvio, ninguno de estos gobiernos podrían haber impulsado programas que abrieran cauce a la democracia, el desarrollo, la justicia social y económica.
De ahí las luchas del pueblo por conquistar sus valores y aspiraciones más sentidos; de ahí, también, el comportamiento autoritario, antidemocrático y represivo de la maquinaria del Estado, luego de haber derribado –en 1954– un sistema político legítimo que recogió y aplicó los valores y principios consagrados el 26 de junio de 1945 en la Carta de Naciones Unidas.
Hoy tenemos un reto histórico insoslayable que nos exige a todos los guatemaltecos mucha lucidez, amplitud de criterio y sobre todo, el deseo impostergable y vehemente de buscar una solución practicable –sobre todo firme y duradera– que lleve a nuestro pueblo a vivir en democracia, en el pleno disfrute de sus derechos individuales y colectivos, cultivando la paz y la justicia social, en el marco de un Estado de derecho.
En Guatemala, la democracia para muchos quizá se ha convertido en una palabra como tantas, que no tiene un significado y contenidos específicos. Esta situación, poco deseable, es fruto de las incongruencias entre el decir y el hacer de las autoridades gubernamentales, entre las aspiraciones del pueblo y las realidades que diariamente vivimos.
En los últimos tiempos y en diferentes momentos se ha hablado mucho de «apertura democrática», «retorno a la institucionalidad», «proceso democratizador», «consolidación de la democracia», etc. Dicho proyecto ha recibido múltiples calificativos; hay quien se ha referido a él como «democracia incipiente»; también se le ha llamado «democracia restringida»: otros se han referido a él como «democracia autoritaria» o «democracia tutelada». No obstante, este proyecto corresponde de manera clara a una democracia ficticia, porque llenando simplemente algunas formalidades del sistema democrático, no se cumple con las atribuciones de carácter político, económico, social y cultural que corresponden a una verdadera democracia.
Es preciso que los guatemaltecos empecemos a trabajar por un modelo de verdadera democracia; un modelo que debe poseer las especificidades que los guatemaltecos le demos; que no sea calco ni copia. El modelo de democracia que los guatemaltecos desarrollemos debe responder a nuestra historia y nuestras necesidades; el modelo de democracia que nosotros desarrollemos debe ser una democracia real, funcional y participativa con justicia social.
Ricardo Ramirez de León. Entre-Vistas. Un repaso al proceso de paz en Guatemala
Páginas 101-104
Antonio Móbil

Escritor, editor, poeta, diplomático, apasionado por la vida y la belleza, defensor de la justicia y la equidad en todas sus acepciones y contextos. Exiliado por su pensar y decir, ha descubierto en la reflexión sobre la plástica una de sus grandes pasiones.
0 Commentarios
Dejar un comentario