Ruth del Valle Cóbar | Política y sociedad / HILANDO Y TEJIENDO: MEMORIA Y DERECHOS HUMANOS
A estas alturas de la vida, nadie ignora que Oliverio Castañeda de León, el dirigente de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) de la Universidad de San Carlos de Guatemala, fue asesinado por un comando militar-paramilitar el 20 de octubre de 1978, pocos minutos después de que hiciera un efusivo discurso en la Concha Acústica para conmemorar la Revolución de Octubre de 1944.
En dicho discurso llamó a la unidad popular, a fortalecer nuestros espacios de lucha, a no caer en las provocaciones de personas infiltradas por el Gobierno militar en las manifestaciones, a sumar más y más brazos a la ardua tarea de transformar Guatemala en un país de paz, justicia social y verdadera democracia. Señaló directamente al Gobierno militar y sus esbirros de ser los responsables de la violencia contra el pueblo.
Todavía recordamos la marea de claveles rojos desfilando desde el parque San Sebastián hasta el Cementerio General para ir a dejar sus restos al lugar donde hoy descansan. Cómo olvidar los ojos llorosos, los pechos oprimidos, la rabia contenida y la desolación que su muerte nos dejó.
La vida por aquellos años en Guatemala era muy difícil; los gobiernos militares reprimían a la población que alzaba su voz por demandas básicas, también reprimía al movimiento social que se reorganizaba después de la ola de asesinatos y desapariciones de los años 60. Se vivía un incremento del costo de la vida que cada día castigaba más a la gente más pobre; los gobiernos militares favorecían a los eternos «dueños» de este país y habían permitido despojos de tierras, dejando a los campesinos e indígenas en la mayor indefensión.
Desde inicios de la década de los 70 se había recrudecido la represión contra el movimiento popular y estudiantil con secuestros-desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales y tortura, entre otros mecanismos de amedrentamiento para la población y para descabezar las legítimas luchas por acabar con los gobiernos militares asesinos y corruptos. Todo ello porque el movimiento popular se reorganizaba para apoyar las luchas del pueblo. En esos años, el movimiento estudiantil, tanto universitario como de educación media, demostraron estar al lado de la población, luchando hombro con hombro por sus demandas.
Recordamos las huelgas magisteriales de 1973 y 1974, acuerpadas por el movimiento estudiantil y popular. Las movilizaciones populares de 1976 contra la corrupción gubernamental que se robaba la ayuda internacional que llegó para ayudar al país después del devastador terremoto del 4 de febrero. Los estudiantes incluso ayudaron a los pobladores de los nuevos asentamientos urbanos a construir sus organizaciones, como el Movimiento Nacional de Pobladores (MONAP) o la Coordinadora de Pobladores (CDP). Se crearon organizaciones y coordinaciones entre las mismas. En 1976 nació el Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS), así como el Consejo de Entidades de Trabajadores del Estado (CETE) que reclamaba el derecho a la organización y la huelga entre el funcionariado; en 1978 se conformó el Comité de Unidad Campesina (CUC) que movilizó al campesinado en demanda de mejores salarios en el campo y mejores condiciones laborales y de vida.
La oposición político-partidista también era objeto de la represión, no olvidemos los asesinatos de destacados líderes como Alberto Fuentes Mohr y Manuel Colom Argueta, a quienes se les vedó el derecho a la oposición política al segar sus vidas.
El 29 de mayo de 1978 el Gobierno militar asesino cometió la masacre de Panzós (Alta Verapaz), que abriría el camino de la política de tierra arrasada que dirigiría después el gobierno de facto de Efraín Ríos Mont. El movimiento estudiantil y popular, fiel a su tradición, se unió a las protestas contra este nuevo hecho de violencia. Ya habían acompañado en noviembre de 1977 la marcha de los mineros de Ixtahuacán, quienes caminaron más de 300 kilómetros hacia la capital en defensa de sus derechos laborales, pues se rumoraba que cerrarían la mina y no había ninguna garantía para la población trabajadora. Fueron 70 mineros quienes emprendieron la marcha, pero cuando entró a la ciudad ya iban acompañados por más de 150 000 personas.
El 4 de agosto de 1978 se hacía una manifestación para conmemorar el aniversario del asesinato de Robin García, pero el Gobierno la reprimió cuando apenas salía de la municipalidad capitalina. Hacia septiembre de 1978, los empresarios del transporte urbano de pasajeros, con la connivencia gubernamental, intentaron incrementar el precio del pasaje, lo que provocó fuertes movilizaciones de protesta y rechazo a la medida, la ciudad capital ardió literalmente con la quema de buses. La primera semana de octubre se declaró huelga general contra el incremento en el precio. La represión policial generó enfrentamientos callejeros con quienes acuerpaban la huelga y se movilizaban contra la medida impopular. Las jornadas de octubre, como se les conoció, lograron revertir el incremento al precio del pasaje, pero el ambiente quedó cargado de violencia y represión.
Ante la presión y las amenazas, Oliverio dejó de ir a dormir a su casa, una de las pocas medidas de seguridad que se podían tomar entonces. El 18 de octubre fue publicada una lista con 38 nombres de personas a quienes el Ejército Secreto Anticomunista había «condenado a muerte». Entre las primeras se encontraba el nombre de Oliverio. A pesar de ello, Oliverio se negó a salir del país para proteger su vida.
Hay muchos relatos sobre los aciagos minutos entre los que Oliverio abandonó la Concha Acústica después de gritar a los cuatro vientos: «porque podrán masacrar a nuestros dirigentes, pero mientras haya pueblo… habrá revolución», y el momento en que el sonido de la metralla nos paralizó a medio parque y nos hizo volver corriendo al Portal del Comercio, por donde se escuchó el ruido, para encontrarnos con un Oliverio agonizante, después de haber corrido para alejarse de las personas que lo acompañaban y evitar que también cayeran víctimas de las balas.
Eso sí, queda absolutamente claro que los responsables de su ejecución fueron las fuerzas estatales, en particular la Dirección de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército, como dice la Comisión para el Esclarecimiento Histórico en su caso ilustrativo número 45.
Y tal vez son menos los relatos sobre su presencia en el movimiento estudiantil, sobre cómo su voz fue escuchada en el movimiento sindical, sobre sus propuestas acertadas en las reuniones del CNUS, sobre el respeto que se fue ganando ese joven clasemediero que se sobrepuso a sus orígenes económicos para marchar junto a su pueblo.
Oliverio era «un hombre nacido en octubre para la faz del mundo», como dijera Otto René Castillo, el poeta guatemalteco que también fue torturado y ejecutado por los militares asesinos de la inteligencia. Había visto la luz un 12 de octubre y 23 años después, en el mismo mes, pasó a vivir en la luz de los mártires y héroes de la patria.
Nunca sabremos qué pasó por su mente, por qué decidió quedarse en el país a pesar de estar amenazado de muerte; nunca sabremos qué estaría haciendo hoy si hubiera concluido su carrera universitaria y se hubiera hecho un profesional.
Pero sí podemos tener certeza de que no se habría vendido ni habría dejado que el sistema lo venciera, no estaría sentado en un escritorio viendo cómo pasar el tiempo y cobrar un salario o cómo enriquecerse a través de las «mordidas» y las «comisiones». Seguramente hubiera salido a las calles a exigir la renuncia de esos funcionarios corruptos, criminales de niñas, vendepatrias, que todavía siguen enquistados en el Estado. Porque Oliverio está en las calles, junto al pueblo, exigiendo libertad.
Para quienes aún no saben quién era Oliverio, para quienes hoy incursionan en las luchas estudiantiles, les insto a hacerlo, a estudiar su corta pero fructífera vida, a aprender de sus enseñanzas, de cómo ser un dirigente, de la ética y el compromiso con el pueblo. Junto a Oliverio hay otros héroes, heroínas y mártires que dieron su vida por la libertad y la justicia para nuestro pueblo… ellos cerraron sus ojos porque fueron asesinados o desaparecidos, pero siguen velando hasta ver el renacer de nuestra patria.
Fotografía por Óscar Eduardo Barillas.
Ruth del Valle Cóbar

Feminista, defensora de derechos humanos, investigadora social, constructora de mundos nuevos. Ha pasado por las aulas universitarias en Ciencia Política, Administración Pública, Psicología Social, Ciencias Sociales. Transitado del activismo social al político, incluyendo movimientos sociales, organizaciones sociales, entidades gubernamentales y del estado.
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