Oliverio, cuarenta años después

Carlos Figueroa Ibarra | Política y sociedad / LA TRAVESÍA DEL SALMÓN

Cuatro décadas han transcurrido desde aquel aciago 20 de octubre de 1978, cuando un muchachito, apenas sobrepasando los 22 años, fue asesinado inmisericordemente por la dictadura de Romeo Lucas García. Cuarenta y nueve años antes, otro dirigente estudiantil de apenas 25 años, Julio Antonio Mella, fue asesinado por los esbirros del dictador cubano Gerardo Machado. Pese a la precocidad de Mella, quien ya se había convertido un dirigente estudiantil y comunista de talla continental, su muerte prematura nos dejó una incógnita sobre todo lo demás que hubiera podido dar. El asesinato de un joven brillante, de clase media acomodada, egresado del Colegio Americano, como lo fue Oliverio Castañeda de León, nos deja todavía más la incógnita de lo que hubiera podido dar. En muy poco tiempo, aquel jovencito de tez blanca y pelo castaño, se convirtió en un destacado dirigente estudiantil, un orador meritorio, como lo revela la frase que pronunció aquel 20 de octubre en su último discurso en la Concha Acústica del Parque Centenario. «¡Mientras haya pueblo, habrá revolución!». Tres o cuatro años antes, todo parecía indicar que Oliverio era un improbable militante de la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT) y conspicuo dirigente de la organización estudiantil universitaria FRENTE.

Sin embargo lo fue. Y en muy poco tiempo su inteligencia, que lo hacía aprender de manera acelerada de sus compañeros y compañeras más experimentados en el movimiento estudiantil, lo llevó a ser dirigente en todo el sentido de la palabra. Oliverio era carismático y atractivo, articulado en el discurso. Muchas veces me he preguntado qué sería de él si la siega criminal que se le ha adjudicado al general David Cancinos no se lo hubiera llevado. El ser notable lo colocó en la mira del alto mando del Ejército y fue una de las primeras víctimas del terror selectivo que también se llevó a Alberto Fuentes Mohr, Manuel Andrade Roca y a Manuel Colon Argueta. Oliverio fue asesinado cuando arrancaba la tercera ola de terror en la Guatemala dictatorial. Esta tercera ola tuvo su primer episodio en la masacre de Panzós de mayo de 1978 y continuó con la represión de las Jornadas de Octubre de ese mismo año en cuyo contexto fue asesinado Oliverio. La ola de terror selectivo continuó durante los dos años siguientes, en los cuales todo el movimiento sindical y popular que se había construido en los años precedentes, fue desmantelado a través de la ejecución extrajudicial y la desaparición forzada. A fines de 1981, la ola de terror se convirtió en terror masivo y empezó a arrasar con masacres el altiplano central y septentrional de Guatemala. Era la respuesta contrainsurgente a la situación revolucionaria desencadenada en Nicaragua a partir del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, en enero de 1978, y al estallido revolucionario desatado en El Salvador y Guatemala después del triunfo sandinista en julio de 1979.

Cuarenta años después del asesinato de Oliverio, el mundo se ha transformado de manera notable y poco queda del horizonte que los jóvenes de su generación visualizaban. Acabado el socialismo real y extinto el proyecto socialdemócrata clásico, poco tiempo después de su asesinato, la sombra negra del neoliberalismo oscureció al planeta entero. Sin embargo, lo que hemos estado observando en América latina en poco más de tres lustros, es que en medio de avances y retrocesos, victorias y derrotas, la resistencia antineoliberal ha mostrado tener las posibilidades de ser gobierno y aventurar de nueva cuenta la palabra revolución. Y que las palabras de Oliverio en aquel postrero discurso que reivindicaba a la revolución y al pueblo, siguen teniendo actualidad.


Fotografía por Mauro Calanchina, sepelio de Oliverio Castañeda de León.

Carlos Figueroa Ibarra

Sociólogo. Profesor investigador en el Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP. Actualmente secretario nacional de Derechos Humanos, Comité Ejecutivo Nacional de Morena.

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