Oferta y demanda no aplican en política

Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL

“La creciente irrelevancia de la política ha degenerado en una pobre oferta electoral y es un riesgo eminente (sic) y constante para la democracia…” (El periódico, marzo 7 de 2018).

No, la frase anterior no fue extraída del ideario de algún intelectual reconocido. Vamos, ni siquiera pertenece a un politólogo erudito. Apenas si fue pronunciada por Dionisio Gutiérrez en aquel acto de contrición celebrado en marzo pasado, cuando se vistió de Primera Comunión para inaugurar el experimento denominado Frente Ciudadano Contra la Corrupción (FCCC).

¡La oferta electoral! Un concepto que viene siendo empleado desde mucho antes, principalmente por columnistas liberaolides. “Si queremos tener mejor política, debemos mejorar la oferta electoral… y también la demanda”, es en esencia el mensaje que en múltiples oportunidades ha expresado Estuardo Zapeta, por ejemplo.

Al proclamarse la lógica de la existencia de una “oferta” política (los candidatos) junto a la existencia de una “demanda electoral” (los votantes), en realidad se reduce el carácter del sistema político al de un sistema de mercado.

Así, resulta interesante que, según la óptica de los neoliberales a la Tortrix, ni candidatos ni electores tienen la capacidad para participar exitosamente en los procesos electorales que ellos reducen a un simple mecanismo de compra-venta, situación que explicaría el panorama políticamente lamentable del país, como lo sugiere Gutiérrez.

En principio podría afirmarse que la figura no está tan desencaminada. De hecho, el marketing político, tan determinante en las campañas electorales modernas, se basa en esa lógica: el candidato es un vendedor que busca sacarle provecho a su producto, en tanto que el votante es el cliente -o incauto- que está dispuesto a adquirir el producto que satisfaga sus necesidades.

Sin embargo, el rol del marketing termina el día de las elecciones. Pero el quid es que la política no debería ser conceptualizada, ni antes ni después de la campaña, como una relación meramente utilitaria. Mejorar la “oferta” y la “demanda” política, implica admitir que unos y otros solo persiguen intereses particulares. De hecho, al señalar Gutiérrez la existencia de una “oferta” política, le está otorgando carta de naturaleza a un elemento pervertidor de la democracia… y, sí señor, también causante de corrupción, esa que pretende desalojar desde el FCCC.

Por otro lado, quienes suponen que la pobre calidad de la “demanda” es también responsable de la debacle política, lo asumen bajo un criterio clasista y excluyente, que puede traducirse como: “solo los estudiados, los clase media capitalina, la gente cool, la bien pensante somos los que sabemos elegir. Por culpa de la shumada es que estamos tan mal”.

Nada más erróneo y perverso. Si alguien me merece respeto por su criterio político -y lo digo por experiencia- es la gente del área rural y que muchos califican de iletrada. Es cierto, no tienen cartones universitarios, pero son dueños de un sentido común y una sabiduría natural que les permite establecer diferencias entre cada “oferente” que se acuerda de su terruño cada cuatro años.

Nadie como ellos para evaluar quién es el mejor candidato a alcalde de su localidad, quién puede solucionar realmente sus problemas y por qué. Es este un fenómeno muy distinto del votante capitalino que, una y otra y otra vez se decantó por Arzú o sus alfiles, sin otra referencia que las obras electorales y de relumbrón, que solo contribuyeron al colapso de la metrópoli.

La política, entonces, no es una relación de intercambio lucrativo. El hecho que así la conceptualice el marketing electoral es útil únicamente para entender y diseñar la estrategia electoral. Decíamos antes que el elector tiene necesidades, y el deber de los políticos es satisfacer y no comerciar con esas exigencias. Y el candidato, una vez instalado en el poder, debe asumir su rol natural de servidor público, de administrador de recursos que la sociedad le ha entregado en custodia. De alguien que llegó al cargo para promover el beneficio de otros, y no para generar ganancias particulares.

Y la “demanda” no es solo un sujeto pasivo en el proceso de mercadeo. Aunque quizá no siempre lo expresen con plena conciencia, los “productos” que busca están contenidos en los planes, en los proyectos, en las propuestas. Pero, además, y eso casi nunca se toma en cuenta en política, los “demandantes” tienen necesidades de justicia, de libertad, de prosperidad.

Así que la ciudadanía no debe perderse. La primera luz empieza con rechazar rotundamente a quienes pretendan verle como un objeto político/comercial. Como un vulgar demandante. Oferta y demanda política, según la ligereza de Dionisio, no deben tener cabida nunca más.


Imagen principal tomada de PUCP.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

Democracia vertebral

Un Commentario

Jacobo Vargas Foronda 16/07/2018

Estimado Edgar Rosales, si no estuviéramos en un surrealista país, como es Guatemala, donde las apreciaciones alrededor de eso que llamamos “política” es tan difícil de precisar o definir, los procesos electorales con sus famosas campañas electorales se han convertido en toda una competencia mercantilizada y es por ello las insaciables demandas de financiamiento, tanto para lograr pagar las mercantiles periodísticas, televisivas y radiales publicaciones, llenar cuanto espacio sea posible con pintas, colores, slogans, sin descuidar las “vallas comerciales” y comida a ofrecer en los mal llamados “mítines populares”.

Por cierto, las sin fin ni comienzo campañas electorales, en realidad, inician a partir que, ya desde el ejecutivo o de las sillas congresistas, se dedican a ofertar “posibles trabajos” en las instituciones publicas como pago por el voto otorgado al ganador, así como eso de ir, sistemáticamente, a visitar aldeas, comunidades, barrios, municipios, etcétera, “regalando” desde laminas, algunos granos, sacos de cemento, quintales de fertilizante, etcétera, ha hecho que eso de oferta y demanda se haya convertido en una triste realidad.

La oferta, no está totalmente, en los planes o programas de gobierno que se ofrezca realizar, ya que en realidad es muy poca la diferencia entre las generalidades que se ofrecen. La oferta es realizada en esas prebendas o artículos materiales que andan ofreciendo o “regalando”, en donde las personas que las reciben se sienten inclinadas, casi obligadas, a votar por tal o cual a manera de agradecimiento individual.

Así mismo, la demanda, es tan inconsistente en criterios de análisis, profundidad y seriedad, que cualquier oferta demagógicamente propagada, satisface a la demanda “intelectual”. Por tal razón, el otrora saltimbanqui de las tablas, con solo gritar “ni político, ni corrupto, ni ladrón”, fue suficiente para llegar al guacamalón y sentarse en el ubiquista sillón.

Y como podemos ver, esa mercantilización del próximo proceso electoral, ya ha arrancado con esos espectaculares eventos propagados por los cuatro vientos por todas las formas posibles de divulgación propagandística impresa, electrónica, televisiva y radial. Estos son los indicadores del mercado alrededor de los procesos electorales en Guatemala. Esto es lo que el grupo de Dionisio Gutiérrez está usando y, para usar su lenguaje, capitalizando a su individual favor e interés empresarial.

Si queremos terminar con esto, hablando seriamente sobre el concepto política y su ético quehacer, debemos realmente realizar una titánica tarea de concientización política y ciudadana en todos los sectores, las capas y clases sociales, sin descuidar la mas alarmante: los sectores intelectualoides y sus academicistas presentaciones.

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