-Virgilio Álvarez Aragón / PUPITRE ROTO–
En las sociedades donde la democracia es incipiente o, como en Guatemala, apenas una ilusión, los caciques políticos amagan con desaparecer pero, en la práctica, dadas las costumbres conservadoras y oportunistas de las élites, no terminan de ausentarse y, como sucede actualmente, amenazan fuertemente con imponerse para seguir interrumpiendo el desarrollo del país.
Álvaro Arzú es, posiblemente, el último de los caciques de la ultraderecha. Ambicioso, autoritario e inculto, debe su poder más a la ineptitud de sus contrincantes que a sus cualidades políticas. Incapaz de construir un discurso renovador, su vida pública ha estado marcada por el oportunismo, la violencia y el clientelismo. Admirador de Rafael Carrera y Jorge Ubico, no tiene ni la sagacidad militar y conspirativa del primero, ni la eficiencia administrativa del segundo. Anhela los honores y longevidad en el poder de aquel, pero no tiene el olfato político del otro.
Su principal recurso ha sido la agresión, que si bien durante toda su vida política le ha permitido algunas veces imponerse, le ha impedido convertirse en el referente de la derecha chapina que siempre ha pretendido y presumido ser. Su visión estrecha del desarrollo lo ha convertido en un populista trasnochado, incapaz de impulsar si quiera, la modernización de la ciudad que ha administrado por más de dieciseis años.
Tiburón político, ha devorado e inutilizado hasta a sus propios delfines. De Gustavo Porras Castrejón a Fritz García Gallont, de Enrique Godoy a Roberto González. Quienes alguna vez le apoyaron y se sirvieron de él, pasada la luna de miel le dejaron en total aislamiento, tal y como se evidenció con las campañas y Gobierno de Oscar Berge.
De líder nacional cuestionado y casi derrotado por Alfonso Portillo en 1995, regresó a la alcaldía capitalina donde, sin contrincantes de peso, ha sobrevivido a cuatro elecciones. Opaco en su gestión financiera, cual caudillo oligarca considera los fondos públicos como recursos particulares, asunto que, de investigarse en profundidad, puede llevarle a concluir su historia política, si no en la cárcel, sí en un viacrucis en los tribunales.
Racista, aunque demagogo, sus prácticas sociales han sido simples amagos clientelares que, como tales, consumen infinidad de recursos pero no aportan para reducir la pobreza. En su Gobierno, muy a lo Yeltsin, en la euforia neoliberal piñatizó los recursos públicos, creando nuevos oligarcas que pronto le dieron la espalda. Oportunista en la negociación de la paz, cual Óscar Arias chapín se llevó los laureles del esfuerzo y entrega auténticamente pacificadora de Ramiro de León y Héctor Rosada.
Condenado al retiro sin oropeles ni fanfarreas, la denuncia sobre algunos de sus ilegales manejos de los fondos públicos lo ha puesto contra las cuerdas. Sin aliados en ninguno de los frentes, encontró en el presidente Jimmy Morales el lacayo óptimo para, juntos, intentar salvarse de las redes de la justicia.
La marea investigadora de los manejos corruptos e ilegales de los fondos públicos les alcanzó sin proponérselo, desarmando sus demagógicas pretensiones de honestidad. Álvaro Arzú y Jimmy Morales, por distintas razones e historias, se vieron de golpe remando unidos y solos en la misma barca, tratando al menos de salvar el pellejo, pues la honorabilidad y el prestigio ya los han dejado tirados en la otra orilla.
En la desesperación por ocultar sus faltas y abusos han salido a comprar apoyos y lealtades, aunque sean temporales y costosos, no importando si están con la validez vencida, como ha pasado con los diputados que quisieron imponer en la Junta Directiva del Congreso, o son imitación de marcas de calidad, como les sucede con los alcaldes Neto Bran y Edwin Escobar.
No les queda más opción que la autoritaria amenaza de la violencia, que con todo lujo de detalles presentó Álvaro Arzú recientemente en su discurso, curiosamente leído y repleto de citas bíblicas. Pasar por encima de las cabezas de los medios de comunicación no afines a sus intereses fue su amenaza, defendiendo esa imagen idílica de país que tanto gustan de promover los oligarcas y de repetir los siervos de la teología de la prosperidad y el egoísmo.
Arzú supuestamente está dispuesto a dejar el hígado en esta contienda, que estima su guerra personal. Morales ha encontrado, por fin, el aliado necesario tras el cual guarecerse y esconderse. Juntos, con la chequera repleta de fondos de dudosa procedencia, han salido a comprar alcaldes y diputados. El cacique parece haber resurgido de sus cenizas, soñando quizá una reelección al estilo de Hernández en Honduras, para morir con el poder en la mano como lo hizo su idolatrado Rafael Carrera.
De la firmeza e integridad de jueces y magistrados, de la convicción democrática de los políticos honestos y de la resistencia, capacidad de convocatoria y flexibilidad de alianzas de las organizaciones sociales y sus líderes dependerá que los caciques demagogos y corruptos desaparezcan de una vez por todas o resuciten y se queden, cual momias insepultas, danzando macabramente sobre nuestro futuro.
Imagen tomada de Municipalidad de Guatemala.
Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.
Un Commentario
Excelente articulo Virgilio, un abrazo
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