Notas para dos artículos que no llegaron a nacer: desde un hotel y desde una catedral

Jorge Solares | Política y sociedad / PIDO LA PALABRA …

Desde un hotel del Centro

Éramos alrededor de trece participantes de siete nacionalidades americanas en el curso de postgrado en Salud Pública con Énfasis en Nutrición y Maternoinfantil del Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá, INCAP. Concluía el año 1972, había terminado el curso y de todos los egresados sud y centroamericanos, solo permanecía en Guatemala el médico argentino Alejandro Rodríguez Rojas con su esposa Alicia Malanca, hija del eximio pintor. Era él de edad ya un tanto madura, humanista, culto, agudo observador de este país, de seriedad académica salpicada de un hermoso sentido de humor que le permitía burlarse finamente de todo, empezando de sí mismo. Latinoamérica solía ser un campo de ironías.

Ya para retornar a su Argentina natal, probablemente en diciembre de 1972 o pocas semanas después, desde su hotel me telefoneó en la noche de un domingo diciéndome en voz baja que debía verme urgentemente. Le prometí llegar al siguiente día temprano, pero insistió en que llegara en ese mismo momento. Al acudir yo intrigadísimo al Hotel Centenario, a un costado del parque homónimo y donde él se había hospedado todo el año, me llevó del vestíbulo a su habitación. Trataré de reconstruir lo conversado:

Alejandro sospechaba un eventual peligro para el patrimonio guatemalteco, tema ajeno a su formación profesional pero no a su cultura humanística. Desde esa tarde, se mantenía en el vestíbulo un individuo (¿extranjero?) pavoneándose con medio mundo de ser un científico, fotógrafo de obras antiguas y como prueba mostraba páginas sueltas de un libro con preciosas fotografías de monumentos mayas de Guatemala que, para Alejandro, eran antiguas, recortadas de algún valioso volumen. Su alarma creció al anunciarle el individuo que al mediodía siguiente abandonaría el país.

Cuando regresamos al vestíbulo del hotel armé charla con el individuo. Dijo ser científico, mostró «sus» fotografías y al preguntársele, afirmó que las había tomado él. La sospecha de Alejandro quedaba plena y totalmente confirmada: aparecía, entre otras, la Estela E de Quiriguá, sumamente inclinada hacia el suelo, tal como lucía a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, antes de que la enderezaran poco después de 1930. ¿Qué hacer en ese preciso momento para impedir la substracción de dicha joya testimonio?

Urgía hablar con autoridades académico administrativas y qué mejor que el profesor Luis Luján Muñoz, maestro en Humanidades e Historia y funcionario en el ramo. Rastreándolo el lunes muy temprano, acudimos a la sesión matutina de la Asociación Tikal, eficaz institución de resguardo patrimonial. Al presentárseles el caso, de inmediato actuó la fuerza pública, representada en dicha Asociación, localizó al individuo y «sus» pertenencias y principió el proceso judicial. Entonces fue saliendo a luz lo sucedido, según nos lo contaron:

Se trataba de un traficante aventurero sin nombre reconocido que se adentró en la Biblioteca Nacional (durante la presidencia del militar Carlos Arana Osorio) a cuya Dirección sedujo y persuadió a que se le permitiera ver a su antojo valiosos libros antiguos o bien sacarlos de la Biblioteca con la promesa de devolverlos. Posiblemente uno de ambos destinos creo recordar que tal vez sufrió el irreemplazable ejemplar único de la Biologia Centrali Americana, gran obra del arqueólogo inglés Alfred Maudslay, en el siglo XIX el mayor explorador de Guatemala entre 1881 y 1894, y de la cual podrían provenir las fotografías antiguas de Quiriguá, cortadas de una joya bibliográfica con el propósito de venderlas en el extranjero y las cuales vimos en el vestíbulo del Hotel Centenario. Afortunadamente, el delincuente era jactancioso y anduvo pregonando su fechoría. A raíz de la acción judicial, las fotos y posiblemente libros, fueron remitidas a algún juzgado. De ahí en adelante y del trámite legal ya no supe nada.

Así, el médico Alejandro Rodríguez Rojas, de San Juan y de Córdoba, Argentina, resguardó para Guatemala lo que la Dirección de la Biblioteca Nacional de Guatemala no se preocupó por resguardar. Alejandro falleció hace algún tiempo y Alicia se nos fue hace dos años, ambos en Córdoba. Son nombres que seguramente nadie conoce en este país que les debe tanto.

Desde una catedral en ruinas

Andábamos por parte de la Universidad de San Carlos en labores de recuperación por el terremoto de 1976. En una de tantas me tocó recalar en La Antigua Guatemala, en donde tuve la oportunidad de conocer personalmente al gran investigador y restaurador británico John Hibbits, quien tenía a su cargo algo en las ruinas de la Catedral de La Antigua. «Voy a mostrarte algo que acabamos de descubrir», me confió. Al entrar a las ruinas de la Catedral, a la derecha, acababan de descombrar un estrecho y antiguo graderío que descendía a un subterráneo oblongo totalmente obscuro, oculto e ignorado por muchísimos años; estaba completamente vacío y creo recordar que se le consideraba una de las bodegas coloniales abandonadas por siglos. Ya adentro, Hibbits me invitó a ver el extremo opuesto al tope de ese túnel vacío y semitapiado con una pared más «moderna», poscolonial, evidentemente ajena al complejo original, de aproximadamente 1.75 metros de altura, construida en la nada y aparentemente… ¿ para nada ?
Nos trepamos en algo y ellos alumbraron con linternas el espacio detrás de esa pared: tirados en el suelo había unos diez o quince cadáveres, restos óseos, con telas de vivos colores todavía esparcidas en su torno. Obviamente no se trataba de un enterramiento, pues el subterráneo no era un cementerio, las personas no habían sido depositadas ceremonialmente sino aventadas al suelo en desorden, sin recubrimiento alguno y por añadidura, algunos cráneos tenían perforaciones de bala. Las preguntas eran evidentes: ¿de qué se trataba? Creo recordar que se postuló algo como asesinatos políticos, ejecuciones extrajudiciales de una época remota ajena ya a la memoria del vecindario antigüeño, lo que trajo a mi memoria infantil lo que mi parentela antigüeña hablaba del fusilamiento del «Curcuchito» Palencia y compañeros en tiempos, me parece que, de Estrada Cabrera. Algo de eso dormía, o duerme, en una plancha conmemorativa en los linderos posteriores de las ruinas del convento de San Francisco, viendo hacia el río Pensativo.

Creo recordar que se había presentado formalmente este hallazgo a las instancias correspondientes y hasta algo se me acuerda de la intervención de la Policía Nacional… arrestando a involucrados en el descubrimiento. Otro hecho pintoresco: después de dos días de feriado, al ingresar los obreros al lóbrego túnel salieron disparados con los pelos de punta porque los recibió un lamento lúgubre de un fantasma que resultó ser de un «bolito» que se había resguardado en las ruinas, en el túnel y caído en un pozo fracturándose una pierna. Dejé de ver a John Hibbits y ya no supe nada de lo sucedido con los asesinados de la Catedral de La Antigua Guatemala ni del desciframiento del enigma.

Acotaciones para las dos historias. Estas son historias reales de acontecimientos que me vinieron casualmente, sin buscarlos, por años guardadas en la memoria, sin registro escrito hasta hoy. Por tanto, puede haber incorrecciones menores pero lo fundamental sucedió como aquí quedó apuntado: en el primer relato, la historia del amigo médico argentino, el pequeño hotel tradicional, el depredador, la incuria de la Dirección de la Biblioteca Nacional, la asociación de resguardo del patrimonio. Todos los personajes determinantes fallecieron ya. En el segundo relato, la presencia del investigador británico, el descubrimiento de la bodega subterránea al lado derecho del ingreso, la pared encubridora, las osamentas tiradas con señales de violencia. Aunque lo demás es recuerdo de recuerdos, no pierden validez en lo que hay de fundamental.

Lo que permanece es un pasado nacional que sigue hoy presente, entre otras cosas, en el desprecio al patrimonio nacional, en la designación de incapaces para cargos públicos sin importar cuán altos estos sean, en ejecuciones secretas y escondidas en sitios recónditos y que, paradójicamente en este caso, un terremoto las desenterró y que hoy no faltaría quiénes desearían reactivarlas. Todas como semillas para novelas de misterio o como ingredientes para un moderno plan de gobierno, ahora que están las elecciones encima y que son temas de los que nadie habla.


Jorge Solares

Evocando un desarrollo humano integral con justicia social dentro de una democracia culta, participativa, equitativa, en esta sociedad étnicamente plural, económicamente desigual, políticamente golpeada. El camino, una Ciencia con Conciencia como docente, investigador y editor, integrando Humanidades, Ciencias Sociales y Ciencias de la Salud.

Pido la palabra …

Correo: jorgesolario@gmail.com

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