Niños, niñas y adolescentes deportados

Bienvenido Argueta Hernández | Política y sociedad / DANZA CÓSMICA

El vuelo llegó retrasado a la Ciudad de México por más de una hora. La demora obedeció a los sistemas de seguridad y los nervios que imperan en la actualidad en los aeropuertos y en las aerolíneas. Cuatro personas habían sido retiradas del avión por comportamientos sospechosos. Ante la imposibilidad de abordar a tiempo el avión con destino a Guatemala y sin el permiso correspondiente para entrar al país, me llevaron a una sala especial de espera llamada el corralito. Mi desesperación por un largo viaje y estar literalmente encerrado exacerbó mis ánimos.

En el lugar solo estábamos tres personas: un chino que se dirigía a San Pedro Sula, una policía y yo. Sin embargo, como a los quince minutos de saber que me quedaría a dormir en el aeropuerto, porque el próximo vuelo saldría hasta la mañana siguiente, entró un grupo de niños y adolescentes bajo el cuidado de dos oficiales de protección de la infancia del Instituto Nacional de Migración, escoltados por dos agentes asignados al aeropuerto. Al igual que todas las personas en dicho lugar, se registraron en un libro donde se anota el número de pasaporte, edades, nacionalidades, entre otros datos.

Por la hora en que llegaron los niños, más tarde de las ocho de la noche, y como sí sabían bien a lo que iban, cada uno tomó una colchoneta de las que estaban alojadas en la esquina de la sala, provocando que el lugar se llenara de voces, risas y movimiento. Media hora más tarde les llevaron una cena con hamburguesas de McDonald´s y aguas gaseosas. Luego, a los niños más pequeños los venció el sueño y se quedaron dormidos, mientras los adolescentes revisaban sus mochilas, conversaban, bromeaban o, en algunos de los casos, revisaban sus celulares.

No me resistí a conversar con ellos. Luego de las preguntas que les hice y que ellos me hicieron, descubrí que eran once niños y adolescentes, 6 niñas y 5 niños deportados, que tenían entre los 6 y 16 años de edad. Relataban que ya casi llegando a la frontera de Estados Unidos los habían «agarrado», como ellos dicen, cerca de Monterrey, entre el 28 de agosto y el 11 de septiembre. Los adolescentes indicaban que habían salido de sus lugares originarios el 12 de agosto. No todos iban en el mismo grupo, pero sí eran procedentes de Honduras, unos de Yoro y otros de Nacaome.

A pesar de las noticias sobre la situación de los niños literalmente presos y separados de sus padres en la zona fronteriza de Estados Unidos y la violación a sus derechos más elementales, se evidencia que el flujo de niños migrantes para reunirse con sus madres y padres no se ha detenido. La necesidad de reunión entre las familias es más fuerte que la testarudez de un presidente insensible, que las acciones de las instituciones arregladas para detener la migración e incluso que los obstáculos y peligros que enfrentan los menores.

Los adolescentes indicaban que en Honduras vivían con los abuelos o con los padres, pues ellos esperaban reunirse con sus mamás. Un par de ellos esperaban llegar hasta Carolina del Norte, pero no lo habían logrado en esta ocasión. Su situación era compleja, pues una parte de ellos extrañaba su pueblo y sus amigos que habían dejado atrás en la escuela o el instituto público, y otra deseaba más que nada reunirse con sus familiares en Estados Unidos.

Una de las oficiales ayudaba a peinar con mucho cariño a una de las niñas que escoltaba. Al hablar con ella y su compañera me indicaron que llevaban años en ese trabajo. Cada semana llevan varios grupos de El Salvador, Guatemala y Honduras. Sus relatos conmueven el alma, me explican que luego de tener la custodia temporal de los niños, se comunican oficialmente con los funcionarios de los consulados o embajadas de los países en mención, quienes contactan a los familiares en cada país para su devolución. En algunas ocasiones hay niños que son enviados a instituciones de adopción en los países de origen, pues los familiares o amigos no quieren hacerse cargo de ellos. Además se quejan de la corrupción de nuestros países, incluyendo el de ellas, pues no les asignan presupuesto y, en algunos casos, como esa noche, hacen coperacha para comprarle aunque sea unas hamburguesas a los niños, dinero que podría ser reintegrado, pero de manera atrasada. En todo caso, es una suerte para la niñez repatriada que haya gente que aún es sensible para atender algunas de sus necesidades básicas.

Ya a las cinco y media de la mañana todos empezamos a prepararnos para el abordaje de nuestros vuelos, unos a Honduras y yo hacia Guatemala. En realidad, la migración no para, en los últimos meses habían repatriado a 200 mexicanos de Estados Unidos, luego de estar seis meses en prisión. El Colegio de la Frontera Norte reportó que 27 mil guatemaltecos, 31 mil hondureños y 7 mil salvadoreños habían sido detenidos por autoridades migratorias mexicanas durante el 2018. El contraste con el Triángulo Norte de Centroamérica lo hacen 3 panameños y 9 costarricenses. Lo cierto es que esta situación es insostenible, pues nuestros países se caracterizan por plantear un escenario que atenta contra los derechos humanos de la niñez y los adolescentes.


Fotografías por Bienvenido Argueta.

Bienvenido Argueta Hernández

Aprendiz permanente de los relatos encantadores de las gentes y explorador de las historias que nos muestran mundos diferentes entretejidos entre poesía, cuentos y pinturas. Me gusta jugar, subir volcanes y cruzar arroyos, recorrer laberintos y ser capaz de observar estrellas, paisajes y sonrisas. Escucho jazz o rap y en los intermedios hago investigación social y escribo sobre filosofía y educación.

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