«Ni de derecha ni de izquierda»: una impostura

Mauricio José Chaulón Vélez | Política y sociedad / PENSAR CRÍTICO, SIEMPRE

Una de las grandes trampas de la hegemonía a través de la generación de opinión pública es el cliché de muchos políticos que dicen «no soy de derecha ni de izquierda». Expresar esto presenta, ante todo, una impostura. En las relaciones sociales nadie está exento de ideología, entendida esta como un conjunto de ideas que se construyen en las dinámicas de poder y que se profundizan en la lucha de clases. Quiere decir, en consecuencia, que nuestros procesos históricos están contenidos de elementos ideológicos, como afirmar que el aire que respiramos contiene oxígeno.

Los grupos antagónicos, todos sin excepción, construyen ideología, porque esta configura la estructura de los idearios, los que a su vez contienen a las ideas. La ideología, entonces, se vuelve conducente de las relaciones sociales, porque históricamente estas se encuentran establecidas en la complejidad de las dinámicas del poder y de la lucha de clases. En síntesis, la ideología le da sentido a las ideas para legitimarlas en la concreción por medio de las prácticas que constituyen la estructura económica.

Sobre la ideología se ha escrito bastante y existen muchos textos y documentos de carácter filosófico-científico que nos aportan importantes elementos de análisis. No es mi objetivo ampliar en esta columna los estudios sobre la ideología, pero las referencias deben ser leídas para no caer en estas trampas actuales cuando se dice «política sin ideología» y confiar en ello.

En las relaciones sociales y sobre todo en la disputa del poder (lucha de clases) la ideología siempre está presente. Partamos de este principio: todas las personas estamos en el devenir de las disputas del poder y de la lucha de clases. El hecho de que usted no busque una candidatura o no sea parte de una organización política no significa que no esté en esa dinámica. Solo con salir a trabajar todos los días o buscar de cualquier manera la sobrevivencia, está en la lucha de clases. Lo que sucede es que los poderes dominantes se encargan de que muchas personas y grupos se mantengan en la subalternidad y desde ahí se muevan, limitados, creyendo que no hacen política y que ese ejercicio es para una clase en específico, o que lo logrado es suficiente y les produce la aspiración de llegar a igualar a la clase dominante. Ese es uno de los grandes triunfos de la hegemonía, porque inmoviliza a las personas o bien limita su movilidad social y sus capacidades de lucha. Pero la lucha está, vigente, aunque no sea notoria. Y no me refiero solamente a la lucha evidente desde las resistencias y procesos organizados, sino en la vida diaria, en la cotidianidad de quien puede (en apariencia) estar más apartado de todos estos procesos de organización y conocimientos. Sobrevivir porque otros acumulan los recursos es ya lucha de clases.

Hay ideología en la educación, en la religión y en los discursos familiares, por ejemplo. Lo ideológico no se reduce al campo de la política o del ejercicio político en la búsqueda por la administración del Estado. Tampoco toda la ideología satisface solo a un grupo específico de poder. Hay falsa ideología e ideología de lucha y resistencias. Lo que debemos hacer es analizar el contenido de lo ideológico, es decir, cómo las ideas con las que nos movemos o nos dicen que nos movamos (conducentes) están organizadas y qué nos dicen. Porque el gran éxito de la hegemonía capitalista es precisamente hacernos creer que ya no hay ideologías, o que eso es «cosa del pasado», para que creamos que somos «los constructores de nuestra propia vida», que «las consecuencias son solamente individuales», que «todo se explica y pertenece al campo de la vida privada y que ahí se soluciona ese todo». Algo así como «si cambias tú cambia Guatemala».

La hegemonía de la clase dominante nos dice «pero si aquí nadie genera esto, es porque la gente no quiere progresar; vaya, regrese a su trabajo y no se crea eso que le dicen los trasnochados». Haciendo creer que no hay ideología es ya una estrategia ideológica de por sí.

Y de esa arrogancia que da el haber caído en trampas ilusorias y creer que se forma parte de quienes hacen y direccionan las ideas dominantes están llenos muchos de los nuevos operadores útiles de la hegemonía de la clase dominante. Algunos ya se han convertido en oficiosos. Veamos el caso del nuevo presidente electo de El Salvador, portador de ese discursillo.

Si los medios dicen que Bukele «insiste en no ser encasillado en una ideología ni de derecha ni de izquierda», entonces es de derecha, no hay de otra.
Ese es un ya muy viejo y conocido ardid del poder, reciclado en los discursos de esa plaga de sujetos denominados como «nueva política».

Hay algunos precarios «analistas», como parte del poder, que han emitido juicios, como por ejemplo que los casos mexicano y salvadoreño son similares. Lo han hecho en redes sociales.

Pretender comparar a López Obrador y el proceso de Morena en México, con Bukele y la GANA en El Salvador, es un craso error que varios grupos de las izquierdas neoliberales y moderadas (en realidad derechas «progres» y moderadas, pero derechas) están cometiendo.

En México, Morena surge de un proceso orgánico en el cual las bases no son un electorado masificado e inmediatista, sino grupos populares históricos. La GANA es una recomposición de la derecha que ha sido evidenciada en ARENA y que, por el contexto geopolítico dirigido desde Estados Unidos para Centroamérica, debe recomponerse y reciclarse en una nueva representación política, pero que al final solo instrumentaliza a un electorado inmediatista que es quebrado en su organización popular. Y ese «nuevo» partido resulta, al mismo tiempo, el instrumento idóneo de recomposición de la hegemonía de la derecha, anticomunista, contrainsurgente y antipopular.

No hay similitud.

Por respeto al electorado que pretenden captar, antes de emitir opiniones como esa, deberían estudiar más o pasar su discurso por un filtro de algún grupo experto dentro de sus organizaciones.

Aunque, claro, su nivel discursivo ayuda a seguir evidenciando sus verdaderas rutas ideológicas.

Se necesita estar desinformado, poco formado, limitado por la arrogancia o ser un operador oficioso del poder (a manera de tonto útil en esto último, por lo general), para definirse como «analista político» y creer que en El Salvador el partido GANA es una expresión diferente a lo que las relaciones de poder dominantes y tradicionales han generado en aquel país, tanto en su estructura socioeconómica como en la partidocracia.

La arrogancia de los encumbrados en la llamada «nueva política» no tiene límites, y tal cual su peligrosidad.

Ideológicamente, son también impostores.

Mauricio José Chaulón Vélez

Historiador, antropólogo social, pensador crítico, comunista de pura cepa y caminante en la cultura popular.

Pensar crítico, siempre

Un Commentario

juan antonio berenguer 08/02/2019

Una vez más Mauricio Chaulón pone el dedo en la llaga, en lo que respecta al análisis de las realidades políticas y electorales centroamericanas, en este caso en el reciente proceso celebrado en El Salvador, pero también dejando claro cómo un discurso de supuesta «desideologización» de determinadas opciones electoralistas no son más que otro encubrimiento, una maniobra de despiste, un sistema adecuado para sus «ideólogos» (que lo son) para vaciar de contenido político, de reivindicación social y de clase, que debería quedar nítido en toda contienda electoral.

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