-María José Schaeffer / ETERNA PRIMAVERA ECONÓMICA–
El desequilibrio entre ricos y pobres es la enfermedad más antigua y más grave de todas las repúblicas
Plutarco
Los países del Triángulo Norte son altamente desiguales en términos de ingresos y se encuentran entre el grupo de países que menos redistribuyen la riqueza en la región de América Latina y el Caribe. En El Salvador, Guatemala y Honduras basta con recorrer pequeñas distancias para encontrase con dos mundos disímiles, pero que a su vez interactúan en un mismo territorio. En uno de los mundos (el moderno y funcional) se observa infraestructura formal, grandes comercios, autos de lujo, servicios y bienes públicos. En el segundo de los mundos (el rezagado y marginal) el escenario se torna diferente, cubierto de casas de cartón lindando en los barrancos, ausencia de servicios básicos, pobreza y olvido, olvido que se agudiza aún más en las zonas rurales.
Una economía de mercado constantemente se enfrenta a distorsiones, incluyendo la desigualdad, y es allí donde lo público juega un rol social fundamental para regular y corregir las fallas que el mercado por sí solo no puede. Ante la ausencia de lo público y el retórico egoísmo de lo privado, el Triángulo Norte continúa padeciendo la enfermedad histórica de la desigualdad excesiva. Nada justifica que la riqueza continúe acumulándose en tan pocas manos, mientras la mayor parte de la población vive en situación de pobreza. Branko Milanović, economista reconocido por su trabajo en materia de desarrollo, advierte con propiedad que «la brecha económica es venenosa, destroza a las sociedades y es perjudicial para la democracia».
Entonces, ¿por qué no pasa absolutamente nada en estos países?, ¿qué se necesita para cerrar las brechas de desigualdad? La respuesta a la primera pregunta es tremendamente alarmante, y se debe principalmente a la agenda propia de enriquecimiento ilícito con que llegan los gobernantes al poder, lo cual impide priorizar la agenda colectiva de desarrollo. Asimismo, en suma a lo anterior, las cuotas de poder que maneja el sector privado no permiten renovar las tradicionales y gastadas estrategias de «reactivación del crecimiento económico», las cuales han demostrado una y otra vez su ineficiencia, además de ampliar las brechas de desigualdad y agudizar la pobreza. Un estudio reciente del Fondo Monetario Internacional (FMI) estimó que, si el quintil más rico de la población aumenta en un punto porcentual su cuota de ingresos, el PIB de un país cae en 0.08 % en los próximos cinco años. Mientras que, cuando se redistribuye un punto porcentual de los ingresos de un país en el quintil más pobre de la población, el PIB aumenta en 0.38 %. Esta relación positiva entre la redistribución de la riqueza y el crecimiento económico se mantiene en el segundo y tercer quintil de ingresos, abarcando también a la clase media.
Con respecto a la segunda pregunta, y en línea con las estimaciones del FMI, para frenar la desigualdad se requiere avanzar hacia una política fiscal inclusiva, es decir, aumentar progresivamente la recaudación tributaria, mejorar la calidad del gasto público (con prioridad sobre el gasto social) y redistribuir con justicia y eficacia la riqueza (incluyendo la renta básica universal). Además, las políticas de inclusión laboral y financiera, y de control de precios son complementos necesarios y no negociables dentro de la agenda de desarrollo inclusivo.
¡Difícil tarea, mas no imposible! La participación ciudadana, la renovación de la clase política y el compromiso del sector privado con el desarrollo inclusivo son tres elementos imperativos en esta cruzada por un mundo mejor y más equitativo para todas y todos. Poner freno a la desigualdad de ingresos es un tema de ética y justicia social, además de estar comprobado que también favorece al crecimiento económico. Es por estas razones que hoy se reclama volver la mirada al problema, debatir las mejores soluciones y actuar para no continuar arrastrando enfermedades sociales históricas en pleno siglo XXI. La meta es clara, y consiste en lograr que las personas, en completa igualdad de oportunidades y condiciones, se integren a la sociedad.
Fotografía tomada de Guatevisión.
María José Schaeffer

Economista por pasión. Comprometida con el desarrollo y la equidad desde frentes fiscales y rurales. Disfruta galopar con el viento sobre el infinito espacio rural del continente amado. Cree en la capacidad transformadora de las letras, el conocimiento y el diálogo. Rechaza cualquier forma de injusticia y no pierde la esperanza en un mundo mejor para todas y todos. Se describe curiosa, aprendiz incansable y constructora de libertades. Hija y nieta de mujeres transgresoras. Dicen por ahí que su lucha por la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres le cambió el alma.
2 Commentarios
Coincido totalmente con la propuesta, es urgente iniciar las transformaciones de fondo que plantea este excelente artículo. El cambio está en nosotros, en las manos de los que nos negamos a pasar indiferentes ante tanta pobreza y desigualdad.
Excelente artículo. Respaldo plenamente su contenido. Desafortunadamente para Guatemala el sistema político actual niega cualquier posibilidad de que puedan realizarse los cambios necesarios. Ante eso, además de terminar de «limpiar la casa» con el esfuerzo anti-corrupción en que estamos inmersos, es imperativo crear nuevas formas de expresión política (partidos políticos) para encaminarnos a una re-orientación de la actividad estatal.
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