Rafael Cuevas Molina | Política y sociedad / AL PIE DEL CAÑÓN
La tragedia provocada por la erupción del Volcán de Fuego pone en evidencia no solo la incompetencia de las autoridades guatemaltecas, sino también su desprecio hacia la población que debería ser objeto de su atención.
Todo ha sido una cadena de yerros desde el momento en que, con los restos literalmente aún humeantes, el presidente de la República anunció que no contaba con recursos para atender la emergencia. El último eslabón de la cadena es el hallazgo de restos humanos, extraídos de la tierra dejada por las correntadas, en bolsas de basura y abandonados a la buena de Dios como si se trataran de cualquier cosa.
Esta actitud es sintomática de una sociedad que establece categorías entre sus ciudadanos. Están los que al morir son enterrados con parafernalia circense, aunque aspirando emular ritos funerarios de alcurnia colonial, y están los que son tratados como deshecho y, con suerte, llevados al basurero.
Como deshechos fueron también tratados los que ahora yacen en las laderas del Volcán. Marginales que el modelo de desarrollo considera prescindibles, incluso como estorbo. «Los nadie», como los llama el cineasta argentino Pino Solanas, los que pueden vivir o morir y a nadie importan, los que tienen que rebuscarse la vida entre los basurales, rebuscarse la vida en los cruces de las avenidas atestadas de automóviles, inventarse cualquier cosa para no morir de hambre en una sociedad que marcha impertérrita dejándolos botados en el camino.
El desprecio por la vida ha sido una constante en Guatemala. Cientos de fosas clandestinas en bosques, maizales o destacamentos militares siguen apareciendo y dejando al descubierto cuadros similares a los que mostraban los medios de comunicación en estos días: las calaveras, los costillares como testigos mudos de la inclemencia.
Ya no hay palabras para calificar todo esto, más aún el cinismo de quienes, en un país que se respetara a sí mismo, deberían demitir inmediatamente ante estos hechos. Pero no pasa nada, todo sigue su curso, como si encontrar restos humanos amontonados como basura a la vera del camino fuera lo más normal del mundo o, en todo caso, un descuido o una desatención. Los responsables deben haberse sentido más acongojados de que todo saliera a la luz que de los hechos que protagonizaron.
Guatemala necesita refundarse desde sus raíces, que un viento fuerte barra toda la indiferencia, el desprecio, la insolencia, la prepotencia que ha venido pegándosenos como costra a la piel durante siglos. Nos hemos acostumbrado a este estado de cosas, a ver como normal esta barbarie, esta insolencia que rebalsa y hiede. Este país en el que no solo los militares orinan sus muros, como decía Otto René, sino toda esa estirpe de ladrones que se llenan los bolsillos hasta reventar, mientras la lava del Volcán arrasa con quienes no tienen un mendrugo de pan para llevarse a la boca.
¡Qué metáfora tremenda de lo que somos han sido todos estos sucesos del Volcán!
Paola González

Internacionalista, con maestría en género y feminismos por Flacso, docente universitaria desde hace más de 10 años. Defensora de los derechos de las mujeres. Integrante de la Asociación de Mujeres para Estudios Feministas.
Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.
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