¡Muera la muerte! Perfil de un dramaturgo centroamericano

-Jaime Barrios Carrillo / TABLAS

El Teatro de Cámara en el Centro Cultural Asturias lleva el nombre de un dramaturgo centroamericano por antonomasia, mas pareciera que no todos los visitantes saben quien fue Hugo Carrillo.

Comencemos diciendo que Hugo Carrillo se escapó de este mundo el 19 de octubre de 1994 y que su sepelio fue una manifestación de los trabajadores de la cultura. Curiosamente,sucedió el mismo día del cumpleaños de Miguel Ángel Asturias, su gran amigo y maestro. Meses antes había mandado a hacer un ataúd tallado en madera que se llevó a su pequeño apartamento en el callejón del Fino, en el centro histórico de la ciudad de Guatemala, lo llenó de libros y también puso ahí una maceta con flores que él mismo regaba. Y dejó testamentado un último deseo (que se cumplió más tarde), pidiendo que en el momento en que estuvieran bajando su ataúd al lecho postrero de la tierra, alguien dijera los emblemáticos versos del poeta salvadoreño Alberto Masferrer:

(…) hazme suave el instante, porque una vez muera,una vez la primera palada de tierra caiga sobre mi féretro, ya nada servirá que me llores y que te lamentes (…)”

Hugo Carrillo era un hombre a un escenario pegado, en el sentido más quevediano posible. Nació en las tablas y murió oficiando, dirigiendo el último acto de la obra dramática que fue su vida. En 1983, Norma Padilla, teatrista guatemalteca de raíces costarricenses, le pidió en una entrevista que le contara algo sobre su familia. Carrillo, histriónico de cuerpo y alma respondió:

Yo tuve una familia muy caótica. Muy contradictoria. Liberal pero no liberada. Mi padre era un médico con grandes dotes para el bisturí y las mujeres. Pero no para la política. Y le encantaba. Y por ello fue a la cárcel en diversas oportunidades. Nunca le fue bien ni con las mujeres ni con la política. Era básicamente un soñador. Ellas, las mujeres, no. Y menos la política. Mi madre por su lado era un general de brigada en busca de tropa. Y la consiguió con sus hijos. Fuimos una pequeña tropa que respondía diligente a la orden más sutil aplicada militarmente con un levantar de ceja o una movida de ojos. Así crecimos de pueblo en pueblo, unas veces siguiendo a mi papá, medio exiliado en hospitales departamentales; otras huyendo de él a la voz de mando de nuestro general asimilado. Después cuando él murió, ella se dio de baja, seguramente cansada de tanta batalla mal ganada y peor llevada. Y tuvo la buena ocurrencia de trasladar su campamento a los Estados Unidos.

¿Cuál era entonces esa familia tan atribulada? El padre, José Domingo Carrillo Magaña, miembro de la generación de 1920, participó en el movimiento estudiantil contra la dictadura de Estrada Cabrera. La madre, Carmen Meza Padilla, era hija del terrateniente Juan Meza. La pareja se casó sin consentimiento de don Juan, lo que se constituyó un escándalo en la cerrada y conservadora sociedad guatemalteca de los años veinte del siglo pasado. Tuvieron seis hijos, siendo Hugo el cuarto en orden cronológico. Un hermano mayor, Raúl Carrillo Meza, fue también dramaturgo y narrador. Todos los hermanos nacieron en ciudades y pueblos diferentes de la República de Guatemala, debido a los avatares de la vida política de don José Domingo y a causa también de su carrera de médico. Hugo Carrillo recordaba siempre la anécdota del pomposo recibimiento otorgado a su padre en Mazatenango, al llegar a tomar posesión del cargo de director del hospital de la localidad, con banda militar y todo el boato provinciano de un pequeño y aislado ayuntamiento. Unos niños no muy lejos del lugar del recibimiento le tiraban piedras e insultaban a un viejillo pobremente vestido, el cual apenas se defendía tapándose la cara con ambas manos. Al preguntar el doctor José Domingo Carrillo Magaña qué pasaba y quién era aquel desgraciado, el alcalde respondió con fingida amabilidad y evidente displicencia que se trataba de un brujo indio “que con la llegada de un médico de verdad se quedaría sin oficio”, ante lo cual el doctor José Domingo Carrillo, para sorpresa del alcalde y de las otras personalidades presentes, se fue directamente a donde estaba el hombre, reprendió a los muchachos y en seguida dándole un inusitado abrazo dijo: “Mucho gusto de saludarlo colega”.

¿Cómo definiría usted su teatro?” le preguntó Norma Padilla a Hugo Carrillo. “¿Cómo defino mi teatro?” respondió Hugo con una contrapregunta, para agregar en seguida:

No lo defino. Lo escribo. Mi teatro es como mi vida y mi tierra. Agua con adjetivo. Agua con adjetivo. Agua ardiente…caliente…templada…fresca…qué sé yo… Mi vida está profundamente ligada a un paisaje. Mi teatro también. Sé y lo saben todos los que conocen mi teatro, que es auténtico. Y por auténtico digo vital. Sangrante no sangriento. Dolido no doliente. Estelar no estrellado… y nada de atrás o de adelante: de hoy.

Hugo Carrillo nació en la ciudad de Cobán en 1928, pero creció en la capital de Guatemala en donde estudió, según sus propias palabras, “en una especie de Auschwitz que era el Liceo Francés”. Allí aprendió, sin embargo, el francés que le serviría mucho después en su estadía en París. Al trasladarse su familia a la ciudad de Quezaltenango, terminó sus estudios secundarios, graduándose en el Instituto Nacional de Varones (INVO) como perito contador, profesión que nunca ejerció. Luego regresó a la capital y tras un encuentro fecundo con el dramaturgo Manuel Galich, inició el desarrollo de su verdadera vocación: el teatro.

Desde niño, en la casa paterna, montaba pequeños escenarios con cajas de cartón y títeres, jugaba con ellos guiado por el deseo de hacer reír a su pequeño público, que empezaba por sus hermanos y seguía con el servicio doméstico, para terminar en algunas casas de vecinos amigos.

Sabía y podía hacer teatro de todo, de lo sagrado o de lo prosaico. La obra de Hugo Carrillo se desliza entre el drama y la comedia, entre lo grotesco y lo sublime, desarrollando los temas en incidentes y cosas que le suelen ocurrir a la gente del pueblo, la vida de la calle y los mercados populares, con lo cual provocaba lágrimas y risas en las que el público reconocía un murmullo subterráneo de identidad.

Todo comenzó en 1950 cuando debutó, como actor, en el Teatro al Aire Libre de la recién inaugurada Ciudad Olímpica de la Ciudad de Guatemala, donde,y coincidiendo con los Juegos Centroamericanos y del Caribe, se llevó a cabo una temporada de autores centroamericanos, con la figura central de Manuel Galich. Eran los tiempos del gran despertar cultural que la Revolución del 20 de octubre había propiciado. Los tiempos del Grupo Saker-ti, que significa amanecer en kaqchikel.

La caída del gobierno de Jacobo Árbenz en 1954 lo conduce al exilio en México, donde se hace miembro del teatro estudiantil de la Universidad Autónoma de México y de allí se traslada a Estados Unidos, donde permanece un año estudiando en el Departamento de Teatro de la Universidad de Bridgeport en Connecticut. Al terminar estos estudios decide cruzar el Atlántico para cumplir uno de sus sueños, vivir y estudiar en Europa:

Tenía 21 años y con esta experiencia comencé a llenarme de luz. Me fui a Europa en 1955 con 20 dólares en un barco italiano de papel, en un camarote de tercera. Al poner pie en tierra perdí uno de mis dos billetes de diez dólares. Llegué a Roma sin una lira pero me quedé en Europa tres años y allá me recorrí a mí mismo, navegando por las venas de mi propio corazón.

En París realiza estudios en la Escuela Dramática de Charles Dullín T.N.P. También es miembro del Radio-Teatro Internacional de la UNESCO y participa en 1957 en el Congreso Internacional de Teatro de las Naciones. En Londres pasa por el Shakespeare Institut y en Italia hace estudios de estructuras dramáticas, con especial interés en la Comedia del Arte, los hermanos Fillipo, las técnicas de Luchino Visconti y las obras de Pirandello.

Regresa a Guatemala con un caudal de experiencias y una obra propia bajo el brazo. Recordemos que fue en 1959 cuando se estrenó La calle del sexo verde, que vino a revolucionar la historia del teatro contemporáneo guatemalteco, a cambiar la perspectiva y el punto de vista de lo que era verdadero teatro y lo que solo era sainete, comedia barata o mera repetición local de clásicos mal adaptados.

La calle del sexo verde rompió el mal hechizo del teatrito costumbrista. Hugo Carrillo conocía las estructuras del arte dramático como muy pocos autores centroamericanos y puso el conocimiento a funcionar en el sentido de lo propio. El actor, arqueólogo y académico Francisco De León, que lo conoció muy bien, afirma:

El maestro Carrillo era una enciclopedia teatral rodante, no había género teatral que no conociera ni técnica teatral que no dominara, de sus recuerdos del teatro brechtiano, en Alemania, su estadía en México donde compartió junto con Samara de Córdoba un sinfín de aventuras, hasta cuando estando “exilado” –como él me decía- en un pueblecito de Escuintla donde escribió la adaptación de El Señor Presidente con la vigilancia de más de mil quiebra palitos en un cuartucho húmedo. Nunca lo vi sucumbir, siempre fue y ha sido para mí el hombre más valiente que jamás he conocido.

Hugo Carrillo, en sus numerosos abordajes y creación teatral, nunca se encerró en un solo personaje o situación específica, sino hacía transitar al público por diferentes personalidades y dimensiones, con el fin de ejemplificar la gracia e ingenuidad de lo simple que es la otra cara de la ignorancia prototípica del subdesarrollo, como en La herencia de la Tula, en contraste con otras facetas de opresión y sufrimiento bajo dictaduras militaristas con matiz inquisitorial, como lo presenta en El corazón del espantapájaros.

El teatro de Carrillo va dirigido a escenificar el drama de los países marginados, empobrecidos y explotados, presentando situaciones y personajes arquetípicos de los pueblos latinoamericanos. Un ejemplo sobresaliente es la pieza, una de sus últimas, Las orgías sagradas de Maximón, que tuvo su estreno en Buenos Aires en 1992 en los teatros Alvear y Regio, con el argentino Fernando Madanes como actor protagonista.

Hugo Carrillo tuvo siempre un interés constante en la proyección centroamericana. Amaba la obra del salvadoreño Alberto Masferrer y era lector incansable de los poemas de Jorge Debravo, Ernesto Cardenal y Clementina Suarez. Estudió con especial interés las raíces del teatro en Centroamérica, ocupándose de las obras fundacionales como el Rabinal Achí de Guatemala, El güegüense de Nicaragua,los autos y loas del hondureño José Trinidad Reyes y el teatro costumbrista de los costarricenses Carlos Gagini y Ricardo Fernández Guardia. Hizo innumerables giras como director, profesor y autor a todos los países del Istmo. En El Salvador residió cortos períodos escribiendo piezas e impartiendo talleres. Fue director huésped del Teatro Nacional de Honduras en 1976. El montaje y adaptación de El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias fue presentado en San José de Costa Rica en 1975. Esta obra fue puesta en escena después por el elenco Rajatablas, dirigido por el argentino Carlos Giménez en Venezuela y llevada en gira a algunos países europeos. No olvidemos que esta obra ostenta todavía el récord de presentaciones, casi todas en la Universidad Popular, con más de 300. Cabe recordar la anécdota de Frans Mez: a Hugo se le ocurrió escribir este libreto y presentarlo con el seudónimo de Franc Mez (Hugo FRANCisco Carrilo MEZa) usando las primera letras de su segundo nombre y apellido materno, aunque después cambió el Franc por Frans. Algunos de sus antiguos y tradicionales detractores elogiaron la obra de Frans Mez y Hugo gozó mucho con esto.

El humor era rasgo esencial de la personalidad de Hugo Carrillo. Es un teatro dual. Por un lado engloba la muerte, pero al mismo tiempo conlleva siempre al descubrimiento de la alegría de vivir intensamente. Nos hacía reír pero también pensar. Nos hacía con toda propiedad “suave el instante”, que es este paso breve de la vida. Pero detrás de sus bromas y sus geniales ocurrencias había un sentido profundo de la existencia. Esta fue una constante a lo largo de todo su quehacer literario, en su forma de vivir y en su relación con el mundo y los demás. Buscándose a sí mismo encontró el sentido de su vida en el servicio y, ante todo, el valor de la solidaridad y la amistad. Sin afectar por ello, sino lo contrario, sus altas exigencias estéticas.

Una aspecto muy relevante en la obra y vida de Hugo Carrillo es el teatro para estudiantes de secundaria. En una labor gigantesca, adaptó sus propias obras y la de los clásicos latinoamericanos, españoles y universales en versiones pedagógicas y digeribles para los alumnos de institutos nacionales y colegios privados de educación media.

De los amigos de Hugo y de Hugo como amigo, se podrían escribir páginas enteras donde se contarían hermosas, tiernas y humanas anécdotas. Me limito a dar una lista desordenada de nombres, dentro de muchos que faltarán. Entre las amistades en Suramérica: el entrañable amigo uruguayo Atahualpa del Chopo y el colombiano Enrique Buenaventura. Carmen Naranjo, Joaquín Gutiérrez y León Pacheco de Costa Rica. El emblemático Toño Salazar en El Salvador. Y sus connacionales “de toda la vida”, como él mismo decía: Tasso, Ligia Bernal, Zoila Portillo, Consuelo Miranda, Concha Deras, Samara de Córdova, María Mercedes Arrivillaga, Javier Pacheco, Ramón Banús, Mario Monteforte Toledo, Miguel Ángel González, Rubén Morales Monroy, Manuel José Arce, René Molina, Marina Coronado, Luz Méndez de la Vega, Roberto Cabrera, Francisco De León y Judith González.

Hugo Carrillo, ciudadano esencial de las tablas centroamericanas. Lo que se pueda decir se quedará siempre corto: el autor, el director, el escritor, el fundador de elencos y compañías, el profesor, el poeta, el políglota, el amigo, el humorista, el rebelde. Consigno, sin embargo, un diálogo lejano, cuando yo mismo comenzaba a escribir en los periódicos y en otras partes, y dudaba, yo dudaba. Siempre se duda cuando se mete uno a esto de hacer letras con las letras. “Hugo – le pregunté –¿podés vivir del teatro, de lo que escribís?” Como un relámpago me respondió: “Si no escribo me muero…si dejara de escribir y me dedicara a otras cosas más rentables, mi cuerpo viviría seguramente mejor pero mi alma se moriría. No, todos los días al sentarme ante la máquina de escribir me digo: ¡muera la muerte! y comienzo a escribir.” 

Jaime Barrios Carrillo

Columnista, escritor, investigador, periodista nacido en 1954 y residente en Suecia desde 1981, donde trabajó como coordinador de proyectos de Forum Syd y consultor de varias municipalidades. Excatedrático de la Universidad de San Carlos, licenciado en Filosofía y en Antropología de las universidades de Costa Rica y Estocolmo.

Tablas

4 Commentarios

Luis Raúl 21/10/2019

Gracias Jaime por este magnífico paseo por historia de la la vida de Hugo. No me cabe duda que este escritor tan humano, marcó una nueva senda en el teatro centroamericano. Dejó un legado que las nuevas generaciones de actores y escritores recibieron con entusiasmo, para recoger la estafeta de la nueva forma de presentar el drama del entorno aberrante de nuestro devenir nacional. Nos presentaste un artículo de excelencia, y nos hiciste grato el instante.

Edith Garcia 20/10/2019

Hugo Carrillo permanece en la historia del teatro de Guatemala. Sus obras de gran calidad marcaron una epoca que se recuerda con un teatro de calidad que transmitia conocimiento y reflexion sobre la vida y sobre politica del pais, ofreciendo un punto de vista humano y renovado sobre la vida.

Luis Arce 20/10/2019

Sólida crónica en homenaje al dramaturgo Hugo Carrillo, un excepcional personaje que nació, creció, vivió y murió haciendo teatro.
Un teatro en el que se refleja, sin ninguna duda, las vivencias de una vocación a la que se dedicó en cuerpo y alma.
Brillante remenbranza, de verdad.
Gracias Jaime por ésta memoria viva de la vida, influencia y realizaciones de Hugo, un soñador Quijote que hizo del teatro… una obra de arte.

Consuelo 17/09/2017

Los aportes de Hugo Carrillo al teatro guatemalteco son históricos y significativos. Era un hombre muy generoso y con gran sentido del humor. Haciéndole justicia el Teatro de Cámara lleva su nombre.

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