Carlos Enrique Fuentes Sánchez | Política y sociedad / EL EDUCADOR
Era mayo de 1971. Como estudiante de sexto grado de magisterio, de la gloriosa Escuela Normal Rural «Pedro Molina», de La Alameda, Chimaltenango, Carlos realizaba sus prácticas en una comunidad rural kaqchikel, Chuchuká, situada a 14 kilómetros, a pie, de la cabecera municipal de Patzún, en el mismo departamento.
La maestra titular de la escuela, de apellido Ruiz Theissen, al observar, durante dos mañanas de clases, las capacidades didácticas, administrativas y artísticas poseídas por el practicante, decidió dejarlo solo durante diez días y aprovechar para hacer algunas gestiones en la Supervisión Departamental, señalando al practicante los contenidos a impartir durante dichos días a los niños de preprimaria, y primero, segundo y tercer grado de primaria. Era un total de 27 alumnos, entre varones y niñas, comprendidos entre los 4 y 13 años. A Carlos no le costó atenderlos, porque la Normal «Pedro Molina» lo había capacitado para trabajar en escuelas unitarias, es decir, en escuelas donde un solo maestro atiende hasta cinco o seis grados. De dicha Normal se salía, como decían los profesores de la misma, «preparados para ir a dar clases al infierno, si fuese necesario».
Pero la historia a contar, es la siguiente. La sexta noche de quedarse a dormir solo dentro del aula, que le servía de dormitorio, como a las 12 de la noche, Carlos escuchó ruidos en la puerta, como si alguien quisiera abrirla. Se alarmó. Luego siguieron empujones en una de las ventanas del aula, la más baja. Entonces Carlos se paró y tomó el machete que lo acompañaba para cualquier necesidad. Con el machete empuñado se acercó a la puerta, en ese momento, escuchó que volvían a empujar la puerta. Se armó de valor, con el machete alzado en su mano derecha, abrió la puerta y… ¡sorpresa! Era un coyote que querría comerse algo que había olfateado. Ambos se asustaron. El coyote salió corriendo hacia el monte y Carlos se quedó paralizado con el machete en la mano.
Lo principal de la historia, no obstante, es lo siguiente: cuando Carlos se quedó en la puerta, entre asustado y alegre, escuchó, en el otro lado del patiecito de recreo, una risa suave. Entonces sí se asustó y preguntó: «¿Quién está allí? ¿Qué quiere?» Entonces, la risa fue un poco más fuerte y del monte se irguió una figura humana con sombrero y un poncho sobre la espalda que preguntó: «¿Te asustaste maestro?» Carlos, volvió a preguntar: «¿Quién es?» La respuesta fue, «Soy Diego». Entonces, ya más calmado, Carlos preguntó: «¿Y qué está haciendo aquí, tan tarde, Diego?» «Cuidándote, Maestro», respondió, agregando: «Todas las noches, uno o dos de nosotros, los de la comunidad, venimos a cuidar a la maestra, y como ella no está, venimos a cuidarte a vos».
Carlos se quedó sin palabras. Solo alcanzó a decirle: «¡Muchas gracias! Diego. Buenas noches». Y cerró la puerta. Ya en su lecho, reflexionó sobre el hecho y reconoció lo grandiosas que son las personas de las comunidades indígenas. ¡Cómo quieren a sus maestros! Sacrificar una noche su sueño, teniendo que trabajar al día siguiente, para cuidar a su maestro,… ¡es realmente extraordinario! Se durmió y, al día siguiente, recordando el hecho, redobló sus intenciones de llegar a ser un buen maestro.
En otra ocasión, como a las ocho de la noche, sorpresivamente entró una moto a la aldea, la cual se parqueó frente a la escuela y antes de que el piloto se bajara, gran parte de los hombres de la comunidad, machete en mano, estaban ya rodeándolo. Ya sin temor, Carlos salió del aula-dormitorio y se acercó al piloto, quien pálido y muy asustado, dijo: «Solo vengo a dejarle un telegrama al señor Carlos Fuentes». Explicado el asunto, Carlos recibió el telegrama y el señor pudo retirarse. Los aldeanos se fueron a su casa hasta que ya no oyeron el ruido del motor de la moto.
Ambas experiencias marcaron la vida de Carlos y le enseñaron a amar a los pueblos indígenas. Al graduarse, fue beneficiado con una beca para estudiar en la Universidad de San Carlos y ya no pudo regresar a dar clases como maestro titular a aquella escuelita. Con esos estímulos, no obstante, Carlos continuó por el sendero de los maestros entregados a la docencia, al beneficio de las comunidades donde ejerció de profesor, y a la defensa y desarrollo del magisterio y la educación nacionales, lo que muchos años después le valió para ser galardonado con la Orden Nacional «Francisco Marroquín», máximo honor otorgado a los maestros. Las anécdotas narradas evidencian cuánto puede influir un estímulo positivo en la formación y desempeño de un maestro. Gracias, comunidad de Chuchuká, porque con su cariño hicieron de Carlos un maestro responsable y dedicado.
Fotografías por Carlos Enrigue Fuentes Sánchez.
Carlos Enrique Fuentes Sánchez

Pedagogo y Educador, con 40 años de experiencia docente en los diferentes niveles del Sistema Educativo nacional; surgido de los barrios pobres de la Capital pero formado en diferentes departamentos de la republica. participante y decisor en procesos y redacción de documentos de trascendencia en la educación nacional en los últimos años. Asqueado de la historia de injusticia social que vive Guatemala desde la invasión Española, así como de la historia de masacres y crímenes políticos sufridos por la población, aspira a una Guatemala diferente, justa, democrática y humana, a la cual se pueda llegar por medio de una educación popular y revolucionaria, para todos y todas.
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