Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES
Está famosa escultura de Moisés fue hecha por Miguel Ángel entre 1513 y 1515, por encargo del papa Julio II y se encuentra en la iglesia de San Pietro in Vincoli en Roma. Capta magistralmente el momento en que el profeta, después de pasar 40 días en la cima del Monte Sinaí donde escribió los Diez Mandamientos, los diez preceptos morales que dijo haberle dictado Dios, en dos tablas de arcilla, encuentra su pueblo venerando o rindiéndole culto a un becerro de oro que había fabricado en su ausencia, y se apresta, indignado al ver este acto de idolatría, a arrojarlas contra el becerro para destruirlo.
Este episodio tiene una importancia trascendental en la constitución de la fisonomía de su Dios Yavhé, que es un dios sin nombre propio porque este nombre significa «Soy el que soy», y sin forma física-corporal que, sin embargo, tiene una voz que el profeta dice escuchar, como la que dijo haber escuchado alguna vez antes Abraham. Una voz que le habló para comunicarle esos diez mandatos morales. Al hacerlo así, Moisés le dio a su dios la capacidad del lenguaje, que es la misma que él tenía y que tienen todos los seres humanos, convirtiéndolo de este modo en un ser de lenguaje por excelencia, en El Verbo. Hecho que quiso confirmar definitivamente transcribiendo o poniendo por escrito en esas dos tablas de arcilla lo que pensó o afirmó haber escuchado de su voz.
Pero como, además, lo que afirmó que le dijo o comunicó Dios fueron precisamente esos 10 mandatos o normas morales para que se las enseñara a su pueblo y así aprendieran a vivir como seres dignos de Él, o mejor, para que aprendieran a ser dignos seres humanos, le dio un segundo rasgo fundamental a su Ser: el de ser un Ser moral supremo.
De esta manera, Moisés forjó la imagen tal vez más perfecta –ciertamente enriquecida y complementada después por Jesús– que alguien haya creado en la historia de un ser divino, la de ser un ser que se funde e identifica con los sonidos lingüísticos que portan o conducen valiosos preceptos morales, o por lo menos algunos de ellos, que los hombres deben escuchar, obedecer y respetar para que aprendan a vivir como verdaderos seres humanos.
Moisés y la religión monoteísta es el último libro que escribió Freud entre 1934 y 1938, en el que realiza tres afirmaciones o proposiciones centrales que sostiene recurriendo a fuentes históricas, a investigaciones historiográficas. La primera, que Moisés, en contra de lo que dicen los relatos bíblicos sobre él, no era hebreo sino egipcio. La segunda, que fue un fiel seguidor y partidario de la religión monoteísta establecida por el faraón Akenatón, 1330 años antes de Cristo alrededor del dios solar Atón; y como los egipcios no aceptaron a esta divinidad como una divinidad única y soberana, decidió, entonces, enseñarles o imponerles a los judíos que vivían en esa época esclavizados en el país, la idea de un dios único que la imagen de ese dios egipcio encarnaba. Pero estos rechazaron esa imposición que les hizo renunciar a creer en la existencia de diversos dioses en aras de uno solo; y para liberase de ella decidieron, entonces, matarlo, así como los varones de los grupos primitivos originales mataron al padre común que les prohibía sostener trato sexual con sus hermanas, que les prohibió practicar el incesto, tal como lo sostuvo años antes en su libro Totem y tabú. Crimen que reprimieron en su inconsciente para olvidarlo. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta represión se aflojó y lo comenzaron a recordar, provocándoles un fuerte sentimiento de culpa por haberlo cometido; sentimiento de culpa que los hacía sufrir. De ahí, que les surgió el deseo poderoso de suprimir ese malestar que sentían, resucitando o reviviendo la figura de ese padre religioso común asesinado para reconocerle el valor de la idea monoteísta que les había transmitido.
Esta versión de Moisés que ofrece Freud no la pudo probar plenamente, como él mismo lo reconoció. Los datos históricos de que dispuso no eran suficientes para corroborar su hipótesis. Sin embargo, su propósito no era solo probarla sino también uno más significativo, el de poner en tela de juicio la pretendida verdad de este relato bíblico sobre la vida de este personaje fundamental de la historia tanto de la religión judía como de todo el cristianismo. O, expresado en otras palabras, este relato religioso bíblico, si es verdadero como afirman los que creen en él, debe ser corroborado por los hechos históricos que los científicos ponen en evidencia. Este debe ser el criterio o principio central que debe guiar a todos los que leen los textos y relatos de este libro sagrado. Criterio de lectura crítica-racional que ya en el siglo XVII otro judío genial, el filósofo Spinoza, había establecido y puesto en práctica en su libro Tratado teológico político.
Sin embargo, Freud y los críticos racionales de este texto religioso aceptan como real el hecho de que Moisés escribió en el monte Sinaí, en dos tablas de arcilla, los diez mandatos morales que afirma que Dios le comunicó para presentárselos a su pueblo que había liberado de la situación de esclavitud en la que vivía en Egipto y que dirigía hacia la tierra prometida. Y, por lo tanto, no pueden dejar de reconocer que, en ese momento, Moisés le dio fisonomía única y significativa al dios Yavhé en el que creían los judíos desde hacía tiempo, o mejor, creó la imagen única de un Dios que ha pervivido a lo largo de los siglos, la de ser un ser del lenguaje, que lo usa para hablar con los hombres, transmitiéndoles valiosos mensajes morales.
Imagen que duró, como digo, inconmovible y sagrada entre los creyentes tanto judíos como cristianos, hasta que Spinoza la desacralizó considerándola no verdadera al sostener que Dios es una sustancia natural impersonal que, de acuerdo a la definición misma de este término, subsiste en sí y por sí de manera invariable, como una realidad que permanece siempre idéntica a sí misma, o sea, como una realidad que tiene el poder supremo de conservarse totalmente homogénea en el curso interminable del tiempo y en la extensión infinita del espacio. Y, como toda sustancia natural, tiene una propiedad esencial que la caracteriza, la de producir o causar, mediante su actividad incesante, los infinitos modos de ser de la naturaleza misma. Llamó a esta sustancia natural infinitamente productiva naturaleza naturante, y a los diversos modos que engendra les dio el nombre de naturaleza naturada, para indicar precisamente la dependencia absoluta que tiene la existencia de la naturaleza física de la naturaleza de Dios.
Este acto de Spinoza de forjar una imagen del Dios judeocristiano, nueva y sustancialmente diferente, es un acto valioso que pone de presente la posibilidad que siempre tienen los hombres de forjar diversas imágenes del Dios o de los dioses en los que creen; imagen que destaca la presencia que tiene o debe tener en la totalidad infinita de la naturaleza. Sin embargo, es una imagen que tiene el defecto o la limitación que lo deshumaniza a privarlo del atributo fundamental del lenguaje, propio de los seres humanos, que Moisés le había dado.
Y es este atributo que le dio a esta imagen de dios que forjó, el que le ha permitido pervivir a lo largo del tiempo en la mente y el espíritu de todos los hombres que la han conocido, el atributo que le ha dado la «eternidad» que reclama para su ser. Gracias a él, los hombres que creen en Él no solo lo perciben como un ser sobrenatural sino también como alguien cercano que les habla y con el que también pueden hablar, como el interlocutor de un diálogo en el que se afirman, como lo hacen cuando practican todo diálogo, como verdaderos seres humanos.
Fotografía principal, escultura de Moisés por Miguel Ángel, por Camilo García Giraldo.
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
Correo: camilobok@hotmail.com
2 Commentarios
El monoteísmo necesita un trabajo de abstracción. A partir de la información sensorial, el ser humano tiene la capacidad de representar las cosas. Esas piedras permiten de construir las catedrales. Su ensamblaje obedece a un plan. Nuestra percepción de esos trabajos es parcial. El instinto de conservación humano conduce a la búsqueda de refugios. Es el caso de la identidad racial y de la idolatría. El texto de Freud ha sido desde su publicación, objeto de una censura silente. Si Moisés, fue de origen egipcio, se refuta toda pretensión racial del pueblo elegido. Seguidores de la idea de Freud, los hermanos Sabbah, ilustran con ejemplos sus tesis. Pero no hay pruebas irrefutables. Simplemente indicios. He allí el misterio al que obliga toda reflexión sobre la divinidad. Esos ejercicios pueden darle un sentido a la vida. También pueden llevar al fanatismo y a la pérdida total. Amén.
(1) https://afrikhepri.org/es/Descubrimos-el-mensaje-oculto-de-la-Biblia.
Moisés establece la Ley que es solo para los judíos. El Dios es Padre. Para los cristianos es Dios Trino, al ser 3 personas en uno.
Moisés ratifica la alianza, basada en la circuncisión, pureza ritual y las normas sobre los alimentos.
Ya no hay un judeocristianismo, pues la primera etapa era la conversión de judíos al cristianismo.
Pablo amplió el cristianismo y lo europeizó. Después se hizo universal.
La ley mosaica, tal cual, no es camino de vida, por ejemplo, para quien no es judío.
El cristiano sí está obligado a cumplir la parte de la ley de Moisés que es universal y eterna, que se resume en el Decálogo.
Por favor, lea el capítulo 2 de la Carta a los romanos de Pablo.
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