Carlos Gerardo | Arte/cultura / RESIDENCIA CON LLUVIA
Creo que la cuestión fundamental hoy es la de admitir
que la lucha por los procesos de afirmación de una
posición o de su contraria (que suelen generar
exclusiones recíprocas) no utilice en su proceso de
argumentación una imagen acrítica, vaga, llena de
prejuicios o de parapetos que funcionan casi siempre
como coartadas ideológicas tanto de la literatura
emergente como de la literatura consagrada.
Teoría del canon y literatura española. José Ma. Pozuelo Yvancos
La palabra «moderados», en sus múltiples variantes (tibios, alienados, fachos disfrazados, etcétera) ha sido utilizada en términos peyorativos en las redes sociales para criticar una postura política. Es difícil entender cuál es esta postura, pues lo interesante es que, aunque el término se ha vuelto el caballo de batalla en mecanismos de deslegitimación y debate, no ha habido una aproximación seria para caracterizarlo. Esto se debe a que no hay una apreciación completa de lo que significa la «moderación» per se. La palabra únicamente vale cuando funciona para señalar –y acusar– un discurso político como «incorrecto». Esta acusación, obviamente, se hace desde un lugar discursivo que se percibe como cierto, y que presume de estar fundado en una extensa formación histórica y política. Además, invita a pensar en las raíces de los problemas estructurales de Guatemala. De ahí que también se denomine un pensamiento radical.
No he encontrado ninguna referencia a los moderados que no sea peyorativa. El deslegitimar un discurso cuya intención mediata es similar a la intención del discurso radical que desprecia la moderación, únicamente por diferir en cuanto a formaciones o metas a corto plazo y por diferir en cuanto a los medios para llegar a esa intención, me parece contraproducente. Pero creo que esto es lo de menos. La forma en la que se da la deslegitimación es casi siempre violenta. Replica de forma milimétrica la misma violencia acrítica con la que se ha deslegitimado a la izquierda misma: creando falacias argumentativas, argumentando contra los sujetos del discurso y no contra los argumentos y demonizando cualquier acción que difiera de las que ellos consideran legítima.
Acusar la moderación de ser un «problema» o un «enemigo» que obnubila la emancipación, por no converger de forma absoluta con formas específicas de pensar o actuar, sin concebir la posibilidad de evaluar y dialogar con esa forma, es sucumbir al ejercicio de la violencia. Una violencia que enarbola la bandera de una criticidad incuestionable y radical, y que por lo mismo, no se da cuenta de su acriticidad. A lo mejor la radicalidad no esté exenta de moderación, al concebir únicamente dos discursos posibles: el suyo y el resto. Y a lo mejor la moderación sea más radical de lo que la critican.
El marco en todos los niveles para organizar la vida debería tener a la vida como prioridad. En otras palabras, concibo este marco como un marco ético, en el que la vida del otro o de la otra sea la razón principal por la cual hay que procurar marcos secundarios: legales, políticos, sociales. Y en lo poco que tengo de conocer propuestas políticas diferentes, hay algo que me ha quedado muy claro. Es un punto en el que convergen la mayoría de organizaciones comunitarias y de resistencias que he conocido: la violencia no es una posibilidad para resolver conflictos. Las dinámicas de imposición y despojo del extractivismo son violentas y lo son de una forma terrible. A lo mejor estén demandando una respuesta igual de violenta para poder imponerse y a lo mejor los discursos radicales urbanos, que a veces están lejos de conocer estos conflictos, estén a favor de esa respuesta. Pero una forma aún más radical de pensar ocurre en las comunidades que han resistido de forma pacífica. Esta es la verdadera derrota del sistema, aunque no se trate de una derrota heroica; porque debemos dejar de creer en esos heroísmos. El sistema de pensamiento que promueve la violencia y, de forma inmediata, la desposesión, la invasión y el genocidio, se ve derrotado con una respuesta que no vea a la violencia como una posibilidad. Los discursos radicales evidencian ante esta situación las limitantes de su visión, incapaces de salir de los límites de la razón utilitaria.
Uno de los aportes más valiosos de la escuela de Fráncfort al pensamiento filosófico fue la valoración de la postura del sujeto como una instancia que debe ser necesariamente sometida a un proceso de escrutinio. No hay ningún riesgo más grande que el de pensar que tenemos la razón de nuestro lado. La condena contra los «moderados» surge de la necesidad de inventarse una categoría para satanizar discursos que no sean el propio. Nace de un lugar de enunciación que enarbola autoridad, una autoridad acrítica que no logra concebir perspectivas diferentes. Este párrafo, si bien busca funcionar como una crítica, no debe despertar las sospechas de la formación de un juicio de valor. Bastante comprensible es esta postura, desde una generación a la que le tocó vivir una de las guerras más atroces y sucias de América Latina. Sin embargo, al reproducir el discurso de la condena y la violencia, realmente no estamos pensando de forma distinta. Verdaderos cambios se gestarán cuando erradiquemos, por ejemplo, el racismo estructural de nuestras sociedades o el machismo que, muchas veces, es en estos espacios «radicales» donde más se evidencia. Cuando dejemos de pensar nuestra historia en términos heroicos y comencemos a pensarla en términos humanos y falibles, y asumamos esa falibilidad y esa humanidad como características que es preciso tomar en cuenta a la hora de pensarnos. Pero no sé, no más decía.
Carlos Gerardo

Mi nombre completo es Carlos Gerardo González Orellana. Nací en El Jícaro en 1987 y migré a la ciudad de Guatemala a los doce años. Me gradué como ingeniero químico en 2010 de la Landívar, pero dejé de ejercer mi profesión formalmente a inicios de 2016, con el fin de dedicarle más tiempo a mi carrera humanística. También estudié Literatura en la Universidad de San Carlos de Guatemala y Filosofía a nivel de maestría en la Landívar, de nuevo. Trato de ser consecuente con la decisión que tomé y le dedico a la escritura y a la lectura todo el tiempo que puedo. Me gusta mucho la poesía, leerla sobre todo, pero también escribirla, y estos ejercicios han sido constantes en mi vida. Escribir y leer representan un signo de identidad para mí. Estoy seguro de que la literatura es algo muy importante y de que no es algo que se pueda tomar a la ligera. Además de eso me gustan el vino, el cine y las conversaciones.
Un Commentario
Qué interesante todo lo que tú escribes en esta oportunidad. Me pareció bastante oportuno leerlo, ya que últimamente he tenido un gran (?) con respecto a la categoría de -moderado-. No había encontrado una explicación del término tan precisa como la que tú proporcionas acá. Saludos.
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