Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO
De niña yo no tuve modelos a seguir que fueran mujeres y en el mundo profesional, aparte de las mujeres de mi familia, todas secretarias ejecutivas que, por su educación en el exterior y su facilidad con el inglés, subieron el escalafón corporativo para alcanzar diferentes puestos administrativos. Al menos eran los años en que para esto no se pedían títulos universitarios, sino trabajo duro y gente que «no se quejara».
Yo asumía que ese iba a ser mi destino laboral y no me entusiasmaba para nada, aunque sentía cierta resignación. Los modelos que existían para mí, diferentes a estos (al menos en cuanto a relaciones de poder), eran masculinos: profesionales que se habían graduado de la universidad o «administradores de empresa» empíricos que salían adelante en empresas familiares o de conocidos que les abrían la puerta por las redes de amistad. Y era obvio, además, que una gran parte del trabajo de estos ejecutivos los hacían las mujeres de la empresa. Todo esto me alejaba emocionalmente de la idea de trabajar en ámbitos corporativos. Ahora lo reconozco como lo que es: la idea me deprimía.
Siempre soñé con estudiar en otro país. Y así, maniobrando, pude con el tiempo estudiar en el extranjero –y mis estudios me los pagué a pura beca, préstamos y trabajo–. Y ahí fue donde por primera vez vi mujeres en el ejercicio de sus funciones profesionales, a las que me gustaría emular. Recuerdo estar en clase, mirando a mis profesoras universitarias, la manera en que se vestían (¡definitivamente no como personas de gerencia administrativa, más bien como personas en libertad de expresar su creatividad en el vestir como se les diera la gana!); la comodidad con la que se movían en el espacio público, como si este les perteneciera; la seguridad con que exponían sus conocimientos, sin disculparse por la posibilidad de ofender o preocuparse del «qué dirán». Y pensaba ilusionada «¡Eso quiero ser yo!», pues no me cabía duda de que allí, yo podría lograrlo. Lograr lo que fuera.
Naturalmente mucho de este sentir era ingenuidad y falta de experiencia. El tiempo me mostraría que no es el gallo como lo pintan, que la academia en el extranjero puede ser tan machista como cualquier otro ámbito. Pero también es verdad que, en países más avanzados, se ha eliminado y se continúa eliminando lo más rancio de estas patologías sociales que normalizan la desigualdad de género (y otros factores similares, como etnia, edad, orientación sexual, etcétera). A lo que voy es que tuve que salir del país para, a principio de los 80 y 90, tener realmente acceso a una abundante variedad de ejemplos de mujeres profesionales en ámbitos que no fueran la docencia, enfermería o burocracia. Ojo, que no digo que no existieran. Simplemente, en Guatemala no eran tan comunes y visibles como en otros países.
Eso fue entonces y tras décadas en el exterior, veo que ha ido cambiando la cosa en Guatemala, para bien y para mal. Hay más mujeres en las universidades y variedad de profesiones –es más, cuando he dado clases en la universidad, a todo nivel hay más mujeres que hombres en mis clases–. A la vez, sin embargo, se han ido erosionando las prestaciones laborales que existían para hacer la calidad de vida de la clase trabajadora –obrera y media– más digna y llevadera. Claro que esto último no está directamente relacionado al incremento de mujeres en el ámbito profesional, mas sí es un importante fenómeno paralelo.
En lo que a mí concierne, nunca perdí cierto sentimiento de incomodidad con trabajar en ámbitos convencionales de oficinas y administración, a pesar de que me tocó hacerlo muchas veces en mi vida. Soy más feliz y productiva en otros ámbitos; la investigación, la escritura, la traducción y la docencia. Estoy segura, además, que incluso sería más feliz trabajando en, qué se yo, un vivero, con las manos metidas en la tierra, que en una oficina. No mentiré diciendo que planeé mi vida perfectamente, pero paré en donde tenía que parar y aunque a veces extraño la camaradería que se forja en ámbitos corporativos entre las personas que ahí trabajan, no cambiaría estar encadenada por horas a mi escritorio, frente a la ventana que da al jardín que yo he ido cultivando –haciendo lo que hago–. Y esto se lo debo a haber tenido acceso a otros modelos y otras posibilidades de lo que una mujer puede hacer para ganarse la vida.
Fotografía tomada de Pixabay.
Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.
Correo: info@trudymercadal.com
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