Mochilas y cuadernos: algunos datos del movimiento estudiantil

José Domingo Carrillo Padilla | Política y sociedad / CALEIDOSCOPIO

Este artículo realiza una síntesis bibliográfica de diversos artículos publicados acera del movimiento estudiantil latinoamericano. La valoración bibliográfica se completa con experiencias de vida e investigación sobre el tema.

En Guatemala, durante la primavera del año de 1962, las protestas callejeras iniciadas por estudiantes durante los meses de marzo y abril, se originaron a partir de los reclamos de los alumnos de educación media y superior organizados en el Frente Unido Estudiantil Guatemalteco Organizado (Fuego), en contra de la presencia británica en el territorio de Belice, vieja y trasnochada aspiración guatemalteca sobre un territorio que si bien pertenece geográficamente al istmo centroamericano, en términos históricos y culturales no lo fue. La movilización transitó de una demanda nacionalista, hacia una confrontación con el gobierno de Miguel Ydigoras Fuentes (1958-1963), debido al fraude electoral de noviembre de 1961, además del inicio del levantamiento armado del 13 de noviembre de 1960.

En México, durante el otoño de 1968, las protestas callejeras efectuadas por un heterogéneo conglomerado social encabezado por estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y de la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM) en el denominado Consejo Nacional de Huelga, fue reprimido por el Batallón Olimpia durante la administración del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970).

Al igual que en Guatemala, los hechos se originaron por causas fuera del ámbito político. En México, la gresca entre estudiantes por los resultados de un partido de fútbol americano entre equipos deportivos del Politécnico y la UNAM, fue disuelta por los granaderos. Estos detuvieron a algunos de los participantes e ingresaron a las instalaciones educativas adscritas a la Universidad. En Guatemala, los estudiantes estuvieron dispuestos a colorear el suelo patrio de rojo frente a la presencia colonialista británica. Ambos detonantes fuera del ámbito académico.

Por esa razón los movimientos estudiantiles adquieren connotaciones políticas, dotan de una identidad específica, la del estudiante rebelde que trasciende sus preocupaciones de las aulas a las calles.

¿Por qué las movilizaciones encabezadas por estudiantes se volcaron en expresiones callejeras de desobediencia civil? De acuerdo con algunos autores, el movimiento estudiantil se caracteriza por una contradicción. Nace en un contexto carente de solución a los indicadores de pobreza, se desarrolla en las universidades, que aparentan ser territorios libres, en donde la ausencia del control vertical de la autoridad del Estado se desvanece. Esa contradicción produce al líder estudiantil permanente o, en su defecto, al líder que continúa la política por otros medios, en los partidos políticos tradicionales.

Esto tal vez nos explique por qué las orientaciones y normas que regulan la acción estudiantil se originen en asuntos domésticos –la soberanía sobre Belice o resultados deportivos– y desemboquen en movilizaciones que presumen representar al pueblo, un pueblo por demás difícil de definir y describir en su propia acción social. Los movimientos estudiantiles en su afán por dirigir las luchas sociales, concluyen por ser rebasados por las demandas de la sociedad civil. El ejemplo más cercano es el paro nacional convocado por los estudiantes de la Universidad de San Carlos de Guatemala el 20 de septiembre de este año. Si bien el efecto fue exitoso, la solución de las demandas no se avizoran: renuncia de los integrantes del congreso y posibilidad de enjuiciar al actual presidente por manejos irregulares de las finanzas públicas.

Entonces, por qué –otra interrogante que podríamos comentar– encuentran límites institucionales y sociales los movimientos estudiantiles, ¿será como lo apuntan algunos autores por la naturaleza transitoria de la condición de estudiante? ¿Será acaso porque una vez graduado en una licenciatura los valores y las normas que orientan a los estudiantes se modifican debido a las dificultades laborales?

Sea cual fuese la respuesta, no excluye reconocer que los estudiantes han sido y serán –eso espero– la conciencia lúcida de la juventud latinoamericana que se opone y opondrá a los jinetes del apocalipsis actual. La corrupción, el clientelazgo, la impunidad, el acoso y otros agravios sociales difíciles de erradicar en las propias universidades. Las posibles respuestas tampoco excluyen que hoy honremos la memoria de aquellos estudiantes que durante los meses de marzo y abril de 1962 en Guatemala y los mismos estudiantes en octubre de 1968 en México, se atrevieron a pensar que podían cambiar el mundo. ¿Lo lograron?


José Domingo Carrillo Padilla

Doctor en Historia, investigador nacional del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), profesor/investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México

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