Migración actual: desintegración humana

Brenda Lara Markus | En la voz de los actores / ¿QUIÉN, QUÉ Y POR QUÉ?

La migración no afecta solamente a la clase obrera o a quienes viven en pobreza extrema, en diversos aspectos afecta a las clases medias también. La desintegración familiar no es menos importante que el movimiento económico.

No es por caer en sentimentalismos, pero no solamente la familia nuclear es importante para la crianza de un ser humano equilibrado. En nuestros países se acostumbran las familias grandes, o al menos, se acostumbraban hasta la década pasada y no solamente afecta a individuos de nuevas generaciones, también a la cultura y las costumbres.

Cada vez es menos frecuente “el familión” para días festivos. Recuerdo en la década de los ochenta cuando mi familia, como la de mis vecinos o compañeras de colegio, solíamos tener reuniones numerosas alrededor de una mesa, de un árbol de Navidad o incluso en los funerales, siendo uno de los acontecimientos que reunía a familiares no solamente cercanos, sino a los que se les ve solamente muy de vez en cuando. Pero hoy ya ni eso, un mensaje al Whatsapp o por Facebook es suficiente para dar el pésame, pues muchos integrantes han migrado. Resulta curioso, antes el encuentro familiar y la muerte; hoy, por el contrario, la migración provoca encuentro con la muerte.

A pesar de las fáciles y eficaces comunicaciones, no siempre se logra mantener el lazo familiar. Nunca será lo mismo un plato bien servido de fiambre, que mandarle las fotos a nuestros primos por las redes sociales, por ejemplo. Esto incluye el riesgo de que las recetas de las abuelas están acabando por desaparecer, ya no hay nietos o nietas interesados en mantener costumbres familiares, el capitalismo nos obliga a estudiar, obtener maestrías, doctorados para criar mano de obra “calificada” y barata, pero sin sazón de vida, sin calor de familia, sin identificación cultural. El concepto de “familias felices” se reduce a quien tenga más títulos profesionales, mejores carros o casas mejor ubicadas, o peor aún, quien logre establecerse fuera de Guatemala. Entonces dicen “a mi hijo le fue bien”, mientras madres y padres mueren en soledad, posiblemente esos buenos sueldos en el extranjero sirvan para mandar el dinero y les den a esos padres unos dignos últimos años en asilos, que cada vez son más lujosos y completos en nuestros países.

Recuerdo que varias navidades y noches buenas las pasábamos en casa de mi tía. Había que quitar los muebles de la sala y ocupar tres cuartos de ella para colocar todos los regalos que entre todos juntaban. La repartidera llevaba, al menos, un par de horas, pues se leía cada una de las tarjetas y se entregaba uno por uno, después de la oración grupal a las doce, la quema de los cohetillos donde toda la muchachada compartía fueguitos. Una situación muy especial que fomentaba esa calidez y convivencia familiar.

Las guerras de canchinflines, los estrenos de ropa, el plato de comida que cada familia llevaba para compartir poco a poco se convirtieron en nada, en vacíos y puros recuerdos o anécdotas que hoy contamos a nuestros hijos con nostalgia en pequeños cajones a los que hoy se les llama casas, sin jardines, sin patios para correr, sin niños en las calles.

Mi abuelo se fue a vivir a Nueva York, los estrenos corrían por su cuenta, venía la bolsada de ropa casi para todo el año, los juguetes, el dinero. Era un conserje de edificio, pero la multiplicación de sus envíos, lo convertían en el dueño si hacíamos la comparación económica.

Luego, de los primos, mi prima se casó con un tico, eventualmente estaban en Guatemala, con sus cuatro hijos, pero había mucha comunicación. Luego mi primo, el cerebrito, ganó una beca muy importante al graduarse de un “buen colegio” y se fue varios años a una gran universidad estadounidense. Le costó mucho regresar a cumplir los cinco años reglamentarios que eran parte de los requisitos de aquella gran oportunidad, la carrera que había elegido ni siquiera existía aquí (de hecho aún no existe), por lo que esos cinco años obligados estuvo completamente inconforme con un sueldo ridículo en un puesto que ni de broma se asemejaba a lo que lograría allá. Hoy es un científico que trabaja para el Ejército de EE. UU. y ni se le ocurre venir a Guatemala, ni por error, “es peligroso”. No conozco a mis sobrinos, más que por fotografías.

Luego, mi prima, siendo secretaria, graduada de un “buen colegio” también, conseguiría mejores oportunidades “allá”, cosa que incluía a “un mejor marido”, también en EE. UU. Poco a poco se acomodó y se casó con un cubano, logró un trabajo estable y, aunque es casi lo mismo que habría hecho aquí en circunstancias similares, su nivel de vida es mucho mejor. Tampoco viene muy seguido, tampoco conocemos a sus hijas.

Otro primo se graduó de arquitecto en la URL y, tomando el ejemplo de su hermano mayor, buscó trabajo con una compañía extranjera y conoció a una chica de Suiza y, aunque intentaron vivir por un tiempo aquí, no les pareció que fuera óptimo para la crianza de sus hijas. Se fueron, él tuvo que cursar toda la universidad de nuevo, pues nada de lo estudiado aquí, valía allá, pero ha logrado también un nivel de vida superior a lo que aquí le hubiera esperado.

De la cuadra, de aquella infancia llena de “cuates”, se fueron borrando del mapa también uno por uno, sus destinos marcaron EE. UU. y Canadá, cuando en este último país abrieron plazas laborales, durante la década de los noventa, para migrantes con ciertas capacidades. Cinco integrantes de nuestra “pandilla” juguetona nos dejaron a temprana edad.

Muchas historias de contemporáneos son similares a la mía. Sin dejar de lado que hasta el ambiente en el aeropuerto ha cambiado, antes era frecuente ver grandes familias dando nutridas bienvenidas en aquella baranda de madera liviana, con globos, pancartas, risas y regocijo. La estructura actual no permite tal bienvenida, hay que subirse corriendo al carro en un corredor frío y confuso, angosto y hostil con tantos policías buscando apresurar los saludos y desalojar para no permitir “desorden”. Cada vez es más raro ver aquellas reuniones familiares que daban gusto.

Por supuesto que esto está narrado desde situaciones más favorables que las que hoy enfrentan cientos de connacionales que se ven en la necesidad de huir de una vida de desolación y cero oportunidades en comunidades guatemaltecas, ellos no toman la opción de migrar, prácticamente son obligados por un sistema que elimina toda posibilidad de “levantar cabeza” en un país como el nuestro, encontrando todo tipo de daños, desde aculturación, desintegración familiar, violaciones, daños psicológicos graves a la niñez con las nuevas políticas migratorias inhumanas, que han aislado y encerrado a cientos de niños migrantes, prácticamente presos, siendo arrancados violentamente de los brazos de sus padres y ocasionando daños irreversibles para sus vidas. O hasta la misma muerte, como ocurrió con Claudia Gómez o como ocurre con los cientos de migrantes en embarcaciones tratando de llegar a costas italianas donde se les ha cerrado el paso, por ejemplo.

La migración de nuestros tatarabuelos y bisabuelos no fue igual, antes era lo contrario, quienes llegaron a Latinoamérica no tuvieron que ser parte de la aculturación, sino que vinieron e implantaron sus culturas. Es esta una herencia maldita, una disminución de formas de vida de aborígenes que inició una lucha por la sobrevivencia desde la cultura de los pueblos originarios a quienes, por el criollismo, les fueron y siguen siendo arrebatadas tierras de herencia ancestral, para ser dadas a esos migrantes europeos que vienen a “mejorar la raza”, a invertir y crear empleos, siendo la explotación y las nuevas formas de esclavitud lo único que obtienen los pobladores originales. Una realidad que parece de varios siglos atrás, pero que es completamente actual y vergonzosa para la raza humana.

Pero hay responsables directos: países como EE. UU. que propician que miles mueran huyendo de guerras provocadas por el mismo egoísmo del saqueo y la apropiación de bienes naturales. Mismos que han creado miserables condiciones de vida en Latinoamérica y que, siendo la provocación de todo eso, ahora aplican extremas medidas inhumanas en las que se deja ver una intención de exterminio no solamente de dignidad, sino también de clase obrera, quienes intentan el sueño americano. ¡Encima de todo! En otras palabras, la migración actual es desintegración completa, una desintegración de humanidad.


Brenda Lara Markus

Mujer y madre guatemalteca. Estudiante de Filosofía, actriz y locutora.

¿Quién, qué y por qué?

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