Mi prototipo de un artista y un quijote a la vez

Luís Eduardo Ramírez | Arte/cultura / ¡QUÉ FUSAS!

El azar me llevo a España, específicamente Madrid. Tenía yo una novia madrileña con la que sacaba chispas y sentía mariposas en el estómago. Ella me llevó una vez a un sitio en Madrid llamado Sala Galileo Galilei. Íbamos a escuchar a Javier Krahe.

Qué bueno es cuando uno no conoce a un artista del tamaño de Krahe. El torrente de emociones es descomunal pero controlado en el momento en que se descubre a un artista que es músico, poeta y que de ribete se parece a don Quijote, al menos se parece al cuadro que de él he llevado en mi mente. Pues ahí estábamos en la Sala Galileo, en una de las mesas de más o menos el final, cerca de la barra. La primera canción que escuché pudo haber sido muy probablemente «No todo va a ser follar» entre otras como «Dónde se habrá metido esta mujer».

Sobre la mesa, nuestros tarros de cerveza bien fría, como debe ser. Estaba yo escuchando a un hombre que tenía ya muchas tablas y un recorrido maravilloso como músico. Lo primero que me llamó la atención fue su espontaneidad y sencillez en el escenario, sin pretensiones; además, cantando y colocando bien y con rigor las palabras, cosa que yo disfruté mucho.

De sus músicos, diré que se les notaba la química en la ejecución y su acompañamiento al hombre que mucho se parecía al de la triste mirada. Krahe era un hombre entretenido y sumamente carismático, escucharlo hablar en los intermedios, era como escuchar una canción o un poema más, ciertamente flemático, y tímido a la vez. Era un hombre con poquísimos gestos pero muy carismático, a pesar de que poco se movía en el escenario, dominaba con su mirada y el tono de su voz, las manos las movía con cadencia, y todo eso estaba bien logrado.

Krahe es un libreto, una obra de teatro, un orador que canta, el hombre del discurso con un whisky en la mano mientras canta, aunque él es más de cerveza, ni dudarlo.

Pero lo que más me gustaba de Javier Krahe era su ironía magnifica, un hombre que reivindicó tanto sin culpar a nadie, de una sencillez arrolladora, que desarmaba a cualquier entrevistador y que era lámpara de otros artistas, por ejemplo de Joaquín Sabina; pero además una espada de Damocles para políticos como Felipe González, cuando le escribe «Cuervo ingenuo». Imaginar que un hombre como Krahe se hubiese ganado el paredón o la hoguera por su valor en la palabra, por sus acordes irónicos y satíricos … Krahe hubiese preferido «la hoguera». ¡Sí señor, ese es mi hombre!, el que pensaba que las esposas con «Furor uterino», merecen un vecino que les resuelva lo que no resuelve su marido.

«Yo canto para poquedumbres»

Krahe pasó toda la vida con los mismos músicos, y siempre cantó en salas pequeñas que por toda España habían y hay. Contemporáneo con Joaquín Sabina, hizo con este un proyecto llamado La Mandrágora, cuyo único disco se llamo igual. Cierto es que Javier tocó en lugares pequeños, pero ¡qué grande es!, dice Sabina de este. Yo canto para poquedumbres, decía este Quijote de la música, pero cualquiera que tiene bien puesta la sensibilidad y el gusto por el buen hablar y el buen cantar, sabe que estar escuchándole en una de esas salas era una gozada y un privilegio; y yo, guatemalteco, tuve ese gusto. Tenía nuestro hombre una voz profunda y casi con características de infrasónicas, no era tenor, ni soprano, ni contralto, ni nada de esas cosas, pero qué bonito era escucharlo cantar y hablar, y que entre esas cosas hermosas e irónicas, decía:es que afinar es un elitismo.

La humildad del hombre era descomunal, siendo el primero en reconocer a quienes lo influyeron, teniendo un respeto y una consideración a su público. De su atuendo, pues nada, casi siempre unos jeans -el mismo a veces en varios conciertos- la camisa dentro del pantalón, y esta, de manga larga y con dos bolsillos como quien porta siempre un papelito o una libretita para apuntar algo, pero más frecuentemente una turuta.

De Javier hay que escuchar: «Maribi«, «Eros y la civilización», «Cuervo ingenuo», entre muchas otras.

«Tranquilo sé vivirme mi historia, sabiendo que a las puertas de la gloria, mi nariz no se asoma, la muerte no me llena de tristeza, que las flores que saldrán por mi cabeza, algo darán de aroma». Krahe («El cromosoma»)

Mirlitón, kazoo o turuta
que en las letras, poesía y la música
lleva Krahe la batuta.
Poesía que trata de jardines, niñas y peñas
que grandes los que cantan en salas pequeñas.


Fotografía principal tomada de El Español.

Luís Eduardo Ramírez

Todo lo relacionado con «el uso de los dedos y lengua» es lo mío, y cuando digo esto, me refiero al gusto por las armónicas en tonos C, D, G y A. Y claro, los instrumentos de cuerda, sean pulsadas o frotadas, además de aquellos de acción de tecla. Por otro lado, el interés por las coyunturas, las culturas y la música.

¡Qué fusas!

2 Commentarios

Luis Pedro 30/11/2018

Buenisimo este artículo!

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