-Oscar Prada Zavatti | NARRATIVA–
Dios mío, padre todopoderoso, has de saber que estoy por cometer el mayor pecado de mi vida, de esta vida que he dedicado al sagrado culto de tu veneración. He sido tu fiel servidor desde que a los dieciocho años decidí tomar los hábitos en contra de los deseos de mis padres, que hubiesen preferido para mí una profesión más mundana, como la de médico o abogado. Fui el alumno más aplicado de mi clase en el seminario y mi interés por aprender tu palabra a través de los Escritos nunca ha decrecido. He pasado días y noches leyendo y releyendo las páginas de la Santa Biblia en sus diversas ediciones y sus traducciones a varios idiomas, tratando de discernir cuáles son las que más se acercan a los libros originales pero sabiendo que se trata de una tarea monumental a la cual muchos religiosos más sabios que yo se han abocado con gran dedicación. También entregué muchos años de mi vida a llevar tu palabra a aquellos que erraban por el mundo sin rumbo fijo y ofrecí consuelo a quienes se acercaban al final del camino y estaban prontos a reunir sus almas contigo, mi Guía y Maestro.
Cuando al cabo de unos años de seminario estuve listo para vestir la sotana y realizar mis votos de celibato y de pobreza, sabía que dejaba de lado cualquier aspiración a formar familia, que no podría dar rienda suelta a mis deseos naturales de hombre joven y que viviría de ahí en más de manera humilde, como Jesús, tu heredero. Cuando las tentaciones de la carne se hacían insoportables, flagelaba mi espalda con el azote para no caer en pecado por satisfacerlas. Otros, en lugar de castigar sus cuerpos, elijen el camino fácil de la lujuria y el placer, olvidándose de sus promesas de castidad, fornicando a diestra y siniestra, con mujeres, hombres y hasta abusando de niños. Y al día siguiente dan sermones como si nada.
Tampoco cedí a las trampas de la codicia y de la avaricia. Cuando veo las riquezas que se han acumulado en tu divino nombre y que se guardan celosamente en las bóvedas de los bancos en lugar de servir para paliar el hambre de los pobres o de dar cobijo a los desposeídos, me pregunto si acaso la Santa Iglesia se ha convertido en un negocio, si el templo es un mercado donde se vende la salvación al mejor postor. Y cuando los representantes de la Curia se sientan a la mesa de los poderosos, dictadores, traficantes de drogas y asesinos para saciar su hambre y su sed con pantagruélicas comidas, siento frustración por todos aquellos que no tienen ni un trozo de pan que llevarse a la boca, por todos los millones de niños que mueren al beber agua contaminada o comida en mal estado. Por eso he dedicado mi vida a ayudar a los indigentes, a reunir donaciones de víveres, dinero y ropa para las víctimas de catástrofes, a juntar medicinas para combatir las enfermedades, que azotan a los que no tienen defensas suficientes y que en pocos días pueden diezmar a un pueblo.
Quizás nunca llegue a comprender por qué nos castigas, Señor, con tantos males, o por qué son necesarios los terremotos, las erupciones de los volcanes, las inundaciones y los deslizamientos de tierra. También me es difícil entender por qué existen aún muchas enfermedades, por qué no has usado tu poder ilimitado para hacer desaparecer de la faz de la Tierra las plagas, a los seres malvados que destruyen lo que otros con mucho trabajo han construido, por qué no eliminas las armas y las guerras, los venenos, los incendios forestales o los peligros que puedan acecharnos desde el espacio que nos rodea. Alguna razón tendrás. Quizás sea tu objetivo el hacernos mejores o que perezcamos lentamente por causa de nuestros pecados. No lo sé. ¿O seremos un experimento fallido y existe en otro lugar del Universo una versión de nosotros sin errores? Entiendo sí, que desde mi humilde posición de simple sacerdote, nunca llegaré a conocer tu Plan Infinito.
Ya estoy llegando al fin de mi vida útil y he decidido por esta única vez romper con todo lo que he aprendido y predicado. El domingo, cuando se hizo la colecta entre los congregados a la misa, alguien echó un billete de lotería. Cuando lo vi, pensé que se trataba de algún bromista de los que nunca faltan, como los que echan los envoltorios de caramelos o recibos de las compras, pero viendo la fecha del sorteo me di cuenta de que no era así. Y cuando hoy cotejé el número con la tabla de resultados del diario y encontré que el billete había sido agraciado con un premio de 100 000 pesos, pensé primero que era un regalo tuyo para que lo dedique a la caridad, que siempre hay algún hoyo que tapar o alguna boca que alimentar, o para mejorar la iglesia donde predico tu fe, que necesita una buena mano de pintura. Pero pensándolo bien creo que me merezco, al cabo de tantos años de fieles servicios, una bonificación en efectivo. Usaré ese dinero para hacer el viaje a Europa que siempre he anhelado. Y si te parece mal, te pido que me envíes una señal, un mensaje celestial alertándome de que mi pecado es tan grave que no se resuelve con rezar cinco Avemarías y diez Padrenuestros. Si así lo haces, desistiré del viaje, pero hazlo pronto, porque una vez que haya comprado el pasaje, no cabrá en mí el arrepentimiento.
Oscar Prada Zavatti

Escritor argentino nacido en la ciudad de Punta Alta, provincia de Buenos Aires, en 1959. A los dieciocho años emigró a Suecia, donde aún reside. Estudió física y matemáticas en la Universidad de Estocolmo, pero trabaja como consultor en informática. Ha publicado sus cuentos y artículos en revistas, páginas web especializadas en literatura y libros de enseñanza del idioma castellano. Los relatos de su libro Unos cuantos cuentos tratan temas como las relaciones humanas, el medio ambiente, la ciencia, la tecnología y la ficción histórica.
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