# MeToo: La mujer es, el hombre se hace

-Mario Alberto Carrera / DIARIOS DE ALBERTORIO

A través del tiempo -y en la medida en que uno se va acercando más a la muerte- se llega a comprender que hay por lo menos dos mundos, como dos polos: el que le pintan, le explican y le presentan a uno los padres, los maestros y la gente «positiva» y optimista; y, el otro, el que uno va reconstruyendo (o «deconstruyendo») el de La náusea, el Ulises o Rayuela.

El tema de llegar a ser hombre pertenece a uno de esos dos mundos que, en la semiinconsciencia de la niñez, nos parece baladí. Mas cuando vemos el tiempo reflejado en el espejo de las dudas y de los golpes (el tiempo que ya pasó y que no podemos recobrar) de súbito nos damos cuenta de que la andadura ontogenética de cada macho humano es una Vía Dolorosa, mucho más larga y torturante que la de Jerusalén. Por supuesto, parte del juego cimentado por el establishment es que cada varón disimule su calle de la amargura.

Recuerdo como si fuera ayer mismo, la voz de mi madre diciéndole a mi padre: «a este hay que hacerlo hombre, ¡lo meterás al cuartel!» Y a él aprobando y respondiendo lo siguiente: «¡claro que lo haré, allí lo convertirán en un verdadero macho! ¡Cuartel es lo que yo tuve!» Desde entonces la palabra cuartel me da verdaderas ganas de vomitar. Lo que ellos querían matar en mí -en nombre de la sociedad machista en que vivíamos y seguimos viviendo- era cualquier rasgo de debilidad o sensibilidad extremas. Quería ella, paradójicamente, asesinar toda la ternura que me había transfundido durante nueve meses en su vientre y durante nueve meses también junto a sus senos nutricios. Lo que feminiza a la mujer afemina al hombre y había que apartarme de las muñecas (como si andando el tiempo yo no llegaría a ser padre de «muñecos») y, en cambio, ponerme un fusil en la mano, porque es parte de la virilidad repartir muerte y violencia.

Interesado por toda suerte de documentos y papeles de Ernest Hemingway (porque hasta no hace mucho estuve impartiendo un curso sobre su obra, pero en especial sobre El viejo y el mar), me encontré con datos e informaciones sobre su vida íntima, que crispan y conmueven. Todo en él era parafernalia y disfraces: la cacería, la pesca, la guerra, el alcohol, las mujeres. Puras máscaras para esconder su frágil virilidad que intentaba acorazar y blindar bajo el colosal cartel del rudo, del insensible, del independiente, del solitario. El viejo y el mar es el correlato de toda esta tragedia, que culminó con el suicidio, porque al entrar en la más que vejez, ya ancianidad, su «protesta viril» (como la hubiera llamado Adler) ya no tuvo el asidero del potente machismo exacerbado y delirante (entre los toros, la guerra, las farras y el trago) y claudicó.

En la última de sus obras, El jardín del Edén, por cierto póstuma, la última de las máscaras de Hemingway cae por voluntad propia, pero hasta después de su muerte… En ella confiesa sus fantasías transexuales (en las que alucina con ser mujer), él que era en público la representación misma de la virilidad a ultranza. Porque, indudablemente, pocos hombres estelares han sido tan definidamente masculinos en su aspecto como el castrense autor de Adiós a las armas. Sin embargo -y en las trastienda de su inconsciente y de su fantaseo- anidaba ansias de pasividad femenina y al mismo tiempo buscaba un machismo exento absolutamente de toda feminidad. Desde luego que no hablo de afeminamiento, porque eso solo está en la «loca», a la que para nada -como Federico G. L.- estoy tomando en cuenta aquí. Yo estoy analizando en este texto, lector, el tránsito violento, pero «normal», de todos los hombres que, para llegar a serlo, debemos cruelmente demostrar que no somos niños, que no tenemos ningún rasgo femenino y que somos completamente hombres de acuerdo con el canon cultural vigente.

Tal performance nos arrastra a asumir actitudes misóginas (despreciamos la debilidad «lloriquera» de las mujercitas) y nos instala en la homofobia (vituperio, asco y desprecio por todo lo homosexual, lo hueco o -menos violento- por lo gay). De allí que los cabezas rapadas de Alemania y de toda Europa anden, de nuevo, cazando maricas, reinas e hispanoamericanos en los EE. UU. Si matan a un hueco, lo matan también mágicamente dentro de ellos. El terror a la mujer (a sus maneras, procedimientos y falsa levedad y fragilidad) conduce al hombre a luchar por sacarla de dentro de él. Por eso las acosan, las humillan y las someten violentamente. Es como un exorcismo. El diablo, en este caso, viene a ser toda aquella información genética (los machos somos XY) que ella -la madre- nos pasó en la concepción, y todos aquellos gustos y maneras que ella nos transfundió mientras fuimos completamente suyos, es decir, hasta los cuatro o cinco años. El Edipo es monumental. Y su exorcismo es la misoginia y la homofobia.

La mujer, en cambio, es mucho más segura de su sexo (no estoy hablando de género, que es otra cosa) de su sexualidad y de su ser-en-el-mundo. Sobre todo a partir de la oveja Dolly, de la que se ha dicho de todo con relación al juego «divino» de manipular la vida. Pero no acaso lo más importante: Dolly ha venido a ser la ratificación de que las mujeres ya no nos necesitan para nada. Ni siquiera para depositar la semilla seminal. Dolly, la oveja, es una hija sin padre. A partir de la aparición de Dolly, los machos podríamos quedar teóricamente fuera de las tareas reproductivas.

Un nuevo golpe a nuestra ancestral y milenaria masculinidad que acaso nos hará más misóginos y más homofóbicos. Toda la cultura del falo (que solo Engels sabe cuánto dura ya) se está indiscutiblemente derrumbando. La mujer no solo accede a los cargos de poder, sino que ya no necesita del hombre para garantizar la permanencia de la especie. Ellas pueden reproducirse solas.

Freud y Lacan han sido los mayores defensores de la falocracia y, sin querer, de la homofobia y de la misoginia, que siempre han considerado lo femenino y lo gay con el más absoluto desprecio milenario, con excepción de la Grecia Clásica.

Cuando reflexiono en todas estas cosas -y recuerdo que para llegar a ser hombre debería haber pasado, como mi padre militar, por el cuartel- no puedo dejar de sonreírme -escéptico- y de entristecerme también por aquellas vidas torturadas -por sí mismas- como la de Hemingway a quien tanto admiro, quien, siendo tan hombre, nunca estuvo seguro de serlo. Solo estaba seguro de serlo Humprey Bogart, metido en su traje de acero en Casa Blanca. Y hoy los cowboys, los Rambo y los Terminator, que son violencia pura y que de tan machos ni fornican. Una suerte de «héroes» que solo saben asesinar. Acaso para producir terror cuando ya no se accede a cómo imponer respeto, cuando el fálico cetro se está escapando de ciertas manos. Con la «militocracia» actual de Guate-caos y el antiguo militarismo cuartelero que mis padres querían recetarme, solo porque yo prefería leer y leer, solitariamente, en vez de irme a romper el traje y la cara con los machitos del barrio de San Sebastián. Menos mal tuve los suficientes cojones para imponerles mi voluntad. La neta es que yo siempre he hecho lo que me ha dado la real gana, sin necesidad de ir de misógino o de homofóbico.

Mario Alberto Carrera

Director de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. Columnista de varios medios durante más de veinticinco años. Exdirector del Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades de la USAC y exembajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Premio Nacional de Literatura 1999.

Diarios de Albertorio


2 Commentarios

Edd Cordon 23/05/2018

Eso de ir por la vida dandole verga a las mujeres es bueno creo, lo que no hay que hacer es darles mal trato. Por otra parte es cierto que hay que fajarse los huevos a la hora de los problemas, allí sí que salga el macho y que se enfrente a Godzilla. A diferencia de las mujeres que ya nacieron con billetes y son todas unas expertas en finanzas, además de ser muy femeninas, que vivan el roll de su própio império, PODER, no se les puede dar, por que ya te quiero ver Albertorio corriendo con tus cojones Españolillos en la garganta, después de habertelos fajado con los que mencionás y haber si seguís siendo libre.
Hay cada vez más mujeres empresarias, mujeres gerentes, mujeres jefas y, por último, mujeres demasiado atrevidas y decididas sin ningún motivo o rumbo. Todo esto es sin ir de misógino o de homofóbico.El feminismo está saliendo de las sectas radicales y llegando a las grandes masas. El populismo de mujeres ha sido la doctrina más eficaz para los que quieren alcanzar la cumbre de la pirámide política. Siendo así que el Fálo, Verga o Huevos, nada tienen que ver con el tema.

Olga Villalta 01/02/2018

Un texto honesto y valioso. Ojalá muchos hombres jóvenes reflexionaran sobre los mandatos de género que les impone el patriarcado y descubrieran que la ternura, la sensibilidad y otras emociones, consideradas femeninas son, sencillamente humanas, Y que la «hombría» no debería estar basada en un pene erecto y el uso de la violencia. OJALA!!! pues eso es lo que las mujeres heterosexuales estamos esperando desde hace milenios.

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