Mercaderes y demagogos de la migración

Virgilio Álvarez Aragón | Política y sociedad / PUPITRE ROTO

En el edificio del Banco de Guatemala, destaparon alegres las botellas de champagne Krug Vintage Brut cosecha 1988 para celebrar que, como sucede ya año con año, los guatemaltecos expulsados del país enviaron remesas suficientes como para que los distintos sectores de la economía nacional puedan dormir y gastar en paz.

Las remesas, al 30 de noviembre, ya superaban en 13 % a lo enviado por los migrantes en todo 2017, estando próximos a romper la barrera de los 9 mil millones de dólares estadounidenses enviados en un año. Son los ingresos ganados con sudor y lágrimas por cientos de miles de guatemaltecos que, sin esperanzas de progreso en el país, optaron por huir de esta «tierra de sol y de montaña», donde el frío arrecia, la basura se acumula y los políticos y supuestos empresarios se apropian de los recursos públicos ilegal e impunemente.

La mayoría de las remesas se dedican al consumo y la construcción, haciendo las delicias del mercado informal y, claro está, del contrabando, por donde se escapan millones de quetzales que podrían ser recogidos en impuestos. Pero con eso nadie se preocupa, porque los importadores tienen dólares baratos para llenar de baratijas las tiendas donde consume la clase media, mientras los industriales hacen como que producen una que otra cosa de mala calidad, para sacar luego sus dólares –subsidiados por los migrantes– y comprar en el exterior desde apartamentos en Madrid o Miami, hasta aviones y otras chucherías. ¡Nada de reinvertir en el país!, como los economistas de plantón exigen que hagan las familias que reciben remesas.

La migración en este siglo XXI se ha convertido en un círculo vicioso, en el que los países receptores de remesas, con gobiernos corruptos y favorables ciegos a la privatización generalizada, no logran mejorar por otras vías sus índices de crecimiento, haciendo que cada vez más crezca el interés por migrar, sin que el ingreso de divisas promueva el desarrollo del país.

Fotografía, la canciller Jovel en Marruecos durante la firma del pacto, tomada de Hispanidad.

Pero migran los que pueden, y no todos los que quieren. El «libre mercado» de las migraciones tiene dos puntas, al menos en lo que se refiere a la migración centroamericana: los llamados «coyotes» y las distintas instancias de control migratorio estadounidense, donde la corrupción corre tranquila. Y eso cuesta dinero, recursos a los que no tienen acceso los más pobres. De allí que solo logran escaparse de esta tierra «de sol ardiente y de montañas deforestadas» los que, a duras penas, han superado la línea de la pobreza.

De esa cuenta, los más pobres siguen siendo cada día más pobres, y los supuestos emprendedores dormitan plácidos porque tienen consumidores sin que tengan que reinvertir en el parque industrial.

Lamentablemente todo esto no se dijo en las discusiones y conversaciones intergubernamentales que este 10 de diciembre dieron lugar al Pacto de Marrakech sobre las migraciones, al que, a pesar de sus deficiencias y limitaciones, los regímenes de derecha nacionalista y xenofoba, de Estados Unidos a Israel, de Italia a Hungría, pasando por Chile y la antihaitiana República Dominicana dieron la espalda. A su promulgación en el país africano asistió la flamante canciller guatemalteca, acompañada de su gendarme y viceministro, al clásico estilo Baldetti. Ellos también brindaron con champagne sin saber el motivo y, como lo que no te cuesta hazlo fiesta, optaron por un Armand de Brignac Brut Gold, pues ella puede cobrar la cantidad de viáticos que quiera y no tiene que dar cuentas a nadie.

Guatemala se adhirió sin chistar al Pacto, más por inercia que por coherencia política, dejando en manos de la Cepal el diseño de una política que no tiene visos de ser efectiva, pues, para que tengamos una migración realmente segura, ordenada y regular, como imagina el Pacto, necesitamos no solo revisar las políticas económicas internas, sino, además, las desorbitantes diferencias de desarrollo que entre el mundo rico y el pobre ha producido la aplicación irresponsable de políticas de ajuste y privatización desordenada. Con políticas proteccionistas a lo interno y autoritarias a lo externo, como funciona la estadounidense, ningún orden y regulación podrá ponerse a las migraciones, como tampoco se podrá conseguir si regímenes como el hondureño, salvadoreño y guatemalteco no optan por erradicar de tajo la corrupción, modificar su estructura impositiva y regular la fuga de capitales, convirtiendo al Estado en un actor activo de la dinámica económica.

Fotografía principal tomada de El Peruano.

Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.

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