Virgilio Álvarez Aragón | Política y sociedad / PUPITRE ROTO
El discurso pronunciado por el presidente Jimmy Morales en la Asamblea General de las Naciones Unidas, que realiza su setenta y tres período de sesiones, llenó, de sobra, todas las expectativas. Redactado por sus más fieles y directos asesores, la pieza oratórica que, para suerte de los historiadores y analistas, ha sido distribuida profusamente, contiene la visión de mundo, de Estado y de justicia que tienen las élites que han usufructuado el poder en el país durante décadas. Un mundo y una justicia a su imagen y conveniencia.
Plagado de mentiras y demagogia, el discurso puso énfasis en lo que él y su pequeño grupo imagina que es el mundo y el país. Así, luego de los lisonjeros saludos a la presidenta de la Asamblea, se atrevió a afirmar, a la usanza de las teocracias y regímenes más autoritarios del planeta, que Guatemala es un «pueblo creyente en Dios; que ama y respeta la familia como la base de la sociedad, así como la vida desde su concepción». Estas son sus creencias, más no puede atribuirlas a la sociedad en su conjunto pues, si el Estado de Guatemala es laico, debe aceptarse que formen parte de la sociedad también los no creyentes. Al mismo tiempo, la familia es un concepto genérico, pues además de la nuclear, que él cree ser la única, existen la extendida y la monoparental, que es, aunque él no lo acepte, la más extendida en el país. Son también familias, las integradas por dos personas del mismo sexo tengan o no descendencia propia. Otro asunto, que no venía al caso, pero que sirve para retratarle de cuerpo entero, es su defensa de la vida desde la concepción, creencia que es cuestionada por la ciencia y que rechaza un sinnúmero de Estados que, junto a Guatemala, integran las Naciones Unidas, incluido el de Israel, que él tanto ama, donde desde 1977 está legalizado el aborto y lo ejercen cientos de mujeres anualmente.
Con ese telón ideológico de fondo, habló de la consulta popular sobre el diferendo territorial con Belice, olvidando decir que cometió delito electoral al hacer abiertamente propaganda por el sí, lo cual está vedado explícitamente a las autoridades y funcionarios públicos. Olvidó decir, también, que armó grande alaraca cuando patrulleros beliceños mataron a un niño, como causa del irresponsable acto de provocación del padre, y que aún no ofrece satisfacciones a Belice sobre el asesinato de beliceños por parte de guatemaltecos.
Presumió de la erradicación de plantaciones de amapola e incautación de heroína y cocaína, pero no hay en el discurso una sola palabra sobre cuál es la política pública diseñada y puesta en práctica para que los cultivos no se repitan, y que el tránsito de estupefacientes se reduzca. Como niño en salón de clases equivocado, participó horas antes en la reunión Llamado Global para la Acción sobre el Problema Mundial de las Drogas, donde la mayoría de los participantes eran funcionarios de segundo y tercer nivel de sus gobiernos, como puede verse en las imágenes distribuidas por el Minex, lo que le permitió un sudoroso apretón de manos con el presidente Trump, instante al que la propaganda gubernamental llamó, falazmente, de «intercambio de ideas».
Presumió de la transparencia tributaria, pero olvidó decir que al más enjundioso cumplidor de la misma lo sacó de la jefatura SAT, porque así convenía a los intereses de sus financistas, aliados y cómplices, y que para este año la meta de recaudación será menor que la esperada, pero que esta vez no piensa destituir al superintendente. Presumió del censo, pero olvidó decir que aún hay un alto porcentaje de hogares sin censar, lo que pone en tela de juicio la calidad de las informaciones, y que destituyó a la técnica encargada de su realización porque imaginó que en la promoción televisiva hacía propaganda a un movimiento político que no es siquiera comité cívico.
Se declaró líder de la lucha contra la corrupción, pero no enumeró un solo hecho que lo ratifique. Olvidando decir que la Contraloría de Cuentas lo hizo devolver más de medio millón de quetzales, recibidos ilegalmente del Ejército, para sufragar los gastos de la defensa de su hijo. Pidió respeto a la soberanía de cada Estado, confundiendo, de nuevo, las creencias y valores del Estado de Guatemala con los de su familia, amigos e iglesia.
Y llegó así al tema que le quema la garganta, las manos y la cabeza. La Cicig. Si bien dijo que en diez años esta ha tenido luces y sombras, olvidó señalar al menos una sola de esas luces , cuando son lass que han dado la vuelta al mundo, pues consiguió poner en prisión a más de un centenar de delincuentes, cuyas culpas están más que demostradas, logrando la incautación de millones de dólares en activos y bienes muebles e inmuebles, devolviéndole, con ello, la confianza en la justicia a la población. Morales, como Pérez Molina en su momento, considera que el tiempo transcurrido es suficiente para que la Cicig se marche, sin dejar claro qué lo motiva a afirmar tal cosa. Porque la Cicig no vino para complacer a gobernantes de turno, sino a empoderar a las distintas instancias del poder judicial para enfrentar y contener la impunidad que permite el funcionamiento de mafias y grupos paralelos dentro del Gobierno. Mientras esos existan, la Cicig es necesaria, pues las instancias nacionales estarán siempre bajo asedio.
La transferencia de capacidades que se solicita se hace día con día, caso a caso, pues lo primero que deben aprender los fiscales y jueces es a no temerle a esas mafias, a no dejarse sobornar, a imaginar los crímenes más allá de las simples pruebas formales de inocencia. Desentrañar el entramado empresarial fraudulento de Baldetti, Sinibaldi y Pérez Molina no habría sido posible sin el apoyo de la Cicig.
Pidió transparencia en el uso de los fondos de la Cicig, repitiendo la cantaleta de Trump, cuando es solo pedir los informes de auditoría interna y externa para conocer el uso de los fondos. Los donantes, año con año, tienen acceso obligado a esa información, como la tendría Guatemala si pusiese un centavo para el funcionamiento de la Comisión.
Dijo, a continuación, que no se prorrogará el mandato de la Cicig porque esta violó las leyes del país y se excedió en su mandato. Algo muy fácil de decir pero que no fue mínimamente demostrado. No hizo referencia a un solo artículo de la legislación guatemalteca supuestamente transgredido, como tampoco en qué aspectos del mandato el comisionado se excedió. Cómo «Velázquez se entrometió (sic) en asuntos internos del país», tampoco consiguió demostrarlo.
Se dijo asombrado por la trascendencia internacional del caso Bitkov, olvidando, maliciosamente, que fue su gente quien lo quiso usar contra la Cicig, y que la comisión del Senado lo ha dado por cancelado por falta de contenido, al grado que autorizó la erogación de los fondos detenidos por causa del infundio. En el país, a pesar de la presión malintencionada de la CSJ, la jueza Aifán ha mantenido su posición.
En este, como en los demás señalamientos, los asesores de Morales se detuvieron en el tiempo de las acusaciones, sin aceptar que con el paso de los días la Cicig ha ganado en todos los asuntos. Para Morales las malas prácticas de la Cicig son la persecución penal a su persona y sus familiares, de lo que no dijo una sola palabra, pero de lo que todo mundo está enterado, dentro y fuera del país.
Morales mintió, abierta y cínicamente, imaginando tal vez que los demás países se quedarían con su discurso y lo convertirían en verdad absoluta. Pero resulta que todos los interesados en el asunto, que serán apenas unos cuantos países del orbe, tienen muchas fuentes fidedignas de información y descubrirán que mintió descaradamente, porque la razón fundamental de su inquina con el comisionado es porque lo agarró con las manos en la masa cometiendo varios delitos.
Los empresarios que ilegalmente le financiaron, como los que ahora se corrompen junto a él, querrán impedir que la Cicig siga su camino, pero al pueblo de Guatemala ya nadie le quita lo bailado, pues no solo los corruptos y corruptores de antes serán sentenciados, sino que los corruptos de ahora serán debidamente perseguidos. La sociedad ha perdido el miedo y avanza, organizadamente y sin las muletas empresariales, a construir una sociedad democrática, con justicia social y sin caciques ni cómicos autoritarios. La Cicig es de gran ayuda, y hay que luchar para que permanezca.
Imagen principal tomada de Prensa Libre.
Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.
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