Menos rezo, más acción

-Rosa Tock Quiñónez / PERISCOPIO

Ante la falta de legítimos intermediarios políticos en Guatemala, es usual que algunas entidades tomen la batuta y traten no solo de interpretar la realidad nacional, sino de buscar algún tipo de consenso sobre temas vitales para rescatar, o al menos reflexionar, sobre la viabilidad del país en momentos tan cruciales como los que hoy experimenta.

En este caso me refiero al comunicado de la Conferencia Episcopal de Guatemala -CEG- emitido la semana pasada. Bajo el lema «Queremos ser testigos de la verdad», el pronunciamiento de los obispos se centra básicamente en tres temas. Uno es la preocupación del deterioro de los principales organismos del Estado que pudieran dar pie a lo que llaman una dictadura de la corrupción.

Otra de sus preocupaciones es el continuo deterioro social reflejado en la endémica pobreza y la desatención a poblaciones vulnerables, provocado por un sistema de redes políticas y económicas ilícitas. Cual circulo vicioso, esto empuja a muchos a cometer actos criminales o a emigrar a América del Norte, que dicho sea de paso, se encuentra en una feroz campaña antiinmigrante, a tal punto que esto ha causado el cierre del Gobierno federal en Estados Unidos.

Y finalmente, los obispos evidencian -una vez más- la falta de articulación de los sectores sociales para unirse contra esta crisis, y efectúan un especial llamado o reclamo a los feligreses, cuando indican que desconcierta la indiferencia de muchos cristianos que se encierran «en su mundo religioso cerrando los ojos ante tantos Lázaros llamando a sus puertas».

Para algunas personas, los obispos hablan por ellos o se sienten reflejados en la posición breve y limitada -como explica la CEG- de esta carta. Para otros, celebrar las palabras de la jerarquía católica es incongruente si lo que se busca es tener un Estado laico, en el que las iglesias no se inmiscuyan en asuntos políticos o públicos. Ambas posiciones son válidas.

Por un lado, como instituciones patriarcales, las iglesias influyen constantemente para reglamentar y legislar, en nombre de una desfasada tradición, las relaciones privadas de la gente, haciendo punitiva la salud reproductiva y derechos de las mujeres; condenando las relaciones homosexuales u oponiéndose al aborto. Quienes han defendido estos derechos no se ven representados necesariamente por órganos eclesiásticos, aunque pregonen por la justicia social.

Sin embargo, las iglesias no solo no son monolíticas (como en todo sector, en todas ellas hay distintas vertientes, desde las más conservadoras hasta las más progresistas), sino que son un factor de poder real, y más aún ante el vacío de liderazgo político en el país. Y como tal, pueden ser útiles y a veces efectivas en mediar y convocar a armar consensos sobre ciertos temas urgentes con el resto de los sectores, siendo en este caso la lucha contra la corrupción y la impunidad. Esto no los exime, obviamente, de escrutinio público y cuestionamiento.

No sé si a la CEG también correspondía señalar que las fuerzas que quieren una sociedad mejor donde todos puedan ser felices, usualmente se encuentran a la defensiva. Es claro que hay que ir a trabajar, dar de comer y pasar largas horas en el tráfico. Existe urgencia, pero no siempre tiempo. Así, la oposición ciudadana se ve empujada a reaccionar en lugar de diseñar campañas pragmáticas que ayuden a identificar diferencias entre grupos que dicen buscar similares propósitos pero con tácticas distintas. Precisa superar estas diferencias y también diseñar estrategias de largo alcance como sí logran hacerlo eficientemente las mafias y grupos conservadores.

Obviamente, esto requiere sacrificios, salir de nuestros mundos y actuar. Como habría dicho Frederick Douglass, el abolicionista, ensayista y estadista afroestadounidense: «Recé durante veinte años pero no recibí ninguna respuesta hasta que recé con mis piernas». El maná no les cayó del cielo a los esclavos; tuvieron que organizarse y luchar por conseguir que esa institución paulatinamente desapareciera. Y hubo de pasar otro siglo de organización y lucha para terminar con el sistema de apartheid y segregación racial.

O sea, menos rezo, menos tuits y más acciones y visiones prácticas articuladas, acompañados de los reclamos en las redes sociales. Pues, como también propone el sociólogo Manolo Vela: «Que no nos dividan, no nos debiliten (…), somos más poderosos que todos ellos, los mafiosos».


Fotografía principal por Rosa Tock Quiñónez.

Rosa Tock Quiñónez

Politóloga y especialista en políticas públicas. Nací en Guatemala y ahora vivo en Minnesota, Estados Unidos. Desde hace varios años trabajo en el sector público, dedicada a la tarea de estudiar, analizar y proponer políticas públicas con el propósito de que la labor del gobierno sea más incluyente, democrática, y fomente una ciudadanía participativa.

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