Camilo García Giraldo | Literatura/cultura / REFLEXIONES
Jorge Luis Borges en su relato de Funes, el memorioso nos muestra la gran capacidad del joven de 19 años Ireneo Funes quien, después de recobrarse de un accidente en el que perdió la conciencia, comienza a recordar con gran precisión todo lo que ha visto, escuchado, leído y vivido en su vida, todo lo que ha aprendido, hasta los más mínimos detalles. Pero al adquirir esta extraordinaria capacidad se percata, al poco tiempo, que ha perdido otra igualmente importante: la de pensar de modo lógico y racional. Pues el acto de pensar supone siempre un acto por el que un sujeto abstrae u “olvida” algunos aspectos concretos y particulares de la cosa, ser o fenómeno al que se refiere. Y al no poder olvidar los aspectos concretos, los detalles, de todo lo que ha visto y vivido no puede pensar, no puede realizar este acto fundamental que constituye un gran atributo de los seres humanos. Dice Borges: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.
Este relato nos enseña, o mejor, nos recuerda, que el hecho de poseer una extraordinaria memoria no es, como suele creerse, un grande y valioso atributo de nuestra mente. Al contrario, es un defecto o limitación en la medida que nos impide ver más allá o a través de la superficie exterior de los objetos su interioridad esencial que es la función primordial y característica del pensar. Pues cada vez que nos proponemos pensar de un modo racional, realizamos dos operaciones básicas que destacó bien Descartes en su Discurso del método: la de dividir o analizar en sus partes integrantes el objeto de la realidad que abordamos, y después la de reunir o sintetizar las que forman su esencia, las que constituyen su ser. Y al hacerlo así dejamos de un lado u “olvidamos” algunas de esas partes o aspectos concretos y particulares que lo conforman para conservar o retener solo los esenciales. Aspectos esenciales que no solo constituyen lo que es, sino encierran también las causas o los motivos que ocasionan o determinan su existencia. Por esta razón, si siempre tenemos presente en nuestra memoria, si no olvidamos, las partes y aspectos externos no esenciales del objeto no podremos captar su esencia interna en donde se encuentra la razón de su ser y existir. Y al no poder hacerlo quedamos convertidos en personas que no sabemos nada esencial de la realidad, así lo recordemos todo.
Platón sostuvo que la buena memoria es una cualidad indispensable que debe tener todo el que se proponga pensar de manera racional y sistemática el mundo, que debe tener el filósofo. Por eso se declaró enemigo del invento de la escritura, como lo expresó en su diálogo Fedro, en tanto es un medio que sustituye la memoria viva de los hombres por la “muerta” que encierra en el interior de sus grafemas. Para él, la escritura al poder guardar y conservar todo el saber forjado por los hombres debilita la necesidad que tienen de cultivar y ejercer su memoria para recordarlo cuando lo aprenden. Y al ocurrir esto la memoria viva pierde el papel primordial que deben tener en sus vidas para ayudarles a pensar.
Sin embargo, tiene que ser, como nos lo recordó Funes, una memoria limitada en su capacidad para que no ocupe todo el espacio de la mente del que pretende pensar como el filósofo so pena de impedírselo, como ya dijimos; o mejor, tiene que operar como una memoria selectiva que solo traiga a la conciencia los recuerdos de aquellas propiedades y rasgos de los objetos relevantes que necesita para explicarlos y comprenderlos tal como son, dejando de un lado u olvidando todos los demás.
Por eso, el olvido no es siempre un defecto o una carencia que tenemos los seres humanos. Es más bien, en muchas ocasiones, una condición necesaria no solo para vivir, para borrar de nuestra mente los sucesos que nos han hecho sufrir, que nos dan dolor y pena, sino también para poder pensar, para explicar algo de nuestras vidas y del mundo. Pues al pensar de modo racional olvidamos algunos aspectos de la realidad exterior o de la propia para que ese pensamiento y existir en el tiempo y el espacio de nuestra vida y en la de los demás a los que se lo comunicamos.
Ahora bien, el pensar lógico-racional no es el único modo de pensar que podemos realizar los seres humanos. También podemos pensar, y de hecho pensamos con mucha frecuencia, de una manera diferente, a saber, recordando una o unas partes sensibles-externas de un objeto que hemos percibido la totalidad de un objeto para preguntar por su significado, para indagar por el sentido que encierra en su seno. En vez de omitir u olvidar algunas de esas partes externas y sensibles que lo conforman, como lo hacemos cuando nos proponemos pensar de un modo puramente racional, las revivimos en nuestra mente para preguntar por el significado que encierran. Y al encontrarlo no solo lo identificamos y exponemos con las palabras del lenguaje sino también ofrecemos las razones o los motivos con los pretendemos sostener la validez de ese significado que hemos descubierto.
Y la mejor razón que tenemos para sostener su validez es mostrando que ese significado que encontramos en una de sus partes concretas está presente también en todas las demás que lo conforman, es decir, que es un significado universal que hace parte de la totalidad del objeto. Si lo logramos no solo pensamos, no solo realizamos un pensamiento, sino también probamos su validez o su verdad. El propio Borges y Walter Benjamin fueron unos de los más notables exponentes en esta forma de pensar en los tiempos modernos. Sus obras literarias y reflexivas están marcadas por esta forma de pensamiento. Gracias a ellos esta forma del pensar que fue común en los pensadores renacentistas europeos y que fue, sin embargo, enterrada u olvidada por obra de la irrupción poderosa del discurso cartesiano que reclamó para los hombres la urgencia de pensar en términos racionales para que adquirieran la certeza suprema de su humanidad, renació, fue de nuevo recordada y practicada con lucidez, entre otros, por estos dos estos grandes protagonistas del mundo cultural moderno. Al hacerlo, marcaron con claridad los límites de ese pensamiento racional que se había presentado durante un buen tiempo como el único posible, o por lo menos válido, para el ser humano.
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
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