Rodrigo Pérez Nieves | Política y sociedad / PIEDRA DE TROPIEZO
…tenía diez años y un gato peludo, funámbulo y necio que me esperaba en los alambres del patio a la vuelta del colegio. Tenía un balcón con albahaca y un ejército de botones y un tren con vagones de lata roto entre dos estaciones…
Como quisiera oler el tiempo a través de esas fantásticas tiras de papel que llegaron a mi vida y desafortunadamente hoy están en extinción, como la fauna silvestre y la flora, como el tren a la estación. El ayer abrió su gran devastadora y cruel boca y se lo tragó todo, dejándonos la angustiante máquina del tiempo y sus depredadores.
La pequeña Lulú, El Pato Donald, Chanoc, El Hombre Araña, El Llanero Solitario, Gene Autrey, Tom y Jerry, Memín Pinguín, Kaliman (El Hombre Increíble) Balám, Arandú, Porky, Bugs Bunny, y cientos más que no llegan a mi memoria.
Con solo cinco o diez centavos podías reír y llorar de emoción, podías ponerte el disfraz de cualquier héroe y jugar en el rincón de la imaginación de aquella bella e inocente vida de niño que teníamos, los cuentos tenían un olor a papel de envolver, a discos de 33 revoluciones y a chicle Corvis. El placer de recordar me lleva hasta mi infancia.
Estaba en tercer grado de primaria en la Federal Domingo Faustino Sarmiento de Cuilapa, Santa Rosa, un montón de dulces y garabatos eran mi vida, una alegría el sonar del timbre para salir a la casa de mi abuela al medio día, entrábamos a las ocho de la mañana, salíamos al descanso a las once, volvíamos a salir a la una a comer, y regresábamos nuevamente a las tres para salir finalmente a las cinco, llenos de matemáticas y español, con un gran aprendizaje y un terror al maestro o profesora. En fin; recuerdo un mal día en que llegué a casa me quité a fuerza de loco los zapatos, me descalcé para sentir el fresco del piso recién trapeado con pinol del de antes; no tenía hambre de comida: tenía hambre de leer mis historietas y vivir en ellas. Todos mis cuentos estaban acomodados en una gran caja de cartón que mi abuelo me regaló, todos perfectamente numerados y sin maltrato alguno, casi nuevos, allí estaba la familia Burrón, Memin Pingüin, Hermelinda Linda, Kaliman, El Santo, Chanoc y una verdadera cátedra de terror, tradiciones y leyendas de la Colonia, esta en especial me ponía la piel de gallo y se me erizaba el pelo, recuerdo historias como: La ermita endemoniada, La doncella de hierro, y La leyenda del apestoso, una visión demoledora de la época de la Colonia en México, en la que se hablaba de brujería, endemoniados y fantasmas, también se daba rienda suelta a todos los instrumentos de tortura traídos de Francia e
Inglaterra. Mis ojos observaban detenidamente como se empleaban y como el verdugo gozaba de su ejecución: el potro, el barril, la gota, la silla, el cascanueces, el garrote, la doncella de hierro, la tradicional guillotina y la famosa horca. En esos cuentos de terror se respiraba la tortura y el horror.
Quise leer uno de mis ejemplares y me di cuenta que la caja no tenía mis «chistes» sino ropa y zapatos. Salí corriendo y preguntando qué era lo que sucedía, mi abuela, cual coronel de infantería me dijo con voz marcial: los tuve que regalar, ocupaban mucho espacio y además, ya estás muy grande para leer esas tonterías. Ese fue uno de los tantos motivos por los cuales me volví rebelde, hasta que no me soportó más y regresé con mis padres a Coatepeque. Solo moví mi cabeza y me fui de nuevo a la escuela. Perdí a mis amigos: los héroes, los amorosos, los verdaderos, la ilusión de papel de diez centavos.
Después nada fue igual; llegaron otras editoriales, otros temas, otras vidas, otros tiempos. Llegó el morbo, la nota roja, la violenta necesidad de vender, y la historieta pornográfica para satisfacer la libido-albañil, chafarote de bus urbano, Sucesos, historias de taxistas, amores de vecindad, y cosas por el estilo, típicas de lectores de malas intenciones. Así termina la vida arcoíris tierno de la niñez donde uno y uno sumaron tres, donde no había maldad ni malas intenciones, solo la de entretener con sueños plasmados en imágenes, donde las palabras no ofenden solo pretenden crear un panorama tranquilo donde reina la felicidad, que hoy misma se ha marchado para siempre.
… mi madre crió canas pespunteando pijamas, mi padre se hizo viejo sin verse en el espejo, y mi hermano se fue de casa, por primera vez. Y ¿con quién?, y ¿dónde fue mi niñez? (Joan Manuel Serrat).
Imágenes proporcionadas por Rodrigo Pérez Nieves
Rodrigo Pérez Nieves

Ingeniero graduado en Alemania, columnista durante 12 años en el periódico El Quetzalteco, con la columna Piedra de tropiezo. Colaborador con los grupos culturales de Quetzaltenango y Coatepeque. Catedrático en la URL en la carrera de Ingeniería Industrial, sede Quetzaltenango. Libros escritos: Pathos entrópico (poesía y prosa), Cantinas, nostalgias de un pasado y el libro de texto universitario Procesos de Manufactura.
4 Commentarios
Ah, y se me olvidó contarles que en mi aldea solo habian 15 casas, el silencio era peste, el tiempo se empozaba, bien lejos se oia el rebusno del burro de Tio Joncho, asi sabia uno que era la hora de almorzar, nada de relojes, el radio del Tio Casimiro estaba alzado, todos nos conociamos, cualquier chucho callejero se sabia de quien era, «…ese chucho pisado que se voló las gallinas, es el de don Beto», decian. Los cantos de los gallos por la madrugada, se oian hasta bien lejos, lejisimos, era un dulce concierto para recibir el amanecer, durante el recreo de la escuelita ibamos a bañarnos al rio Carkaj, que estaba cerca del plantel, la profesora nos advertia que cuidadito con la Siguanaba, y nos venia guango, de regreso veniamos con una matatada de mangos y chicos bien maduros que se hayaban en las orillitas del rio, como para culebrear a la seño. Nada melindrosos, sobraban las frutas, bien sabrosas, nos chupabamos hasta el codo, y aun nos daba tiempo para hacer campeonatos de capiruchos, yoyo y carreras de caballos, el imaginado semoviente era una bara de madera en la que ibamos montados a pata y relinchando por el patio de la escuela. Tirabamos patadonas como para desarmar el cielo. Ya cuando fuimos ajustando la edad de merecer, cuando ya se nos paraba el jute, se nos antojaron las cantineaderas por ahi cerquita de las posas. El cuerpo pedia hembra, que se le iba hacer, el llmado de la naturaleza habia llegado a los patojos manueleros, bienaventuradas aquellas mamaitas que nos encaminaron por las bellas artes del amor, nos tiramos la talanquera del placer, chuladas de cosas pasaron en aquellos zacatales, algunas veces a pleno sol, o bajo la luna entre cafetales. Y ahi paremos de contar porque yo soy como el mays de costa, lueguito me pico. Aaah, el tiempo, ingrato tiempo, mi bella infancia montañesa, mi noble patojeada.
De repentito vuelvo por aqui
Una anecdota acarrea otra.
En mi tiempo solo la Nuevo Mundo y solo los Domingos a las 8 de la noche en el parque Central de mi pueblo con el programa Tribuna Deportiva de Ernesto Ponce Saravia y solo un personaje tenía Radio y le hacíamos rueda y hasta a veces cobraba para ecucharlo………………. Ahhh…… Tenés razón, el tiempo se lo debora todo.
Nostalgico, buen relato, se lee de un tiron, mi infancia fue otra, no conocio esos personajes, yo me crie en una montaña del oriente de Guatebuena, solo llegaba la señal de la radio; la TGW, Nuevo Mundo, Radio Mundial, la VOA, la B grande de Mexico y no se cuantas otras mas. Tio Casimiro colgaba un radio grandotote en la rama de un Chileamate, en grupon oiamos lo que a el se le antojaba, entre bromas, y cuando él tenia que ir a traer sus vacas o a cambiar de bramadero su caballo, descolgaba el radioreceptor, y lo guardaba para que la bateria no se le gastara, segun decia él.
Aaah pero disfrutabamos Chucho el Roto, Porfirio Cadena, Kaliman, en fin, radionovelas que elevaban mi imaginacion hasta el tope. Luego cuando bajaban los tumbos del rio, logre ir a caballo al poblado mas cercano, vi que alquilaban novelitas de esas que vos decis, a un centavo la leida, me encampanaban, pero preferia el rediote de Tio Casimiro con la radionovela.
Ah que chulada, que recuerdos, belleza de infancia, por dios que si, diria Rigo.
Excelente recuerdos llegan a la mente. En mi pueblo se usaba el intercambio de revistas, ese placer de sentarse en la acera a leer, cada amigo con una revista, Solo que se terminaba pronto, no como ahora, el interminable celular, la tablet, el limite es la batería, pero se recarga, Hoy cada uno se encierra en su mundo, nosotros compartíamos los mundos de aventuras.
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