Medios de comunicación, portadores −¿o promotores?− de la opinión pública (I)

-Matheus Kar / BARTLEBY Y COMPAÑÍA

A los medios de comunicación se les ha llegado a llamar el cuarto poder, ya sea por su clara influencia sobre la sociedad y la opinión pública o por ser el único elemento que mantiene un flujo de información fijo, colocándose paritariamente junto a los otros tres poderes: el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. No es un secreto, un nuevo factor de poder ha emergido: la prensa.

El poder, como sabemos, puede dar guías y sostener las decisiones benefactoras de las sociedades. Estas decisiones son consensuadas, ya sea en asamblea, en una cámara o en un congreso, siempre buscando la mínima cantidad de daños y afectados posibles. Ya que siendo una sociedad, hablando de los países libres, libre, abierta, democrática, pluricultural y, a veces, multiétnica, no se puede proceder gubernativamente sin desfavorecer a unos cuantos sectores de la sociedad o unos cuantos ciudadanos.

Si los medios de comunicación son el cuarto poder y no son un poder regulado, este poder puede ser usado arbitrariamente y atentar contra la democracia de ciertos procesos y la soberanía de los ciudadanos. Este es un problema que ha ido creciendo y añejándose en las editoriales periodísticas. A propósito de esto, Karl Kraus, periodista vienés, luchó e incomodó a la cultura de su época, atacando, desde una posición intelectual independiente, a la prensa que actuaba al amparo de un sistema liberal. Tan ácido como lúcido, Kraus dijo sobre Austria: «Es la más voluntaria víctima de la opinión pública, en la medida en que no solo cree en lo que se imprime, sino que también cree en lo opuesto si también se lo imprime». Asimismo, amedrentó contra la figura del periodista («quien con el fin de subsistir pone su pluma al servicio de la causa más rentable»), siendo su mayor adversario, preocupándole menos los criminales y los políticos corruptos que los malos periodistas. Estos malos periodistas, capaces de transformar la vida de la gente en un subproducto trivial, según Kraus, son los encargados de la nueva comunicación. La inherente dialéctica de la cultura refuncionaliza el aparato periodístico y lo pone al servicio del oscurantismo. Es en la última década del siglo XIX que el periodismo adquiere el relieve y el impacto que hoy le conocemos y que le ganaron el mote de «cuarto poder»: capaz de instalar y derrocar gobiernos, y de provocar y evitar guerras. Si esto pasara con una población advertida y un Gobierno o Estado fiscalizador, que practicara la auditoría social, estas plataformas comunicacionales, ya sea prensa, televisión, radio, internet, serían desarmadas inmediatamente y puestas bajo las medidas legales correspondientes, tildadas de atentar contra el libre albedrío y la libertad de pensamiento. Pero esto no ocurre.

En un mundo ideal, los ciudadanos nos tomaríamos el tiempo para investigar, discutir y formarnos un criterio de los acontecimientos que nos circundan y enlazan problemáticamente con el resto de la sociedad. Pero no es así. Ya que aparentemente nadie es capaz de recabar toda la información necesaria para tomar decisiones informadas, dependemos de los medios de comunicación y los periodistas para acercarnos subjetivamente a la realidad.

Entonces, necesariamente, los medios de comunicación son un elemento imprescindible para alcanzar la democracia. Sin embargo, antecedentes históricos han marcado la pauta de que para ciertas «minorías poderosas» la verdadera democracia representa una amenaza para sus intereses. Y dado que los medios de comunicación forman el rompecabezas de dicha democracia, estas élites necesitan tenerlos cerca.

Esto no se trata de una dictadura, persecución de pensamiento o censura. Se trata más bien de la distorsión de los planos informativos y el sesgo ideológico de la información. Los medios de comunicación, no es un secreto, son baluartes corporativos y, por muy imparciales y objetivos que deseen ser, sus accionistas demandan ganancias, lo cual implica compromisos económicos y políticos. El espacio en televisión, radio o prensa es extremadamente costoso, la publicidad para las microempresas es una inversión devaluadora, lo que provoca que el monopolio sistémico se mantenga en las sociedades abiertas al libre mercado. Son pocas las corporaciones y estandartes económicos que pueden pagar onerosos precios de espacio publicitario. Sin embargo, el espacio, la frontera, de la publicidad y la información ha ido desapareciendo. Hoy en día la información o los pequeños extractos de ella pueden ser utilizados como mecanismos publicitarios y de propaganda para favorecer a ciertos sectores. En pocas palabras, la propiedad determina la orientación y percepción del contenido.

Piense en su televisora o canal favorito de televisión. Supongamos que ya lo tiene. Si, por ejemplo, se le preguntara: quiénes son, en realidad, los clientes de dicha televisora, ¿qué respondería?


Imagen principal tomada de Cinemablend.

Matheus Kar

(Guatemala, 1994). Promotor de la democracia y la memoria histórica. Estudió la Licenciatura en Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Entre los reconocimientos que ha recibido destacan el II Certamen Nacional de Narrativa y Poesía «Canto de Golondrinas» 2015, el Premio Luis Cardoza y Aragón (2016), el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» (2016), el Premio Nacional de Poesía “Luz Méndez de la Vega” y Accésit del Premio Ipso Facto 2017. Su trabajo se dispersa en antologías, revistas, fanzines y blogs de todo el radio. Ha publicado Asubhã (Editorial Universitaria, 2016).

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