Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…
Las uniones matrimoniales entre personas homosexuales, lenta pero ininterrumpidamente, van legalizándose en distintos Estados. No son casos aislados; marcan una tendencia, lo que habla de un cambio sociocultural del cual no sabemos aún magnitud ni consecuencias. Por lo pronto, y como mínimo, representan un paso adelante en la larga marcha de la humanidad hacia la aceptación y respeto de las diferencias.
Aunque la legalización de los matrimonios homosexuales es algo muy reciente, la homosexualidad no es nada nuevo en la historia. La especie humana es un abanico amplísimo de posibilidades, pero cada individuo particular no es infinitamente creativo y amplio. Por el contrario, nuestras posibilidades como sujeto están más o menos acotadas, limitadas. Más aún –tal como enseña el psicoanálisis– la repetición signa nuestras historias. Nos la pasamos repitiendo (modelos, mitos, valores, ideología), y es muy difícil romper los ciclos que nos anteceden y constituyen. De ahí el surgimiento de los prejuicios, que no son sino las matrices que nos constriñen a seguir repitiendo lo que debe ser, lo que ha sido, es y seguirá siendo.
La identidad sexual no es tanto una cuestión de «opción» sino de constitución subjetiva, histórica, producto de la repetición inconsciente de un sujeto en que sus fantasmas deciden la estructura de personalidad. No se «elige» ser heterosexual, ni homosexual, ni bisexual, ni se «opta» por ser sadomasoquista, o pedófilo, o travesti, ni se llega a aceptar el voto de castidad o la poligamia por simples «decisiones personales». Antes bien, todas estas posibilidades que presenta el mosaico humano vienen amarradas a historias subjetivas que preceden y deciden a cada sujeto individual. En tal sentido, la «normalidad» es solo cuestión de consenso.
Lo que, por ejemplo, para los aristócratas varones de la Grecia clásica era un lujo, para la Iglesia católica es un pecado, y hasta hace unos pocos años para la Organización Mundial de la Salud era un trastorno psicopatológico. Pero qué es en definitiva la homosexualidad: ¿privilegio de ricos, imperfección vergonzante, enfermedad mental? Esto muestra que la cuestión en juego no es sencilla, que toca las fibras más sensibles de los seres humanos. Y muestra también que no es una simple cuestión de elección voluntaria: evidencia que la sexualidad, más que ningún otro ámbito humano, está transida por la cultura. ¿Cómo, si no, una «enfermedad» puede ser legalizada hoy día por un juez que firma un acta de matrimonio, o en otro contexto, lleva a su eliminación en campos de concentración junto a judíos, gitanos y comunistas?
No hay sexualidad «normal». El apareamiento entre un macho y una hembra de la especie humana en vistas a dejar descendencia es algo que sucede a veces, ocasionalmente. Pero las relaciones amorosas no tienen como fin último «normal» la búsqueda de establecer nuevas crías; si no, por cierto, no se hubieran ideado todos los dispositivos de contracepción que existen. Por el contrario, la sexualidad da para todo: la genitalidad es parte, pero no la agota; y de hecho es tan sexual el «coito normal» (?) como el uso de un vibromasajeador, un beso, acariciar una prenda interior, buscar una muñeca inflable o la posición más absurda, o erótica, que propone el Kamasutra.
Los prejuicios regulan la vida. Todos tenemos prejuicios, esquemas previos que nos marcan, indefectiblemente. El actual matrimonio «normal» –heterosexual y monogámico– es una institución en crisis que lenta pero inexorablemente muestra una tendencia a disminuir o a su desaparición. ¿Qué se espera de un matrimonio? La oficialización de las alianzas de parejas homosexuales muestran, no sin dificultades ni tropiezos, una mayor cuota de tolerancia, de respeto a la diversidad.
Una cuestión que inmediatamente se plantea en relación a esto es el tema de las adopciones de hijos por parte de estos nuevos matrimonios. En más de un caso se ha dicho, incluso gente progresista, que «entre homosexuales casarse es una cosa, tener hijos ya es más discutible».
Definitivamente es muy difícil, quizá imposible, prescindir de la carga de prejuicios que nos constituye. Que la homosexualidad, o más aún la bisexualidad de varones y mujeres, está presente en la historia de todas las culturas, es un hecho incontrastable. De todos modos, hasta ahora al menos, la edificación cultural se ha hecho siempre sobre la base de la célula familiar –mono o poligámica, en general más patriarcal que matriarcal– con la presencia de los progenitores de cada uno de los dos géneros: masculino y femenino. ¿Qué pasa si eso cambia?
Para ser absolutamente rigurosos con un discurso analítico que se quiere serio, objetivo, certero, no podemos afirmar en forma categórica qué puede deparar este nuevo modelo de familia homosexual. Quitando los epítetos más viscerales, que no son sino expresión de los ancestrales prejuicios («es anormal», «es degenerado», «vamos hacia la desintegración familiar y social», «no está bien») lo mínimo que habría que pedir es rigor científico para abrir juicios.
Imagen tomada de Foros de la Virgen.
Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.
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