-Lorena Carrillo / DIARIO DE FRONTERA–
Hacer una semblanza de Masae, un personaje del pequeño mundo académico de la ciudad en que vivo, es un modo de hacerle un reconocimiento ahora que recién se cumplieron dos años de que ya no está con nosotros. Reconocerlo en tres sentidos fuertes del verbo reconocer: en el de volver a conocerlo/recordarlo, en el de distinción y en el de gratitud. Masae, el bibliógrafo, era ese personaje mitad mago, mitad duende que a veces tiene uno la suerte de conocer.
Voy a decir Masae y no el maestro Masae Sugawara Hikichi, porque él fue la antítesis de un funcionario de cualesquiera siglas institucionales a las que estamos habituados; también porque no se relacionaba con la gente pidiendo o mostrando su listado de méritos y logros. Nunca necesitó saber si alguien pertenecía o no a uno u otro cuerpo meritocrático para distinguir entre un investigador novato y uno experimentado y, por supuesto, no necesitaba él mismo pertenecer a ellos para recibir un aval que le sobraba como persona y como profesional: Masae era Masae. No obstante, tengo frente a mí su curriculum vitae, que repaso deteniéndome en asuntos de su persona: nació en Veracruz. Era jarocho Masae, aunque el currículum no me indica si además fue rumbero y trovador; pero queda claro que dejó aquellas playas lejanas y al final terminó por quedarse entre conventos y casonas coloniales, más apropiadas seguramente para su temprana vocación de historiador, misma que realizó en la UNAM en los años sesenta. En la Biblioteca Nacional de México trabajó muy cerca del director Ernesto de la Torre Villar (1965-1978), con quien siempre se mantuvo vinculado y gracias a lo cual el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP recibió en donación la biblioteca de este eminente historiador mexicano.
Sigo leyendo y veo el amplio abanico de sus intereses: Masae buscó, compiló, sistematizó, reflexionó, escribió sobre temas sensibles de la historia mexicana, en particular del colonial tardío y la Independencia. En los títulos de sus trabajos puede percibirse el delicado equilibrio del diálogo que parece haber sostenido con los documentos con que trabajaba. Masae los deja hablar en el centro de la escena, mientras su fina sensibilidad de historiador se decanta en los criterios de selección que están tras bambalinas. Pero su curiosidad profesional lo llevó por caminos diversos: escribió unas notas sobre los sismos mexicanos en siglo XVI, un ensayo de interpretación sobre la Independencia y las clases sociales, una ponencia sobre el concepto de revolución en la historiografía del siglo XIX y un artículo sobre Tlaxcala como síntesis de cultura e identidad.
Ocupó además múltiples cargos institucionales. Pero lo que no me dicen esos papeles es cómo y dónde aprendió Masae ese delicado trato que tenía con la gente, esa peculiar manera con la que se acercaba a las personas hablando siempre con afecto. Y es que Masae era un rarísimo ejemplo de modelo masculino que sienta su autoridad, respeto y –para usar una palabra que ahora gusta mucho- liderazgo, sin necesidad alguna de arrogancia patriarcal. Porque qué es, sino autoridad, respeto y liderazgo el que un homenaje a él y a su trabajo en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la BUAP haya sido una iniciativa que a todos pareció justa y absolutamente merecida. Pero los papeles que enlistan sus trabajos y sus muchos méritos académicos y profesionales me llevan por otros rumbos: a finales de los años setenta, antes de tomar a su cargo la Biblioteca y Hemeroteca del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, ya había estado en Puebla. Llegó en el periodo del Ing. Luis Rivera Terrazas en la Rectoría de la BUAP para sumar su esfuerzo al del movimiento democrático que entonces impulsaba la reforma universitaria. Porque es importante recordar que se trató también de un hombre comprometido y militante que no por vivir fascinado por los archivos y los libros daba la espalda a las luchas sociales. Al contrario, vinculaba una cosa con otra, como cuando se desempeñó como coordinador de la Sección de Investigaciones, Seminarios y Cursos del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista en los años ochenta. Para ese momento ya había acumulado una sólida experiencia en el Archivo General de la Nación, de cuyo traslado al Palacio de Lecumberri fue parte, como miembro de la comisión encargada del mismo. Igual investigaba, escribía y publicaba en el Boletín del AGN, un valiosísimo instrumento para los historiadores, del que también formaba parte del Consejo Editorial. En el Archivo General de la Nación ocupó diversas jefaturas de departamento.
No lo dice el curriculum vitae, pero Masae era un erudito a la vieja usanza, un hombre de libros, un bibliógrafo, un hombre que sabía y que regalaba su conocimiento cada vez que sugería una bibliografía o seleccionaba títulos para cada una de las áreas de investigación o para el curso de cada profesor. Me dicen quienes trabajaron de cerca de él que era un conocedor exhaustivo de su campo, que revisaba todos, así, todos los libros que llegaban en las donaciones y en esa revisión, no me cabe duda, se echaba a andar la maquinaria prodigiosa de su increíble memoria, sus conocimientos y su instinto, iniciando así la selección, ese complejo proceso que pone a prueba, cada vez, los límites de cualquier cosa. Masae era también un hombre próximo, cercano, una persona con quien se establecía de inmediato una conexión empática y suave, ajena del todo a vanidades y narcisismos y eso no lo dice ningún papel, pero lo sabemos todos los que lo tratamos profesionalmente y sentimos que nos beneficiamos al mismo tiempo de su amistad.
Pero vuelvo al currículum: a finales de los años ochenta, Masae fue investigador en el Instituto José María Luis Mora y de ahí pasó a ser director del Archivo General del estado de Tlaxcala. Simultáneamente ejerció como docente de Historia en el Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Tlaxcala y continuaba con sus investigaciones sobre temas historiográficos que difundía en ponencias y conferencias: «La historiografía del siglo XVIII: problemas agrarios, precios, manufacturas, minería y reformas borbónicas», «La historiografía y el cambio histórico» son títulos de algunas de ellas. Iniciando la década de los noventa, Masae se incorporó al Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP. Toma a su cargo la Unidad Bibliohemerográfica y también ejerció como docente impartiendo el curso de Historiografía y siguió ahí mucho tiempo más, construyendo el acervo actual, poniéndolo al día, sorteando dificultades presupuestales, adquiriendo fondos, recibiendo donaciones, inspirando la confianza de notables como Ernesto de la Torre Villar y Raymond Buvé para donar sus bibliotecas y de Gonzalo Aguirre Beltrán y Mario Salazar Valiente para que el Instituto adquiriera las suyas.
Como historiador, como investigador, como académico, su trabajo era altamente sensible a los requerimientos de estudiantes y maestros. Por eso la biblioteca del ICSYH es lo que es, por eso sabíamos que él sabía lo que necesitábamos, que él incluso podía saberlo antes que nosotros mismos. Por haber hecho todo eso y por haberlo hecho como él lo hizo, esta nota es para re-conocerlo, reconocerlo y reconocerle.
Fotografía principal tomada de YouTube.
Lorena Carrillo

Doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora-investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Docente en los posgrados de Historia y Ciencias del Lenguaje del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP. Una de sus últimas publicaciones es Motines y rebeliones indígenas en Guatemala. Perspectivas historiográficas, como coordinadora.
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