A un par de kilómetros de casa, existía un caserío llamado Santa Ana, que con los años se convirtió en una aldea, y que ahora es casi otro municipio. Pero a pesar de la ola arrolladora de la “civilización” que llegó en forma de suburbios elegantes, solares de descanso para gente pudiente y grises condominios, aún es posible observar en algunas callejuelas ese encantador aire a pueblo sereno y terrajero. De cuando en cuando, se escucha el destemplado y suplicante canto de algún gallo confinado a la soledad y al celibato, porque a la industria avícola ya no le interesa la crianza de gallinas de corral. Pero ese es otro tema.
Estampado sobre las paredes de adobe de una de estas callejuelas, me encontré un pequeño y bucólico rótulo que a primera vista parecía de esos que dicen “se vende”, “se alquila”, “tienda”, “tortillas los tres tiempos” o algo parecido, y que por estos días proliferan como una plaga en todos los sitios, pero, al pasar más de cerca pude leer cuatro palabras en dos líneas que hicieron que me detuviera en seco y regresara sobre mis pasos para leer de nuevo: “MÁS POESÍA, MENOS POLICÍA”. Y me quedé parado allí, releyendo varias veces lo mismo, con el embeleso de un errabundo que descubre un verde arbolito en medio de una desolada y ardiente duna de arena.
Veamos, la frase no es un derroche de brillantez, pero tiene la terrible simpleza y la fuerza de las cosas profundas y verdaderas que va más allá de que poesía rime con policía.
Hacer poesía, leer poesía, resulta una actividad ociosa y estéril para muchas gentes. Y no se les puede culpar. Nos ocupamos en llevar comida a nuestra mesa, en vestir y dar vivienda y confort a nuestros seres queridos, en sobrevivir. Y en este país bendito –como en otros tantos– también debemos preocuparnos de no morir asesinados, de no pasar a formar parte de las estadísticas de robos o extorsiones que terminan mal.
Desde pequeños se nos enseña a embarcarnos en tareas productivas. Y en el contexto de nuestro sistema económico, la productividad y el éxito de un ser humano se mide por la cantidad de dinero que pueda ganar en un mes cualquiera. Lo demás es pasatiempo, inutilidad o filantropía. Pero esto ya lo sabemos.
De lo que no estamos seguros es que la mejor manera de combatir la violencia en todas sus formas y manifestaciones sea con armas más sofisticadas, o mayor número de policías. Estas son medidas meramente paliativas que surgen luego de que el daño está hecho, mas no lo previenen. Un asesino no dejará de asesinar porque tema morir, ser perseguido o encarcelado; en todo caso buscará métodos más efectivos de conseguir su propósito sin que lo pesquen. Pero si ese asesino encuentra el modo de empezar a valorar la existencia y el privilegio de ser y estar, entonces podría dejar de matar, porque la semilla del mal flota en el entorno, pero solo germina y se hace fuerte en el corazón.
Y un camino seguro hacia ese reencuentro con la vida es la poesía. Esa vida que dejamos guardada en el cajón de la cómoda, porque nos estorba en nuestra carrera por llegar a tiempo al trabajo. La poesía es un canto a todas las manifestaciones de estar vivo: amor, desamor, dolor, júbilo, odio, esperanza, encanto, desencanto, agonía (porque aún la misma agonía es una manera de vivir), pureza, lascivia, valentía, temor. Cuanta más conciencia de nuestra humanidad, más tolerancia y amor hacia los otros. Así las cosas, ¡cuántas armas podrían cambiarse por versos!
“Más poesía, menos policía”… cierto.
Fotografía por Fabio Israel.
Fabio Díaz

17 años trabajando como administrador y contador, hasta que un día decidí – irresponsablemente – abandonar la seguridad de un trabajo estable, predecible y confiable, para embarcarme en la aventura de trabajar como actor, locutor comercial y voz en off para documentales, y tratar de vivir de ello. Una cosa fue llevando a la otra y así se fue abriendo en mi horizonte otra serie de actividades que nunca preví, como las participaciones en anuncios para la televisión, algunos rodajes para el cine, las labores de facilitador y otra serie de felices consecuencias que me alimentan el corazón. Desde entonces, he sido irresponsablemente muy feliz. Las finanzas y la contabilidad siguen formando parte de mi vida, pero ya no la limitan, solamente le dan un marcado contraste y la enriquecen un poco más. Este ha resultado ser un camino de descubrimientos que me ha permitido confirmar, a cada paso, el potencial del arte para influenciar a las personas de manera positiva y su innegable impacto en la concepción de un mundo más empático y generoso. No es en absoluto un camino fácil, pero es un camino intenso, vivo, alentador, desafiante y, a la vez, lleno de esperanza. No puedo terminar con nada concluyente, el camino continúa.
2 Commentarios
…cuando en mi país (Colombia) critican a un candidato a la presidencia por «humanizar» tanto a las fuerzas armadas o la policía, dándoles la posibilidad de borrar del horizonte la palabra «muerte» por «educación», resulta casi acto heroico, convocar a la poesía en tiempos donde la violencia quiere acabar a toda costa con la esperanza…bienvenido, pues, este grito de libertad por los que miran en la mochila, un libro cargado de promesas, y en el fusil, un lápiz cargado de palabras…
Buenísimo este texto!
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