Camilo García Giraldo | Literatura/cultura / REFLEXIONES
Hanna Arendt conoció a Heidegger a los 18 años cuando comenzó sus estudios de filosofía en la Universidad Marburgo donde era profesor; al poco tiempo, a pesar de que Heidegger era un hombre de 35 años casado, iniciaron y vivieron en secreto una intensa relación afectiva. Un apasionado amor que duró dos años hasta que la joven estudiante no soportó más la tensión psíquica que esa situación le provocaba y se alejó de él, dejando el curso de la Universidad y marchándose a Friburgo para proseguir sus estudios de filosofía en la Universidad Albert Ludwig en la cátedra que dictaba Edmund Husserl, quien también había sido el gran maestro de Heidegger. No obstante su separación física, siguieron escribiéndose cartas en las que no solo hablaban de sus sentimientos sino de asuntos filosóficos y poéticos hasta 1932. El año siguiente Arendt decidió abandonar Alemania rumbo a París donde se encontraba desde hacía unos meses su primer esposo, el filósofo Günter Stern, por al acoso y persecusión que sufrió debido a su condición de judía -fue encarcelada durante 8 días- a manos del Partido Nacional Socialista que acababa de instalarse en el poder bajo la dirección de Hitler. En ese año Arendt también se entera que su antiguo y querido profesor se había afiliado a ese partido que la perseguía, hecho que le provoca una profunda decepción. Por esa razón rompe todo contacto con él hasta 1950 en que viviendo en Nueva York, Arendt le envía una carta de saludo, porque si bien no aceptaba las opiniones y simpatías políticas que había tenido Heidegger, lo admiraba y reconocía como un gran pensador y filósofo. Reanudaron así, entonces, un intercambio epistolar centrado exclusivamente en temas intelectuales y culturales que durará hasta en 1974, poco tiempo antes de la muerte de los dos, y solo por un tiempo interrumpido por él, después que Arendt le enviara su libro La condición humana en 1960.
Pero, a pesar de este distanciamiento personal, Arendt se llevó consigo en su espíritu para siempre una enseñanza fundamental que recibió de Heidegger, su primer maestro y su primer amor: la noción de mundo, o más precisamente, de la que el hombre es un Dasein, un ser-ahí, que está y existe situado en el mundo que es el horizonte a partir del que puede comprender el sentido de las cosas, hechos y acontecimientos que le aparecen o con los que se topa en el curso temporal de su existencia. Es el mundo en que está situado el hombre el que le ofrece la posibilidad de comprender todo lo que lo afecta y rodea, y, por lo tanto, de realizar su existencia en el tiempo que dura; pues solo si comprendemos el sentido de las cosas y sucesos que encontramos y que nos encuentran en el curso de nuestra existencia podremos realizarla.
Arendt, sin embargo, pensó que esta noción de mundo no era del todo satisfactoria porque en el fondo partía del supuesto de considerar a cada hombre en solitario. De ahí que se propuso superar esta insuficiencia modificando su significado, al sostener precisamente que cada hombre no está situado solo en el mundo sino que siempre, desde que nace, está con los otros, está junto o entre los demás hombres; el mundo en que está situado cada hombre son todos los demás hombres que lo constituyen con su presencia, con sus actos y con sus palabras; hombres diversos y plurales que reunidos forman el mundo.
Ahora bien, como lo expuso en su notable libro que mencioné antes, La condición humana, que publicó en 1958, en el mundo donde están situados desde su nacimiento los hombres realizan tres actividades fundamentales: trabajar, laborar y actuar. En las dos primeras actividades los hombres tratan y se relacionan primordialmente con cosas; en cambio, cuando actúan siempre tratan y se relacionan entre sí; cuando cada hombre actúa lo que hace en realidad es interactuar con otros. La acción que realizan los hombres que están en el mundo es, entonces, para Arendt, la actividad central y más importante porque los hace presentes unos a otras en su diversidad, porque los reune a todos en su pluralidad.
Y para ella es en el terreno público-político libre donde los hombres pueden realizar esta actividad fundamental porque ahí todos sin excepción pueden interactuar o contemplar y escuchar actuar a otros con sus actos y sus palabras. Los que contemplan la acción de otros y escuchan sus palabras también actúan en la medida que necesitan comprender el sentido de esa actuación y de esas palabras; y el comprender es también un acto fundamental del ser del hombre (otra enseñanza de Heidegger que Arendt, a pesar de la distancia que tomó de él, valoró mucho integrándolo a su propio pensamiento). Y cada persona que actúa en este espacio público-político libre lo hace mostrando algo propio y específico de sí mismo plasmado en esa acción o en la forma y el contenido de las palabras que usa para presentar sus inciativas, sus propuestas y sus pensamientos; y aquellos que lo observen al comprender el contenido de su actuación se hacen partícipes también de la acción que observan y de las palabras que oyen. Por eso el espacio político-público es el escenario abierto y libre en el que todos los seres humanos, que son plurales y diversos, participan y actúan. Y al actuar con libertad -la libertad ese el sustento y la condición esencial de toda acción humana- en este terreno público-político, los hombres hacen algo esencial: contribuyen a cuidar y conservar el mundo en que están situados como el elemento más valioso de sus vidas; o, lo que es lo mismo, se cuidan e integran entre sí para realizar sus existencias en ese mundo.
Sin embargo, Arendt consideró que la razón que reune a los hombres a actuar en el terreno público-político para mantener el mundo no es de carácter racional, como en general todos los pensadores políticos modernos han propuesto y expuesto, sino afectiva y sensible: el amor que unos sienten por otros, el amor al prójimo. Es este amor que cada uno siente por los demás el que los empuja a reunirse y participar o actuar en la vida política. Aunque ella siempre insistió que el amor es apolítico e incluso antipolítico, nunca abandonó, paradójicamente, la interpretación que hizo de la concepción del amor de San Agustín y que expuso en su juvenil tesis de grado de 1929 El concepto de amor en San Agustín, en la que sostiene que el verdadero y trascendente amor no es el que los hombres deben sentir hacia Dios, único e inaprensible, sino el que se debe darse entre los seres humanos. En Agustín el amor al prójimo fue apenas una excusa para abrazar la ciudad de Dios, mientras que Arendt recurrió a él para abrazar la ciudad de los seres humanos, a pesar de los daños y desarreglos que en ocasiones han provocado. Es este amor que sienten los hombres entre sí, por más variados y plurales que sean, la única razón, o por lo menos, la más importante y significativa, la más cargada de sentido humano, que los conduce a reunirse en este terreno político-público para conservar lo más valioso que tienen: el mundo en que viven y habitan. «Soportamos el peso de lo político por amor al prójimo».
Este significado y función central que Arendt le dio al amor en su pensamiento, en su obra intelectual profunda y original, ¿no fue acaso el resultado de ese primer amor vivido intensamente con su primer maestro filosófico que le hizo creer que el amor tiene el extraordinario poder de unir y entrelazar a todos los seres humanos por más variados que sean? De ser así, hizo de esta vivencia personal una vivencia no solo esencial e imborrable para su vida, sino también una de las fuentes de donde brotó su pensamiento.
Fotografías principales proporcionadas por Camilo García Giraldo.
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 7 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembros de la Asociación de Escritores Suecos.
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