Mónica Albizúrez | Arte/cultura / INTERLINEADOS
«Debo empezar con mi nacimiento, que no fue muy grato para mí. Mi padre se había suicidado un mes antes (14 de agosto de 1929): yo nací el 16 de septiembre. Entonces, nací bajo varios signos adversos, pero muy prendida a la vida».
Así empieza el relato de Margarita Carrera. Era 1996 y yo había decidido escribir mi tesis de Licenciatura en Letras sobre dos poemarios suyos: Del noveno círculo y Letanías malditas. Visité a Margarita en su casa de la zona 10 una tarde lluviosa. Ella estaba en cama, no recuerdo bien qué había pasado. Le pedí si podía contarme algo de su biografía que yo grabaría. Accedió sin más y su voz debe estar enredada en un viejo casete que perdí en tantas mudanzas. Transcribí una buena parte de lo contado, de lo que hoy recupero unos trazos.
Josefina Ludmer afirmaba en aquella conferencia emblemática sobre sor Juana Inés de La Cruz, «Las tretas del débil» (1984), que estudiar la literatura femenina implicaba examinar los lugares. Dejar los lugares comunes y explorar los lugares específicos, los ocupados por las mujeres en contextos históricos concretos. Armar sus campos de lucha.
La biografía de Margarita proporciona unas pautas para establecer sus recorridos en una sociedad guatemalteca y en una región centroamericana, cuyos proyectos y sueños de modernización en el siglo XX, para usar las palabras de Héctor Pérez Brignoli, fracasaron «bajo las ruedas de la miseria». En esa metáfora operan las dinámicas de la desigualdad, el miedo de las élites a la democratización, la impunidad.
Así, el origen de Margarita Carrera está determinado por una familia bien, venida a menos al iniciar la década del treinta bajo el régimen ubiquista: «mi madre estaba agobiada, no solo por el dolor, sino también porque mi padre nos había dejado en la miseria, solo con deudas». Esta experiencia, rozar el bienestar y ponerse del lado opuesto, hará que Margarita viva el juego perverso de las apariencias, en el que generalmente la mujer pierde. Desde una madre terriblemente lejana y una nana indígena protectora, Margarita somatiza en resfríos y asma un sentido temprano de las dimensiones de las jerarquías. Pero, a la vez, la gana de aprender la arrastra hacia adelante: «entonces me entró la angustia de no estudiar». La colegiatura gratis en el Colegio Santa Teresita gracias a las conexiones familiares con la dueña, Albertina Llardén, le permite entrar a un espacio transformador: la lectura. «Ya me empezaba a gustar la literatura, desde niña empecé a leer todo lo que llegaba a la casa; libros de cuentos, pasquines. Mi gran refugio era leer».
La entrada a la universidad –su aspiración– se posterga. La muchacha de esa familia venida a menos debe entrar pronto al mundo laboral, a los 15 años: «Trabajaba de ocho a doce y de dos a seis. Me recuerdo qué cosa más dura, me hacían falta los recreos del colegio, me hacían falta los estudios». Después, Margarita se iba a la iglesia Santa Teresa: «Y si me tocaban la religión me ponía furiosa porque era una católica rematada». El ingreso del trabajo se entregaba a la madre: «no tenía un centavo».
No hay alivio comparable en la vida laboral como cambiar de trabajo y entrar en un ambiente donde las inquietudes encuentran un engranaje que comunica la posibilidad de futuro. Margarita pasa a trabajar al Museo de Arqueología e Historia y luego al Instituto de Antropología e Historia. Allí entra en contacto con los artistas Roberto González Goyri, Guillermo Grajeda Mena, el profesor de literatura Hugo Cerezo Dardón y una figura muy olvidada en los estudios literarios, la escritora hondureña Argentina Díaz Lozano. Estamos hablando de la época de la Revolución del 44 y un ambiente propicio para la educación: «Había llegado al poder Arévalo en 1945. Se fundó la Escuela Nocturna de Farmacia, en San Sebastián, donde yo estudiaría». Margarita asume esas declaraciones que fundan la autonomía y se dirige a la madre: «Solo le quiero decir que como ya tengo dieciocho años voy a decidir por mi vida, así que he decidido estudiar en la Escuela de Farmacia para entrar a la Universidad. Me vio extrañada».
El ritmo de vida es trabajar de día y estudiar de noche. Si no alcanzaba para la camioneta, transportarse en bicicleta. En la Escuela de Farmacia, sus compañeros serán mayoritariamente de origen obrero. La cercanía del primer amor, salido de esos ambientes, desata un ofrecimiento precipitado de la madre: que Margarita termine de convalidar estudios en el Colegio Inglés Americano.
Margarita consigue entrar a la Universidad. Allí, en la recién creada Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos empieza el compañerismo y la larga amistad de Matilde Montoya, Ruth Alvarez de Scheel, Francisco Albizúrez y también Manuel José Arce, quien llegaba a la Facultad a participar en coloquios e intercambios literarios. La Facultad supuso para todos ellos la posibilidad de acceder a una educación universitaria pública y a una movilidad social, pero también a un ambiente de discusión de ideas y lo que hoy llamaríamos interdisciplinariedad e internacionalización del conocimiento: «La cátedra de Filosofía estaba a cargo de José Rolz Benet, quien combinaba el ejercicio del derecho y el pensamiento filosófico, participante también en la Revolución de octubre de 1944; la Introducción a la Historia era impartida por Andrés Townsend Ezcurra, dirigente histórico del APRA, quien estaba exiliado en Guatemala; la Introducción a la Psicología, estaba a cargo del psiquiatra español, Antonio Román Durán, quien formaba parte del importante número de exiliados españoles que vivieron por entonces en Guatemala; la Introducción a la Pedagogía la enseñaba Manuel Luis Escamilla, exiliado salvadoreño; Latín y Cultura Latina, los dictaba el doctor Aguado Andreut, también exiliado español y, finalmente, Inglés, a cargo del profesor George Lukens» (testimonio Francisco Albizúrez).
Margarita terminará la carrera de Letras y paralelamente vendrá el matrimonio con Edgar Wever del Valle: «A los veintisiete me gradué, a los veintiocho tuve mi primera hija. Margarita. A los treinta, mi segundo hijo, Edgar, y cuando tenía treinta y dos años, fue que mi matrimonio no estaba muy bien». La separación se concreta. Margarita cuenta con dos circunstancias para tomar esa decisión: el apoyo de su madre y hermanos, así como una independencia económica. Para entonces, el orden instaurado por la contrarrevolución de 1954 dominaba el país.
Margarita combinará su labor de profesora en la Facultad de Humanidades con su escritura ensayística y poética. De la primera queda el hermoso texto de Lucrecia Méndez de Penedo Margarita Carrera dixit: «Su pasión por las letras contagiaba a extremos tales que, durante una clase, cuando nos leía el poema Oración por Marilyn Monroe de Ernesto Cardenal, terminó llorando a mares y nosotros con ella. O cuando la acompañé a ver la versión fílmica de Ifigenia en Áulide: tuve dos tragedias por el precio de una; una en la pantalla y la otra, con ella al lado. Esas vivencias no las da ningún libro, ni ninguna teoría literaria».
De la obra de Margarita, existen índices y no quiero extenderme. Los dos que han sido para mí textos de estudio y relecturas, se publican en la década del 70: Del noveno círculo en 1977 y Letanías malditas en 1979. La década del 70 supone para Margarita procesos de autoconocimiento y terapia. Esos momentos cuando uno desciende en las honduras del yo interno. El atropello de su nana indígena y consecuente muerte operan como desencadenantes: «A mi nanita, que era mi madre, la mató un carro. A los seis meses, me empecé a enfermar. Hasta que un día en el mismo lugar donde la mató el carro, me estrellé yo… Me di cuenta que otra vez necesitaba ayuda». El interés por el psicoanálisis se transmuta en lecturas y ensayos. Del noveno círculo, por su parte, constituye un poemario avasallante y barroco sobre el complejo proceso de la memoria individual en donde la escritura es central: «Escribir es hacer hablar a la piedra / transmitir la levadura del dolor / modelar el tiempo espejismo infinito». Pero también para el tiempo de la escritura escribir «es rumiar a los descuartizados / probar el sabor de su sangre redentora / sentir su alarido / acompañarlos / mirar sus días idos / entrever el abrazo el plato el lecho abandonados».
Se dice que la década de los ochenta es la década perdida en Latinoamérica. En el relato de Margarita, esa década fue el silencio. En la vida, fue participar en una actividad universitaria y pública fuertemente restringida. Como muchos, el autoexilio interior, pero sin paralización.
En 1996 se detiene el relato de Margarita. Este texto pretende ser una invitación a seguir armando las historias de las escritoras guatemaltecas y centroamericanas. Este texto también es, para quien escribe, un coleccionar recuerdos dispersos de una infancia y adolescencia que me dejó la experiencia inigualable de mujeres comprometidas con la palabra, devotas del asombro, portadoras de nuevas posturas. En esos recuerdos están y estarán siempre Luz Méndez de la Vega, Delia Quiñónez, Ana María Rodas, Carmen Matute y, claro, Margarita. Este texto finalmente es una deuda pendiente con ella. Sí, Margarita: «tiempo de sombra / tiempo recobrado / tiempo perdido / tiempo que no tiene tiempo».
Fotografía principal, programa televisivo dedicado a la tragedia griega, Estudio abierto, años 1970, Francisco Albizúrez y Margarita Carrera, proporcionada por Mónica Albizúrez.
Mónica Albizúrez

Es doctora en Literatura y abogada. Se dedica a la enseñanza del español y de las literaturas latinoamericanas. Reside en Hamburgo. Vive entre Hamburgo y Guatemala. El movimiento entre territorios, lenguas y disciplinas ha sido una coordenada de su vida.
3 Commentarios
Texto imprescindible y una bella forma de acercarse a la vida y obra de Margarita Carrera.
Gracias por este texto, Mónica, muy bello. Me encanta cómo vas entretejiendo comentarios sobre la obra y la vida de Margarita Carrera con observaciones sobre el momento que le tocó vivir.
Gracias por esta semblanza de Margarita, una mujer imprescindible del siglo XX en Guatemala. Su vida, sus aportes literarios, su compromiso con la vida, la verdad y la justicia (expresado por ejemplo en su libro sobre Monseñor Gerardi), su afirmación feminista en las últimas etapas de su vida, son un legado que necesitamos divulgar, reconocer y agradecer. Gracias Mónica.
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