-Vanessa Núñez Handal / ALGUNA PARTE–
La primera vez que oí hablar de él, debió ser el año de 1994, mientras caminaba en una playa de El Salvdor, misma desde la cual hoy escribo esta columna. Una amiga me recomendó leer Los compañeros y yo nunca olvidé el título ni al autor.
Una década más tarde conocí su obra y varios años después lo conocí a él. Nos amigaron otras vidas, la literatura y la incomodidad por el mundo.
¿Qué es para ti la literatura?, me inquirió en una ocasión. Una tabla de salvación, respondí yo. Él sonrió.
Gracias a él comencé a leer a Juan Bosch y sus consejos para escribir cuentos, a José María Arguedas y sus novelas detalladamente humanas y a César Vallejo y su poesía personal.
Marco Antonio se había profesionalizado como escritor en el exilio. También fue durante el exilio que profundizó en sus conflictos internos y humanos. Su vida, sus dolores, sus amores y sus desilusiones fueron la materia prima de su obra.
Dejá de pensar en vos y comenzá a pensar más en tus preguntas, me dijo la última vez que nos vimos. Lo importante no es cómo se cuentan las cosas, sino que lo que narrés sea franco y provenga de lo más íntimo de vos. ¿Qué es lo real? ¿Cuáles son tus sentimientos? Lo demás no importa.
Los viajes que «el Bolo» hizo a lo largo de su vida fueron intensos. Pero jamás como el viaje que desde niño emprendió hacia su interior.
¿Quién soy, qué soy, de dónde vengo, a dónde voy, es posible conocerse, qué es la vida, de dónde procede?, fueron sus cuestionamientos principales. Y, ante la imposibilidad de responderlos a través de la religión, la filosofía o la ciencia, Marco Antonio los respondió mediante el arte.
Ganador del Premio Nacional de Literatura Miguel Angel Asturias 2006, fue un hombre que no existió en Wikipedia hasta después de su muerte. Tampoco se lo solía ver en reuniones literarias ni en eventos y tampoco le gustaba que le llamaran «maestro». A él se lo podía encontrar en sus novelas y en su poesía, porque su obra fue siempre una lección de escritura y de sinceridad literaria.
Poeta, narrador, ensayista, periodista, catedrático, tallerista literario, conferencista en varios países, editor, guerrillero, exiliado, crítico como pocos de su sociedad y de la lucha armada, fue un autor controversial, poseedor de una de las mejores plumas de Centroamérica.
En sus novelas dibujó una sociedad que no deseaba mirarse a sí misma como lo que es: un inmenso funeral en donde no es posible reírse, más que de las tristezas que la humillan. En su poesía nos legó su testamento sentimental.
«La memoria es el cuento de la vida, las manos calurosas que la alientan cuando esta empieza a marcharse. Y su mejor nido es el amor no las ideas», leí en su novela Viaje hacia la noche (F&G Editores, 2012) que tuve oportunidad de presentar junto a él. Entonces comprendí que era su última novela.
Al final de dicha obra, como sentencia humana y personal, Marco Antonio citó un verso de Agustí Bartra que, hoy día, a casi cinco años de su muerte, es más válida que nunca: «la única libertad para el ser humano radica en la muerte».
Marco Antonio murió como lo declaró en sus versos, «pronto y mansamente, como mueren de amor los marineros», rodeado de sus seres queridos y con un enorme legado tras de sí. Fue un hombre de batallas, pero también de mucha ternura y amor para con los suyos. Los que lo conocieron de cerca saben que tras el personaje polémico existió un hombre que amó con intensidad y que, por lo mismo, no tuvo reparos en decir lo que pensaba.
Hoy, frente al mar, vuelvo a leer sus versos. Me doy cuenta entonces de que la muerte libera el cuerpo, pero no las palabras. Estas quedan para consolarnos a los que, como Marco Antonio, nacimos «con el futuro dolorido y un canto atravesado en la garganta».
Hasta siempre, Marco Antonio.
Vanessa Núñez Handal

(El Salvador, 1973). Actualmente residente en Guatemala. Escritora y abogada, con estudios de posgrado en Ciencia Política (UCA, El Salvador), Literatura Hispanoamericana (URL, Guatemala) y de Género (UNAM, México). Ponente invitada en distintas universidades y ferias del libro.
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