Los secretarios

-Jaime Barrios Carrillo | ENSAYO

Existió, y se extinguió, un oficio peculiar ligado a la personalidad notable de algún escritor: el de secretario. Solía ser un joven y con frecuencia inédito autor, algún discípulo cercano o simplemente un literato caído en desgracia económica, algo que ha sido normal en todos los tiempos.

Dentro de la gama de secretarios famosos (o que después llegaron a serlo) mencionaremos a Eliot, quien fue secretario de James Joyce y coadyuvó a la edición del Ulises. Eliot mismo escribió la comedia The Confidential Clerk, muchas veces traducida como «El secretario particular» y donde plasma el dilema entre la moral estética y los negocios. Beckett en su juventud fue también secretario de Joyce, sobre todo en la investigación para Finnegans Wake, la obra póstuma de Joyce. En el mundo francés André Bretón fue secretario de Proust. Y en Rusia resulta heroico Valentín Bulgakov, secretario de Tolstoi y también biógrafo del autor de Ana Karenina. Bulgakov encarna al secretario fiel hasta las últimas consecuencias: fue encarcelado por el régimen zarista, luego por los bolcheviques y y por último fue a dar a un campo nazi de concentración de donde milagrosamente sobrevivió.

En España resulta llamativo el poeta y escritor José María Quiroga Pla. No solo fue secretario de Miguel de Unamuno sino contrajo matrimonio con una de sus hijas. Otro caso es el de Luis Hurtado, secretario de Jacinto Benavente y cuyo hijo el actor y teatrista Diego Hurtado llegó a colaborar muy estrechamente con el dramaturgo y premio Nobel madrileño, casándose Diego con la actriz Mary Carrillo, la cual fue admirada por el mismo Benavente que, a pesar de su difusa homosexualidad, la habría considerado como su última musa. Mary Carrillo le habría inspirado la obra Al amor hay que mandarlo al colegio.

En el ámbito hispanoamericano encontramos al agudo ensayista costarricense León Pacheco como secretario en París de Enrique Gómez Carrillo, cuando el cronista necesitaba de alguien que escribiera a perfección el francés para llevar al día su correspondencia. El novelista ecuatoriano Jorge Adoum fue secretario de Pablo Neruda durante los años en que realiza sus estudios en la Universidad de Santiago de Chile, cuáles eran sus funciones, no lo sabemos. Neruda tuvo varios secretarios durante su vida, incluido Augusto Monterroso en su corto exilio en Chile. En México José Luis Martínez fue útil secretario de Alfonso Reyes, más que secretario soporte práctico del polígrafo mexicano. En Argentina Roberto Art lo fue de Ricardo Güiraldes al que dedicó su libro El juguete rabioso

Difícil generalizar los pagos por los servicios del secretario. Los hubo desde luego como en el caso de Rubén Darío y Manuel Machado, lo cual atestigua el siguiente recibo hoy resguardado en el archivo dariano de la Biblioteca de Madrid:

Recibí del Ministro de Nicaragua D. Rubén Darío, cien pesetas (100 pts.) Por un mes en que he colaborado en trabajos de su Secretaría particular. Madrid, 14 de Junio de 1909. Manuel Machado

Pero muchas veces fueron simples títulos literarios para cubrir un desempleo o una lamentable falta de ingresos. Como hoy, análogamente, se escucha a escritores pobres (los que no venden o incluso ni siquiera publican) decir que «están haciendo una traducción o una consultoría» o «dando clases particulares».

El oficio de secretario tiene orígenes lejanos. No vamos a transportarnos al escriba egipcio ni al amanuense medieval ni a los monjes copistas de Bizancio, sería demasiado. Baste mencionar el ars dictaminis y el ars dictandi, que privan como reglas no escritas hasta el Renacimiento y que consiste en el arte de redactar bien cartas y documentos. En el siglo XVI el hombre de letras Antonio de Torquemada (1506-1569), que no tiene nada que ver con el temido inquisidor del mismo apellido, da a conocer su Manual de escribientes, una especie de lo que en la actualidad se conoce como manual de estilo.

En un estudio del rancio crítico e historiador español Agustín González de Amezúa y Mayo (1881-1956) se da cuenta del oficio de secretario y de cómo Lope de Vega aseguraba su manutención a través de servir a diversas casas de la nobleza: fue secretario del Duque de Alba y también del Marqués de las Navas. Lope mismo en su comedia Querer la propia desdicha escribe:

A esta traza el vulgo dice:
maestresala limpio y diestro;
mayordomo, miserable,
y secretario, discreto;

La confidencia, en efecto, es el atributo del buen secretario. De ahí que no resulte extraño la etimología que deriva del latín secretarĭus, que significa «secreto». Sin embargo el secretario no ha sido siempre un simple escribiente de dictados sino en ocasiones felices un colaborador estrecho del escritor que lo emplea. También un compilador de la obra y en sentido extenso un editor privado del escritor. Algunos han sido biógrafos de los escritores que los emplearon y no pocas veces los ex secretarios han coadyuvado a la historia de la literatura y la literatura comparada, colaborando con investigadores y académicos. Una frase del estudioso Mike Marais sobre la obra de J. M. Coetzee resulta en todo caso además de sugestiva llanamente sintetizadora: «el escritor es un secretario de lo invisible».

El secretario encarna también la omnipresencia del poder. Al secretario se le dicta o se le habla, no tiene en este sentido libertad de escribir lo que el «amo» quiere. Un nuevo ejemplo de la dialéctica del amo y el esclavo hegelianos. Un caso notable de esta representación está encarnado y expresado en la novela Yo el supremo de Augusto Roa Bastos. El personaje principal como se sabe es el dictador auto declarado supremo, quien precisamente «le dicta y habla» a su secretario Patiño. Se trata de una empresa literaria de reescribir la historia del Paraguay desde la conciencia refulgente del dictador Gaspar Rodríguez de Francia, llamado popularmente Francia o El Supremo. El dictador quiere imponer su verdad como la verdad absoluta a través de una forma discursiva que resulta siendo el texto de la novela. En este sentido acudimos a Foucault, que afirma al respecto:

Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su ‘política’ general de la verdad, es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo como se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero.

La relación del Doctor Francia y su secretario es evidentemente asimétrica y deliberadamente unilineal. No hay más que un emisor. Aunque en la conciencia del dictador que dicta a su secretario se mueve sigilosamente la idea de que lo escrito es transformación de la palabra. De ahí la exigencia tutelar de fidelidad absoluta y secretividad. Le dice el dictador a su secretario en la novela de Roa Bastos: «Escribes lo que te dicto como si tú mismo hablaras por mí en secreto al papel». Pero también: «Quiero que en las palabras que escribes haya algo que me pertenezca». El Supremo además exige: «El más absoluto silencio, el más absoluto secreto».
Esta relación asimétrica se expandió a otros campos y el oficio se extendió en las profesiones antes llamadas liberales, que clásicamente comprendían a los médicos y a los abogados. Con la ascendente incorporación de la mujer a los mercados laborales se institucionalizó el trabajo de secretaria, siendo durante décadas un trabajo reconocido que vio su desarrollo profesional en la capacidad bilingüe, la habilidad mecanográfica y el dominio de la taquigrafía. Sin embargo la revolución de la informática y la difusión masiva de los ordenadores han ido sin piedad eliminando a las secretarias, sobre todo en los países llamados posindustriales, relegándolas al imaginario museo histórico de las profesiones agotadas junto a los tipógrafos de Gutenberg y a los telegrafistas de Morse. Los secretarios de escritores también han sido substituidos por ordenadores que no requieren de un salario sino del pago mensual a la empresa de internet. Y cuando se trata de escritores establecidos son las editoriales las que prestan asistencia a través de los llamados «auxiliares administrativos».

La cuestión palpitante ahora es si los escritores están en la lista de especies en extinción. ¿Habrá escritores en el futuro? La respuesta debe ser que sí pero tal vez lo harán de otra manera y otras formas, así como se dejó la pluma y después la máquina de escribir. Con el desarrollo del daguerrotipo hasta el imperio de la fotografía se pensó que la pintura desparecería pero la sobrevivió y ahora es la fotografía (sobre todo como arte) la que está en peligro. No nos corresponde especular sino seguir escribiendo porque y de acuerdo a Augusto Monterroso. «En literatura no hay nada escrito».

Otro aspecto, que viéndolo bien resulta nostálgico, es el género epistolar. Hoy en día ha terminado la correspondencia de ese tipo. Los correos electrónicos han facilitado la comunicación pero han destruido el género epistolar. Aunque ya comienzan a incorporarse como «texto» dentro de la escritura, incluso en poemas como el siguiente del chileno Gonzalo Rojas:

rojasgonzalo(arroba) difícil
la situación
tuya
Ajmátova
Anna Ajmátova

Gonzalo Rojas en una entrevista aclaraba su apasionamiento por la palabra arroba: «…es arrobamiento. A mí me encanta arroba. Y si estoy extasiado con una criatura, bonita, fea, a veces me gustan pavorosamente. La arroba, arrullo virtual».

Para cerrar tomaremos brevemente un caso enredado, el de los secretarios de Jorge Luis Borges: Roberto Alfano y María Kodama. Esta última reclama además el papel de viuda, que ha utilizado para entablar juicios y demandas por los derechos de autor y emolumentos editoriales de la obra borgiana. Alfano afirma que «la señorita Kodama» solo fue compañía de Borges y jamás hubo una relación sentimental o amorosa. María Kodama está sin embargo al lado de Borges en sus últimos nueve años de vida cuando la ceguera y una salud quebrantada lo asolan. Borges contrae matrimonio con la Kodama en el Paraguay, por poder, en 1986 poco antes de morir y la hace heredera universal de su obra, anulando un testamento anterior en el que dejaba la mitad de sus haberes a su fiel mucama Epifanía Úbeda de Robledo, la famosa Fanny, que lo sirvió durante décadas. ¿Hubo amor? Nadie lo sabrá a ciencia cierta. Borges le dedica a María los significativos versos: «Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio».

¿Hablaba Borges solo de relaciones literarias o se refería a otro tipo de mañanas y jardines?


Jaime Barrios Carrillo

Columnista, escritor, investigador, periodista nacido en 1954 y residente en Suecia desde 1981, donde trabajó como coordinador de proyectos de Forum Syd y consultor de varias municipalidades. Excatedrático de la Universidad de San Carlos, licenciado en Filosofía y en Antropología de las universidades de Costa Rica y Estocolmo.

2 Commentarios

Ulf Hultberg 06/08/2018

Por favor, que artículo más más interesante…! Muy bien elaborado. Gracias!!!

Camilo García 06/08/2018

Bello y ilustrativo texto Jaime.

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