Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
El castigo de toda mente desordenada es su propio desorden.
Agustín de Hipona
A mediados de este mes circuló la noticia sobre los honorarios que recibía el psicólogo que atiende al presidente Morales, de manera personal y con regularidad variable, pero con una asignación constante por parte del Ejecutivo. Cuando supe que, como era de sospecharse, el Estado invertía fondos públicos en la salud mental de James Morales, pero, con mayor énfasis, realizaba esfuerzos sostenidos para mejorar la propiedad en la forma y el contenido de las intervenciones públicas del primer mandatario, vino a mi mente el título de una connotada película de hace más de cincuenta años, All the President’s Men, película protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman, y dirigida por Alan J. Pakula. Esta película fue incluida en el 2010 entre los filmes que preserva el Registro Nacional de Filmes de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, por ser considerada «cultural, histórica, o estéticamente significativa», y está basada en el libro homónimo de Bob Woodward y Carl Bernstein, publicado en 1974, que relata la historia de la investigación periodística que condujo al famoso escándalo de Watergate, mismo que obligó a Richard Nixon a dimitir como presidente de los Estados Unidos.
Profundizando en la conexión que afloró en mi consciencia, y a juzgar por lo que he escrito en artículos precedentes, el síndrome del poder lleva consigo una fuerte dosis de egolatría y variantes de conductas en torno del narcisismo, pero puede también derivar en otro tipo de excesos, desmesuras y anomalías de la conducta, las cuales suelen ser latentes y sumativas. En el caso del presidente estadounidense Nixon, el resumen del escándalo refiere a un extraño caso de allanamiento de la sede central del Partido Demócrata (en el edificio de oficinas Watergate), que destapó un método para realizar escuchas ilegales por hombres contratados por colaboradores del presidente. Estos hombres no respondían al presidente como representante del Estado, sino que, por el contrario, respondían a los intereses y necesidades individuales del señor Nixon, como individuo y como persona interesada en perpetuarse en el poder.
Las consecuencias, aunque demoraron años en resultar ineludibles, trajeron no solo la dimisión del señor Nixon, que había ganado la reelección de 1972, sino que fue expulsado del Colegio de Abogados, además de que fue incapacitado para el desempeño de su profesión en todo el territorio estadounidense. En efecto, liberadas posteriormente, el audio de las escuchas en sus oficinas presidenciales son tremendamente llamativas por la hybris evidente de uno que en lo privado era un megalómano enfermo de poder, a pesar de su carismática proyección en sus discursos y hacia el general de la población. La evidencia indica que el caso estadounidense no es aislado, raro o único. Los hombres del presidente siempre están alrededor de él para salvaguardar la aparente constitucionalidad y el orden ya establecido, en nombre de la defensa de la democracia. Igual sucede con los consonados amoríos del presidente John F. Kennedy, de los cuales se especuló posteriormente a su asesinato. En nuestro contexto, varios han sido los estudios psicológicos que apuntan a que nuestro minipresidente da muestras de signos de fallas severas en su salud mental, las cuales requieren del esfuerzo de especialistas en psicología para evitar que el Estado sufra a consecuencia de las anomalías prescritas.
Sirva de ilustración el reciente paseo en Mini Cooper, posterior a las instrucciones de retorno de la flotilla de Jeep J8, después del supuesto apresto de tales unidades. De estas y otras acciones varios han señalado nuevas formas de interpretar la errática conducta y en la voz popular circulan, a manera de comedia urbana, las antojadizas direcciones en las que sus subalternos favoritos, el increíble aspirante a militar Degenhart y su fiel compañera de conflictos exteriores, Jovel, se encaminan.
Otros pensamos, de manera complementaria, que el destino de James Morales se está sellando con candado de acero y que los tribunales serán parte fundamental de los procesos que deberá confrontar. Entonces, y quizá entonces, no podrá verse a los ojos él mismo sin dejar de tomar consciencia de la mascarada que protagonizó, en sus destellos de grandeza, y tristemente el telón de las escenas cerrará sin ningún aplauso que le conforte. Entonces, y quizá entonces, también necesite del apoyo psicológico especializado que ahora le asiste. Lo bueno de todo esto es que para entonces serán otros tiempos, en definitiva mejores que los actuales.
Fotografía principal tomada de Soy502.
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
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