Los pesos y contrapesos

Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR

El 27 de agosto de 1859 se perforó el primer yacimiento petrolero económicamente exitoso en Titusville, Pensilvania. El pionero: Edwin Drake, fundó la Oil City. A finales del siglo XIX, la compañía Standard Oil de Jhon D. Rockefeller era la mayor corporación comercial privada en el mundo. Para 1911, la Corte Suprema de Estados Unidos declaró que la existencia de esta enorme compañía contravenía la legislación antimonopolio y ordenó que se fraccionara. La Standard Oil se transformó en diversas pequeñas compañías tales como Mobil, Exxon, Amoco y Chevron.

La principal fuente de energía mundial es, sin duda, el petróleo, el recurso más importante para los países industrializados. La economía mundial se ha desarrollado gracias al petróleo como su combustible vital durante más de 150 años.

El país que controle la producción, las rutas de distribución y el consumo del petróleo, puede gobernar al mundo. Los mayores conflictos bélicos de los últimos años han tenido su razón y fundamento, precisamente, por el control de este producto tan básico como estratégico, un claro ejemplo es la Tormenta del Desierto (Irak, 1991).

Al final de la segunda guerra mundial y con el reacomodo geopolítico producto de la misma, las dos potencias ganadoras, el Tío Sam y el Lobo Estepario, iniciaron la lucha por alcanzar el dominio del mundo de acuerdo a claras y definidas políticas expansionistas; el resultado fue la Guerra Fría.

Con la Guerra Fría se formaron los bloques militares de la OTAN y el Pacto de Varsovia, se vivieron las guerras de Vietnam y Corea, alcanzando su momento más determinante con la crisis de los misiles (Cuba, 1962). En los años 80 el presidente Ronald Reagan definió a la Unión Soviética como: «el imperio del mal que sería confinado a la pila de las cenizas de la historia».

Con el derrumbe del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) la Unión Soviética colapsó debido, entre otras causas, a sus debilidades económicas. Se desintegró el Pacto de Varsovia, los estados del Báltico y algunas repúblicas soviéticas lograron la independencia, y Estados Unidos se convirtió en la única súper potencia mundial.

Con la llegada al poder del presidente Vladimir Putin, Rusia principió a recuperar el papel hegemónico del pasado, partiendo con la reestructuración de la industria de defensa y claras políticas de reestructuración económicas. Se priorizó e impulsó la construcción de barcos, submarinos, misiles, armas nucleares, satélites militares y de comunicaciones, sistemas de artillería y armas ligeras. La venta de armas al exterior se incrementó, teniendo a China como su cliente líder, además de India, Vietnam, Libia, Egipto, Siria y la penetración en el mercado de armas latinoamericano, caso específico: Venezuela

En ese contexto, pacientemente China surge como un fuerte protagonista en el tablero mundial de las superpotencias, emerge sin mayores problemas y se está convirtiendo en la tercera en discordia.

El destacado columnista, consultor y analista político Geoffrey Murray, en su libro China, la próxima potencia sostiene que: «China será una de las superpotencias relevantes del siglo XXI dado a su desarrollo económico, político y militar, apoyado por la importancia de su población, la pujanza de su economía, su cultura, la gran fuerza de su antigua civilización y por la sólida conducción de su política en las relaciones internacionales contemporáneas».

Como se puede ver, existen poderosos intereses subyacentes en el juego de pesos y contrapesos en las relaciones internacionales: el control de la riqueza estratégica de los recursos naturales y el área de influencia de cada superpotencia; pero, sobre todo, la carrera armamentista y el predominio comercial a nivel global.

En el caso específico de Venezuela, la crisis actual no es tanto por ideologías políticas o por la restauración de la libertad y la democracia, es, más que evidente, por su posición geográfica y las reservas mineras y de hidrocarburos de que existen en su subsuelo (reservas de 490 000 millones de barriles de crudo –superior a la mitad existente en los países del Medio Oriente juntos–, la segunda reserva de gas del planeta, la primera reserva de oro con más de 11 millones de toneladas, la segunda reserva de uranio, la reserva de torio más importante sobre la faz de la tierra y cuenta con la segunda reserva de agua dulce más grande del planeta).

Actualmente se está viviendo un enfrentamiento estratégico el que, si no predomina la razón, la prudencia, la cordura y el sentido común, se puede convertir en un polvorín que ponga en alto riesgo la precaria estabilidad del continente. Desde la crisis de los misiles en Cuba –en plena época de la Guerra Fría– el globo no se había visto sometido a intereses tan encontrados.

Cuando la escalada armamentista de las principales potencias del mundo continuó tras los horrores atómicos de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad comenzó a preguntarse si era posible que se desencadena una tercera y, en ese caso, qué armas se utilizarían. Eso fue lo que un día le preguntaron al físico Albert Einstein, su respuesta no pudo ser más concluyente:
«No sé con qué armas se luchará en la tercera guerra, pero sí sé con qué se combatirá en la cuarta: con hachas de piedra». Otros respondieron que si había una tercera guerra, no habría una cuarta.


Luis Felipe Arce

Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.

El caso de hablar

Correo: luisarcef@yahoo.com

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