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Colección de cuentos que, escritos mucho antes de su publicación, constituyen no solo textos literarios de su primera época como escritor sino, además, una mirada sobre el mundo y las cosas que, pasados los años, definitivamente sería distinta.
En el prólogo, escrito quince años antes de su publicación, Marco Antonio Flores decía que con este libro, Valenzuela daba «su salto al vacío. Es a la vez padre e hijo de su expresión, porque lo que en su país lo antecedió recién lo empieza a conocer y a interiorizar». Es esa mirada nueva de un pasado más que reciente la que hace que sus narraciones sean frescas, pero intensas, duras, pero llenas de ironía y alegría.
«Sus relatos son imágenes inmediatas de la realidad, no se detiene (porque no le es esencial) en la búsqueda de una forma acabada, sino acuciado por la necesidad de retratar (denunciar) quiere desprenderse pronto de sus historias como si estas le quemaran las manos», dice en su prólogo Marco Antonio Flores. Pero si las presentó a esos ojos críticos y despiadados, como eran las lecturas de Flores, las historias debieron esperar más de una década para llegar hasta los lectores. La razón de ese retraso, dice Valenzuela, fue porque «cuando la oportunidad de rozarse con la imprenta asomó perfil, resultó más extenso de lo tolerable como para encajar en la colección Ayer y hoy», en la que publicó otra colección de relatos, más breves, en su Antología demente.
En esta colección de narrativas breves, Luis Felipe hace acopio de todos los temas y asuntos que le asombraban, cuestionaban y hasta herían cuando se imagina autor de grandes textos e historias que transformarían el decir y hacer en la literatura guatemalteca.
Del aborto a los crímenes políticos, del amor a la separación convenida de dos viejos jóvenes, de viajes y nostalgias de la tierra, los cuentos de Los muertos deben morir recorren todas las angustias y preguntas del joven escritor de los años noventa.
Su pasión por la música y el rock en particular, le hacen escribir «Oh By The Way, Which One’s Pink?», un precioso relato sobre el sentimiento de la música y sus formas de introyección. Su nostalgia por un pasado que aún no terminaba de desaparecer le permite entregarnos la bella pieza que tituló «El pistolón», poniendo como personaje de su relato la tradicional ferretería de la zona 1.
Pero también hay relatos que le hacen presumir de su recorrido por el mundo, real o imaginario, con historias como «El agua nunca es igual», tal vez uno de los mejores materiales del libro, o «David, el florentino». Trasvestido en sus personajes, es chica rebelde o sumisa, obrero o político violento, viajero o nostálgico transeúnte por las calles de la ciudad.
Valenzuela es, en Los muertos deben morir, el joven rebelde que posiblemente siempre soñó ser, el feliz amigo y el solitario melómano. Sus cuentos llevan, casi todos, una fraternal dedicatoria, como los poetas románticos, a quienes posiblemente ve reflejados en sus historias.
A pesar de ser una colección de historias debidamente datadas, tanto en el momento de su producción como en el tiempo en que transcurren, los cuentos de Los muertos deben morir son atemporales, el libro es tan fresco y diáfano hoy, pasada ya una década de su publicación, como lo era cuando por fin salió de la imprenta.
En sus historias, como afirmaba Flores, Luis Felipe hace literatura, «porque estas historias están organizadas desde la imaginación del autor, quien alcanza a convertir los hechos cotidianos en hechos estéticos, a los que impregna de ese gesto de amargura, de desesperanza, con las que juzga el mundo».
Por Virgilio Álvarez Aragón
Este libro fue publicado en Guatemala, por Artemis Edinter en 2009.
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