-Francisco De León / MEMORIAS DE UN VIAJERO–
Luego de ensayar El médico fingido por más de dos meses en el salón del TAU, por fin llegó el momento de trasladarnos al Conservatorio Nacional de Música, allí realizaríamos una serie de presentaciones a beneficio de la Asociación Ananda Marga. Se trataba de un espectáculo integrado de danza, música y teatro.
Al ensayo general llegamos con Manuel muy temprano, me recuerdo que era un día de octubre de 1976 entre semana por la tarde, entramos al Conservatorio y buscamos a Rolando, él nos dijo que seríamos los últimos en ensayar, que mientras tanto podíamos ver el ensayo general de uno de los mejores bailarines de Guatemala. Aún se estaban haciendo algunos ajustes en el escenario y lo que hicimos fue sentarnos en la segunda fila de butacas cercana al escenario. Nos sentíamos puros pollos comprados al darnos cuenta de que empezaron a llegar a sentarse cerca de nosotros chicas que iban vestidas con mallas y leotardo, con sus zapatillas que tenían amarradas con una correa de zapatos y les colgaban del cuello, platicaban entre ellas y creo que no se dieron cuenta que nosotros existíamos y estábamos sentados allí. Yo las veía con un poco de timidez, pero con mucha curiosidad, pues era la primera vez que me encontraba en esa situación y era algo nuevo para mí. De repente escuché una voz que venía desde algún lugar del auditórium, pero detrás de mí:
¡Cuando guste maestro, usted dirá cuando apague las luces!
Otra voz dijo desde atrás del escenario:
Hagámoslo como siempre, das la tercera llamada y luego apagás las luces.
Sonó la tercera llamada, las luces del auditórium se apagaron y después de un breve momento, se iluminó lentamente el escenario con una luz azul tenue que solo dejaba ver la silueta de un cuerpo humano perfectamente formado, poco a poco se encendieron luces laterales rasantes en tono ámbar acompañadas de música oriental. Ante mis ojos estaba Roberto Castañeda, quien era ya para esa época una leyenda de la danza en el país (él había sido primer bailarín del Ballet Guatemala en 1949, primer solista en 1962 y su coreógrafo oficial en 1963), a solo tres metros de distancia, yo sentado en la segunda fila del Conservatorio Nacional De Música rodeado de la flor y nata de las bailarinas de ese tiempo y a mi lado mi querido Manuel que tampoco salía de su asombro de lo que estábamos a punto de ver.
Roberto permanecía inmóvil en el centro del escenario, tenía el torso descubierto, su cabello largo y negro amarrado con una cola de macho, su rostro maquillado simulando el rostro de un guerrero estoico, parecía que estuviera viendo en vivo alguna escena de la película Yakuza de Sidney Pollak.
Roberto estaba inmóvil, de perfil con el cuerpo flexionado hacia su lado derecho, su brazo derecho estaba extendido y en su mano portaba un machete, el brazo izquierdo lo tenía flexionado y su mano en la cintura, solo estaba vestido con un pantalón negro flojo.
Con un repentino cambio de música acompasado de las luces laterales su personaje cobró vida y comenzó a bailar. Era impresionante ver la maestría de sus movimientos, como había trabajado hasta el último musculo de su cuerpo, transmitía aquella sensación de perfección. Parecía que tenía luz propia, es decir a donde se moviera la luz lo seguía y no estoy hablando que su iluminación fuera hecha con una seguidora, no, era la sincronía que existía entre la música, el bailarín y la iluminación. Yo estaba fascinado, había momentos que en lugar de ver al maestro Castañeda veía hacia atrás de mí, para determinar de dónde venía la sincronía de la iluminación. Estaba engazado con el espectáculo que estaba viendo, cuando de repente escuché una voz que me decía al oído en tono chingón.
Si, ahora también vos vas a querer ser bailarín.
Era Manuel que se empezó a reír, pero él me conocía muy bien y sabía que algo se había despertado dentro de mí. Me reí también y le dije que había acertado en un 50 %. (Efectivamente yo quería saber si realmente era tan fuerte y exigente el Ballet Clásico, por ello me inscribí en la Escuela Nacional de Danza, mi paso por allí fue verdaderamente corto, poco menos de un año, sin embargo, esa corta estancia me sirvió para darme cuenta de lo exigente y disciplinadas que son las rutinas del ballet, lo duro que se trabaja tan solo para lograr un giro perfecto en el escenario y el enorme nivel técnico con el que se formaban los bailarines guatemaltecos en aquellos años. Además, me sirvió para apreciar y entender por dentro un espectáculo artístico de esas características. Hice grandes amigos en el Ballet, como el maestro Castañeda, Manuel Ocampo, Antonio Crespo y Carlos Marroquín, me enamoré de la gracia y dulzura con que bailaban Brenda Arévalo, Sonia Juárez y Christa Mertins y de la maestría y profesionalismo de Richard Devaux. He de agregar aquí que a lo largo de mi vida he visto las representaciones de las mejores compañías de ballet clásico del mundo, tanto en Guatemala, Europa y Norteamérica, sin embargo, nuestros bailarines y directores en mi humilde opinión están por encima de ellos).
Estuve pescueceando todo el tiempo cuando los cambios de luz se producían, porque me parecían geniales, acompañaban al espectáculo con una exactitud impecable y me preguntaba quién era la persona que manejaba las luces y si existía en Guatemala alguna escuela en la cual se podía estudiar iluminación teatral. Eso curiosamente no se lo comenté a Manuel me lo guardé para más tarde.
El solo del Maestro Castañeda terminó con un merecido aplauso de los que nos encontrábamos en el auditórium del Conservatorio, luego el hizo el saludo rutinario y dijo:
¡Muy bien!, después de mi saludo, saldré por el lado izquierdo, entonces quiero que hagas un «black out», entra la música, se encienden las luces laterales y entran ellas por ambos lados del escenario.
Hacia el lado donde había estado pescueceando escuche la respuesta a la «acotación» del maestro Castañeda.
De acuerdo maestro, ya lo tengo, cuando guste continuamos con ellas.
Empezó el ensayo de las chicas que estaban sentadas a nuestro alrededor, el maestro Castañeda paraba el ensayo en algunos momentos para darles ciertas observaciones, repetía con ellas parte de la coreografía, ordenaba los movimientos con lujo de detalles y les mostraba cual era la mejor manera de conseguir los mejores resultados.
Finalmente terminó la parte de la danza y nos tocaba el turno a nosotros, los teatreros, después de haber visto lo que vimos, por un momento se nos aguadaron las canillas, nos vimos las caras y la mejor manera de palear el momento fue echarnos a reír. El maestro Castañeda se acercó a Rolando, nuestro director, lo saludó y acto seguido se dirigió a nosotros con mucho respeto y nos dijo:
Mucho gusto muchachos, encantado de conocerlos estamos ansiosos por ver su actuación. A mí el teatro siempre me ha encantado.
Gracias maestro encantados también de conocerlo -le respondí yo-. Nos gustó muchísimo su actuación y tal vez después de nuestro ensayo general podríamos platicar con usted.
Por supuesto -nos respondió él-. Cualquier duda que tengan estoy a la orden.
Subimos al escenario con Manuel y en el camino para quedar entre bastidores me preguntó: ¿Y qué pensas decirle cuando terminemos el ensayo, que queres bailar con él? Ja, ja, ja…
Los dos nos volvimos a reír y eso nos sirvió para apaciguar los nervios.
Nuestro ensayo general comenzó, al principio se nos trabó un poco la lengua, pero después, cuando nos dimos cuenta de que los pocos espectadores que estaban en el escenario comenzaban a reírse con nuestros parlamentos, entramos en confianza y el ensayo transcurrió bastante bien, solamente con algunas interrupciones del director para fijar de mejor manera nuestros movimientos y posiciones.
El médico fingido es un paso de Lope de Rueda, escritor sevillano considerado el padre del teatro español, sus pasos no eran mas que pequeñas piezas cómicas de corta duración que se presentaban como preámbulo a una obra mayor. Este paso narra la historia de dos sirvientes: Monserrat y Coladilla que trabajan en la casa de un médico. En la ausencia de este, uno de ellos finge ser médico y con la ayuda del otro generan una serie de situaciones jocosas. Los parlamentos son bastante dinámicos y requieren que los actores sean bastante expresivos en su manera de actuar. Los pasos son textos básicos para cualquier persona que se inicia en el arte escénico.
Luego que terminamos el ensayo general con las observaciones correspondientes del director, salimos del escenario hacia el lado izquierdo, que en aquella época conducía a un corredor interno del auditórium que comunicaba con un acceso a la Escuela Nacional de Danza, en ese corredor se había improvisado una especie de camerino, allí nos quitamos el vestuario y el maquillaje de la obra, nos cambiamos y nos alistamos para irnos a casa.
Cuando estábamos ya listos para salir, pensé que sería bueno platicar con Rolando a cerca de mi nuevo interés por aprender iluminación teatral, pues me había fascinado enormemente la calidad del espectáculo de Roberto Castañeda. Le pregunte a Rolando directamente sobre si existía en Guatemala alguna academia de teatro que incluyera en sus cursos «iluminación teatral» o «luminotecnia de teatro». Rolando era una persona altamente sarcástica en sus comentarios acerca del movimiento teatral en Guatemala, por lo tanto, su respuesta fue:
Francisco, en el único lugar en Guatemala donde puedes estudiar luminotecnia teatral es en la «Escuela Nacional de Teatro, Cine y Televisión» ellos tienen la tecnología más avanzada para los técnicos de teatro en el país.
Al principio no había caído en el sarcasmo de Rolando y le dije:
Pero nosotros en el TAU nunca tuvimos información sobre esto, que lástima que no pude comenzar allí.
Rolando comenzó a reír y me dijo:
No, en la actualidad no existe ninguna academia de teatro en la que se pueda estudiar iluminación y tan solo dos personas en Guatemala tienen los suficientes conocimientos para iluminar un espectáculo artístico, ellos son Ricardo García y Josué Sotomayor. De los dos para mí Josué es el mejor, pues además de ser luminotécnico es también un actor de renombre en la Universidad Popular. Él se inició conmigo en unos cursos de teatro al igual que ustedes lo están haciendo ahora, luego ingresó a estudiar actuación en la UP con Rubén Morales Monroy. Hace algunos días regresó de una gira por Europa con el Ballet Nacional a la cual asistió como luminotécnico y según tengo entendido lo llamaron para hacerse cargo de la iluminación del Teatro Nacional. Creo que ya comenzó a trabajar allí también.
Rolando nos dejó ir el currículo de Josué de entrada como para apantallarnos y sí, de verdad lo hizo, pero por eso mismo me interesó más conocerlo y preguntarle si podía aceptarme como aprendiz de luminotécnico en algún momento. Esta circunstancia me animó a preguntarle a Rolando cómo podría hacer para contactarlo, si tenía que ir a la Universidad Popular, si él tenía algún número de teléfono para poder llamarlo etcétera, a lo que Rolando me contestó con una risa de oreja a oreja:
Pues tienes suerte Francisco, en este momento viene a saludarme, él estuvo en nuestro ensayo general de hoy.
El corredor interno del auditórium del Conservatorio Nacional de Música, en aquellos años estaba lleno de los bastidores de las puestas en escena del ballet, por ello se reducía bastante el espacio para poder caminar allí, también había sillas y decorados, algunas cortinas, atriles, bancos, etcétera. Allí se había acomodado una especie de camerino en el que uno se podía cambiar y maquillar. Lo primero que escuché cuando Rolando nos dijo que Josué venía a saludarnos fue el ruido del taconeo de sus mocasines color gena. Volví la mirada hacia donde veía Rolando y la primera impresión que Josué me dio al verlo fue la de un chavo que a pesar de su juventud (la verdad es que en todo el tiempo que conviví con Josué jamás le pregunté su edad, pero era evidente que yo era un patojo de 16 años mientras que él tendría alrededor de 25 a 28 años) ya proyectaba una gran seguridad producto de lo que había alcanzado en el arte escénico. Josué era un hombre de mediana estatura, complexión atlética, tez morena clara, de ojos vivaces y una sonrisa agradable. Se acercó a Rolando, le dio un medio abrazo, una palmada en el hombro y le dijo:
Maestrísimo Rolando, mucho gusto de saludarlo. Cuénteme si le gustó como quedaron las luces, siempre es un placer poder ayudarlo.
Rolando lo saludó efusivamente y le dijo:
Si mi hermano todo bien como siempre.
La plática continuó entre los dos, con Manuel nos hicimos los locos pues parecía que en ese momento solo estaban ellos allí. Platicaron por lo menos unos cinco minutos, nosotros perdimos la atención de lo que estaban comentando y comenzamos a divagar y hacer comentarios sobre el ballet. Manuel me molestaba diciendo que cuando yo bailara con Roberto Castañeda él iba a estar en primera fila para poder verme. En las risas de ese comentario estábamos cuando repentinamente Josué nos preguntó de la nada:
¿Están ustedes interesados en aprender luminotecnia?
Sí, -dije yo- sí estamos interesados.
Sin embargo, Manuel me interrumpió diciendo:
No, yo no, solo Pancho está interesado.
Me sorprendió la respuesta de Manuel, era la primera vez en todo este tiempo desde que habíamos comenzado esta aventura en el teatro que aquel difería conmigo, él siempre estaba interesado en probar y hacer cosas nuevas. Con esta contundente respuesta Josué se dirigió hacia mí y me hizo de nuevo la pregunta:
¿Vos estás interesado en aprender iluminación?
Sí, sí por supuesto -le recalqué en tono interesado.
Bueno, entonces luego de que salgas de tu estreno y de las funciones de fin de semana quiero que llegues al Teatro Nacional, el lunes como a eso de las 11 de la mañana del lado de la garita de la 24 calle, preguntas por mí al guardián que esté de turno, él te va a dejar entrar y te va a decir donde estoy.
No me dio opción a decirle nada, ni gracias ni hay nos vemos, solamente se dirigió de inmediato a Rolando y le dijo:
Bueno maestro Rolando, yo tengo que regresar a terminar el montaje, nos vemos mañana. Mucho gusto Francisco, entonces nos vemos allí.
Nunca le pregunté a Rolando qué le había comentado sobre mí a Josué para que él accediera tan fácilmente a que yo llegara al Teatro Nacional a visitarlo, pero siempre me pareció un gesto de una persona que estaba por encima del bien y el mal. Me quedé pensativo por unos momentos tratando de adivinar qué había sucedido para que esto se diera tan fácilmente, bueno no había empezado nada aún pero tan solo el hecho de saber que tenía la oportunidad de comenzar algo nuevo me hacía sentir feliz.
Le di las gracias a Rolando por el conecte, me despedí de él y salimos con Manuel por el corredor hacia la entrada principal del Conservatorio, nos sentamos un rato en las gradas para ver a las patojas del Ballet, luego empezamos a caminar hacia la sexta avenida, teníamos hambre y nos detuvimos a comer una hamburguesa en el Fu Lu Sho, un restaurante chino situado en la 6 ave y 12 calle de la zona 1 de la ciudad de Guatemala, que al igual que la Peñalva eran punto de reunión de los teatreros de aquellos años. Allí estuvimos platicando con Manuel por un par de horas, de nuestros sueños, estudios y cosas por hacer en el futuro.
En esa plática Manuel me hizo saber que estaba muy contento por el estreno de la obra, que había pasado momentos muy bonitos en el teatro pero sentía que ya no podía seguir, que no tenía la suficiente pasión para continuar, que lo había meditado bastante y que después de casi dos años de estar en el rollo había platicado con su hermana y su mamá sobre el hecho de dejarlo, que lo que a veces lo detenía era el hecho de compartir conmigo momentos agradables de risa y camaradería.
Me sentí muy triste al saber que mi alero número 1 en esos momentos había tomado la determinación de retirarse prematuramente del teatro, fue debut y despedida.
El día del estreno de nuestro paso llegaron a vernos nuestras familias, la pasamos bien, luego del estreno fuimos todos a una reunión que nos brindó la Asociación Ananda Marga en su local cercano al Conservatorio. Luego tuvimos un par de funciones más durante el fin de semana y todo terminó. Con Manuel nos seguimos viendo en varias oportunidades durante noviembre y diciembre, pero luego cuando comenzó la escuela, él empezó a estudiar para perito contador en la Escuela de Comercio y yo seguí en el Aqueche con mis estudios de magisterio. El tiempo nos fue separando poco a poco hasta que de repente nos dejamos de ver, hasta el momento no sé de su vida ni de sus éxitos, solo tengo el amable recuerdo de su camaradería y lealtad inquebrantables.
Francisco De León

Arqueólogo, antropólogo forense, ambientalista, teatrista e investigador. Residente en Suecia desde el 2003 donde ha trabajado en temas de medio ambiente, antropología social y consultor de proyectos de migración para las municipalidades y la dirección del mercado de trabajo sueco. Excatedrático de la USAC y actualmente profesor invitado para las universidades de Uppsala y Gotemburgo.
7 Commentarios
Vos sos una caja de sorpresas; leí tu hoja de vida pero no imaginé, que aunque por un corto tiempo, hubieras estado practicando danza.
Me gusta tu relato y que en él le des el crédito a quien corresponde. Bendiciones
Cuando relata, Súbito Vivo esos instantes,y las fotos me encantan,la danza un arte fugaz y hermoso, gracias Francisco.
Que hermoso relato. Además de conocer por tu referencia a personajes que hicieron historia en Guatemala, vienen a mi mente tantos recuerdos. Que nostalgia siento, por ejemplo cuando recuerdo mis idas de estudiante al Fu Lu Sho. Admirable todo lo que hiciste desde patojo amigo. Gracias por compartir tus escritos con esa evidencia irrefutable de que sos chapín. Mi cariño para vos desde Guate.
Que hermoso relato. Además de conocer por tu referencia a personajes que hicieron historia en Guatemala, vienen a mi mente tantos recuerdos. Que nostalgia siento, pir ejemplo cuando recuerdo mis idas de estudiante al Fu Lu Sho. Admirable todo lo que hiciste desde patojo amigo. Gracias por compartir tus escritos con esa evidencia irrefutable de que sos chapín. Mi cariño para vos desde Guate.
Para los que no tuvimos la oportunidad de conocer de cerca a estos personajes del arte guatemalteco es un gusto poder leer sobre ellos atraves de narraciones tan amenas como esta. Felicitaciones al autor y adelante!.
Esto es parte de la historia del teatro en Guatemala. Excelente relato sobre las inquietudes de los artistas guatemaltecos cuando no había escuela y uno se hacía a sí mismo, mediante la oportunidad que le brindaban los que conocían los secretos del arte escénico.
El Maestro Castañeda (+) fue uno de los grandes del ballet en Guatemala. Que bueno que se le recuerda como ese gran artista y gran ser humano que fue. Sin duda esa época de oro ya no regresará pues la tecnología ha sustituido en mucho la creatividad y esfuerzo humano que se hacía antes sin recursos. Felicitaciones Pancho por tan hermoso relato.
Muy bonito relato. Se nota en la historia que tenian una gran amistad. Espero leer mas relatos.
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