Los empresarios cosificados

-Joelma Lúcia Vieira Pires | PUERTAS ABIERTAS

Los propietarios del capital con su hegemonía establecieron la legitimidad del mercado de la economía neoliberal, cruzaron las fronteras entre las naciones, los pueblos descalificados y sus culturas y deconstruyeron la democracia con referencia a la esfera pública y al bien común. Se establecieron como una élite financiera transnacional que se sostiene y reproduce con capital especulativo en detrimento del capital productivo, que depende de la relación laboral establecida a través de la negociación con los trabajadores como fuerza laboral.

El capitalismo productivo, aunque se basa en el predominio de la explotación de la fuerza laboral, reconoce su límite del establecimiento de la barbarie al no traspasar completamente los costos de la reproducción social a las personas en beneficio del capital. Los trabajadores imponen este límite a los capitalistas cuando establecen una correlación de fuerzas en las que actúan como sujetos históricos capaces de exigir la garantía de una participación mínima en ganancias de productividad con pocos derechos sociales que mantengan su condición básica de existencia sin perecer en la miseria. Sin embargo, los capitalistas financieros de la economía neoliberal rompen la frontera de la correlación de fuerzas con los trabajadores, ignoran su límite en el establecimiento de la barbarie y traspasan a las personas los costos de la reproducción social para su beneficio. En efecto, operan intencionalmente para desmantelar todos los servicios públicos para su apropiación privada.

Con la acumulación máxima de capital, los capitalistas financieros se reconfiguran e intensifican su poder político y económico, reinventan la explotación de la fuerza laboral y se desvinculan de cualquier responsabilidad hacia los trabajadores. Con este fin, el Estado pone en funcionamiento la inseguridad más intensa de los trabajadores con reformas laborales extremadamente inhumanas. De esta manera, la hegemonía de estos capitalistas se manifiesta en el Estado, que controlan, ya sea a través de su estrategia de ocupar cargos públicos o mediante sus dispositivos para elegir a los políticos que representan sus intereses. Los capitalistas financieros son transnacionales y tienen una red de articulación que los pone en una condición de no responsabilidad por ningún proyecto de desarrollo del Estado-nación, pues se consideran el Estado que no conoce fronteras y promueve sus leyes de interés privado. Aquellos que no forman parte de este grupo restringido de iguales son seducidos por el espíritu empresarial o sujetos a la escasez de exclusión social.

En este contexto, la estructura de la relación capital y trabajo es desmantelada y reemplazada por el dominio de la esfera privada, prevaleciendo las negociaciones de intereses privados. En este contexto, se elogia al individuo que presenta una subjetividad flexible para el rápido aprendizaje de la inteligencia engañosa de los hombres de negocios para garantizar su ventaja, ya que esta es una referencia para el éxito. Sobre todo, este individuo de subjetividad adecuada para la operacionalización del nuevo proyecto capitalista basado en la trivialización del mal y la disculpa del crimen se considera el modelo de eficiencia y productividad. Para hacerlo, yace la ética colectiva que sostiene la condición humana que impide que la barbarie sea la única posibilidad de existencia. Existe una correlación de fuerzas, necesaria para enfrentar una dominación ilimitada, y se establece la alienación y criminalización de la resistencia. Los trabajadores ya no se imponen a la explotación de los capitalistas, ya que fingen no ser identificados como trabajadores en su alucinación de estar emergiendo en el mercado neoliberal, y luego asumir la condición de colaboradores o empresarios. En vista de esto, anulan el significado histórico de la relación laboral y, en consecuencia, ignoran su condición de sujeto histórico en una estructura de sociedad que solo puede ser menos desigual e injusta a través de la correlación de fuerzas basadas en la reafirmación de la esfera pública y de la política.

Desde colaboradores hasta empresarios, los trabajadores se transforman figurativamente en socios precarios del capitalismo, en esta situación no participan en ganancias de productividad, sino que se convierten en operadores de artefactos que favorecen solo a los capitalistas financieros. La subjetividad del colaborador y el empresario expresa la esclavitud de uno mismo como una manifestación de servidumbre voluntaria por razones de supervivencia basadas en la necesidad básica o el interés propio basado en el consumo compulsivo.

En el caso de Brasil, si tal condición de alienación es inherente a los trabajadores con bajas calificaciones, no deja de llegar a trabajadores altamente calificados, ya que casi todos asumen la condición de empresarios comprometidos con la competencia individualista y la expansión del mercado para todas las relaciones sociales, reafirmando a la esfera privada. Los empresarios se encuentran en los sectores público y privado, en las escuelas y universidades, en los medios de comunicación, en los sistemas legales y políticos, difundiendo con la mayor obediencia la ideología dominante de las leyes de mercado en las instituciones, con el objetivo de transformarlas en empresas rentables y garantizar su cuota de ventaja deseada. Los empresarios son cosificados en su condición de alienación. En consecuencia, las instituciones son desarraigadas de cualquier compromiso con la democracia que reafirme la esfera pública. La única democracia posible es la del mercado, que somete el derecho público al derecho privado, imponiendo así una dominación que exacerba la desigualdad y la injusticia social.

Es con la privatización de la esfera pública que se agravan la desigualdad y la injusticia social que genera la peste. El compañero de la plaga inseparable de la barbarie domina una sociedad que privilegia la fortaleza de la economía que disfruta de la pobreza e ignora la condición mínima de inclusión social. Esta sociedad despótica, creadora de la plaga, al subyugarse al trabajo alienado, interrumpe la cultura basada en la dialéctica del trabajo emancipado que instituyó al hombre humanizado. Este es el único capaz de superar la barbarie y prevenir cualquier catástrofe, ya que su acción revela la práctica social que permite la elaboración del pensamiento comprometido con la raza humana, el bien común y el destino público. El hombre humanizado en la esfera pública garantizado por la política de pluralidad, igualdad y libertad como ética colectiva, problematiza e interrumpe la actividad desordenada que es la propulsora del productivismo depredador del impulso psicópata.


Imagen principal, Manifestación, de Antonio Berni, 1934, tomada de Artsy.

Joelma Lúcia Vieira Pires

Profesora asociada en la Universidad Federal de Uberlândia / Minas Gerais / Brasil. Doctora en Educación por la Universidad de Campinas –Unicamp– y maestra en Educación por la Universidad de São Paulo –USP–.

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Un Commentario

Trudy Mercadal 02/08/2020

Ciertísimo, más claro ni el agua hacia dónde va todo esto. Esta frase lo resume todo: «… reinventan la explotación de la fuerza laboral y se desvinculan de cualquier responsabilidad hacia los trabajadores.»

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