-Francisco Méndez Castañeda-
Con la ayuda del comisario Quintanilla la recuesto sobre la vieja losa ubicada al centro del laboratorio. El regordete policía es intransigente. Me extiende una hoja que contiene la investigación del organismo judicial, pero de inmediato la lanzo al cesto de la basura. Cuento hasta diez y espero que se largue. Nunca me han gustado las relaciones compartimentadas.
Cierro la puerta con fuerza. La atravieso con la tranca de acero que siempre utilizo para asegurarme que nadie entrará a importunarme.
Me excito cuando me aproximo al cuerpo de ella. Por ahora está cubierto con una manta verde, que no deja ver ni un ápice de su hermoso territorio. Primero acerco mi nariz a la planta de sus pies. Seguidamente recorro las regiones cercanas a su ombligo. Minutos después husmeo cerca del pabellón de su oreja. Finalmente tomo la decisión de descubrirla.
Su cuerpo está impecablemente desnudo; sus ojos permanecen abiertos al infinito; sus manos están rígidas; sus dedos, largos y torcidos ya no se volverán a doblar. Están pálidos también. Su cabello está suelto: me he dado a la tarea de cepillarlo con fineza, hasta dejarlo ondulado y frondoso.
Las intransitadas venas han provocado que algunos intersticios de sus carnes permanezcan amoratados. Son varios cardenales: uno cerca de sus ojos, otro en las nalgas y uno más en cada brazo. Contrastan con la blancura de sus pechos y sus duros muslos.
Las luces de neón que alumbran este olvidado recinto producen pequeños reflejos en su cuerpo: pareciera que desean inmortalizarlo con los cientos de flashes que lo bombardean.
Sin embargo, hay algo en ella que no me convence. Sí, claro, ya sé qué es: tiene esa ambigua sonrisa sarcástica que produce la muerte, ya sea por amor o por odio. Trato de ajustarle los labios con un largo beso. Su lengua también está rígida. Estoy completamente seguro que la supo utilizar con destreza y precisión. Cuando me retiro, noto que su boca permanece con el mismo gesto que tenía cuando la descubrí.
He tomado la decisión de buscar su expediente. Primero reviso su pie izquierdo. Efectivamente, en su dedo gordo tiene atada una nota con el número y código de ingreso. Luego me dirijo a la computadora. Ya ubiqué el archivo de nuevos ingresos en la morgue. Comienzo a leer despacio y siento de nuevo mariposas revolotear cerca de mi vientre. Me sorprendo tras saber que tiene el nombre de una virgen, 28 años, ama de casa, trigueña, ojos cafés, número de cédula de identidad A-1 2731108. Su pobre biografía señala además que estaba casada y tenía una pequeña hija.
Los anteriores datos me confirman que no será conmigo con quien pierda su himen. De seguro fue con ese mequetrefe con quien lo hizo la primera vez. Sí, el mismo que la envió conmigo tras una bestial golpiza, según me entero, cuando extraigo de la basura la hoja firmada por Quintanilla, que lo resalta en su parte final.
No te preocupés mi exvirgencita. Tu nuevo compañero te protegerá de ese tiranuelo. Yo no te golpearé como él lo hizo. Tampoco intentaré quemarte o romperte la cabeza en presencia de la niña, como solamente él pudo hacerlo cuantas veces quiso.
He vuelto a la lectura del documento, pero de nuevo me interrumpo cuando la pantalla del ordenador subrayaba la frase: nueve semanas de embarazo. Me he volteado hacia donde descansa mi amor. Con un tono de sorpresa y alegría le susurro con delicia: tendremos un hijo.
Me despojo de los zapatos sin desatar los cordones. Me quedo con los calcetines celestes, pero me quito toda la ropa, comenzando por esta inservible bata blanca hasta de mi escapulario de la virgen de la Inmaculada Concepción. Ahora he colocado todas mis pertenencias sobre la silla giratoria, que aún se balancea. Apago el interruptor. Ahora solamente nos ilumina la tenue y difusa luz que emerge de la pantalla de la computadora.
Como mencioné anteriormente, detesto las relaciones compartimentadas; tampoco las que se ejecutan sin previa plática o presentación de ambas partes; es decir, un previo cortejo antes de la consumación del acto.
Me acerco a su oído izquierdo y le confieso: tengo que decirte que yo he tenido muchas esposas antes que tú. Y cuando digo muchas, en realidad son muchas. Estudié medicina forense, pero prefiero no seguir hablando de ello. También he tenido hijos, pero tampoco quiero hablar de eso, la niñez es algo que me repugna.
¿Puedo ubicar mi brazo debajo de tu cabeza?, pues como te explicaba, de la medicina ni hablar y mis muchas esposas, todas como tú… claro no tan hermosas, pero así de quietas, así de dulces, así de ultrajadas. Pero ¿sabes qué, me dejas ponerme el preservativo? Sí, si, claro. Yo estoy para protegerte. A la par mía nadie se atreverá a golpearte nunca más. Qué ojos tan grandes tienes.
¿Está haciendo mucho frío, prefieres que ponga la calefacción?, ¿no?, está bien, como tú quieras. ¿Qué más te cuento de mi historia? Quizá si empiezo por lo que te mencioné antes: la niñez. Te parece amor. A ver vamos a ver, qué piel más suave. Tu vientre tan quieto, tan manso que está ahora. ¿Cómo dices? Que, ¿qué recuerdo de mi infancia, preguntas? Te cuento, entonces que cuando era pequeño observé cómo mi padrastro golpeó a mi madre hasta que ella ya no se volvió a levantar.
¿Mirá?, igual que tú, ahora que lo pienso mejor. En efecto, así fue como la vi la ultima vez a ella. También estaba desnuda. Cuando se la llevó la ambulancia recuerdo que fue desastroso para todos. Nunca supe en qué paró su cuerpo y de qué murió finalmente, pero seguramente su expediente explicaba…
¿Computadoras?, no, no, no, en este tiempo no las había, pero en el metálico archivo de la comisaría debió de haber un informe policíaco en el que se leía también: homicidio por violencia doméstica. Imaginate, madre qué cosas aquellas tan… pero ¿qué estoy diciendo?…Perdón te he dicho mamá… ¿Me permitirías decirte mamá?… ¿Sí? Gracias. Ahora, puedo pedirte que me cantes una canción para que sueñe a tu lado, tal vez aquella que dice componte niña componte, que allí viene tu marinero, con ese lindo traje…, por favor, cántala porque debo dormirme pronto porque si no viene el lobo.
Mañana muy tempranito, tengo que limpiar el laboratorio y sacarte de aquí, porque seguramente vendrá otra exvirgen como tú, quien también querrá ocupar esta nuestra cama.
Francisco Méndez Castañeda

Escritor y crítico literario guatemalteco. Premio Nacional de Literatura de Guatemala en el 2017. Escribe en los géneros de novela y cuento, además de publicar estudios fundamentales de la crítica literaria.
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