Locuacidad sincera

-Virgilio Álvarez Aragón / PUPITRE ROTO

La pareja de profesionales de la vieja política que nos gobierna, ha dispuesto hacer uso del idioma llano para expresar no solo su visión de la realidad, sino, lo que es más dramático, decirnos que continuarán practicando y solapando la corrupción.

El presidente Morales ya lo había dejado claro cuando, entrevistado en un canal internacional, afirmó que la corrupción es algo normal en Guatemala. Con ello nos dejó claro que cuando su hijo buscó facturas falsas para realizar un pequeño negocio, en su familia se consideró algo común y corriente. Si en su campaña pregonó a los cuatros vientos que no era corrupto, esto debe entenderse dentro de la lógica electoral enunciada en su momento por Alfonso Portillo quien, con el cinismo propio de estos políticos, dijo que los candidatos mienten a sus audiencias.

Con sus palabras, pero también con sus acciones, presidente y vicepresidente han decidido no solo proteger a los corruptos, sino practicar la corrupción porque es “algo normal entre los guatemaltecos”, evidenciando que no están, para nada, interesados en combatirla.

En este sentido, son elocuentes las palabras del vicepresidente Cabrera cuando, recientemente, ante un grupo de periodistas y refiriéndose a la amenaza de políticos estadounidenses de retirar la visa a los políticos guatemaltecos corruptos, afirmó que “le tendrían que cerrar (sic) la visa todos los guatemaltecos, porque casi todos, hasta para sobornar a un policía que no les cobre una remisión (sic) se ven actos de corrupción”.

Dejando de lado el pésimo manejo del idioma en alguien que ostentó el cargo de rector universitario, incluso calificado de “magnífico”, la banalización que hizo de la corrupción preocupa enormemente. Si bien es cierto que esta se adentró hasta el tuétano en la cultura guatemalteca, los que cuando candidatos se autoproclamaron no ser ni corruptos ni ladrones no son el mejor ejemplo del combate de tal flagelo, sino todo lo contrario.

Trivializar la crítica y el combate de prácticas corruptos, considerando que por ser comunes deben quedarse impunes, es algo que no puede pasarse por alto. Con sus palabras, Cabrera está aceptando que, por ejemplo, el nombramiento de su yerno como embajador en Suecia es en sí un acto de corrupción, pues usó su alta investidura para conseguirle un cargo público a un pariente político. Pero eso lo tiene sin cuidado, pues según él, si lo hacen muchos, no tiene porque ser la excepción. No niega la corrupción, sino la justifica porque cree que es una práctica popularizada.

Es esta manera de pensar, acomodaticia y cínica, la que ha convertido a la política y a la vida pública guatemalteca en un ambiente oscuro e ineficiente, pues amparados en que “todos lo hacen”, desde las altas esferas no hay el más mínimo interés por combatir la corrupción sino, todo lo contrario, apañarla y, cuando posible, ejercerla.

De los discursos salameros e hipócritas de quien se autocalifica impoluto, solo por repetir a diestra y siniestra la palabra bendiciones, hemos entrado a la fase del cinismo, cuyo claro exponente es el vicepresidente Cabrera, para quien corromper y corromperse es tan normal como tomarse un vaso de agua. En su caso, su afirmación tiene más largo alcance pues, habiendo regido la universidad estatal por cuatro años, su ética como administrador universitario queda en total entredicho.

Cabrera, como todos los que han dirigido la USAC a partir de 1982, más que académico fue un político de poca monta que buscó en el cargo universitario ganar relevancia para así obtener un alto puesto de elección popular. Él ha sido el primero en lograrlo, pues a Fuentes Soria el cargo le cayó de carambola. Pero, desde Eduardo Meyer hasta la actualidad, los rectores no han sobresalido por sus ejecutorias intelectuales y académicas, sino por su habilidad para reagrupar intereses diversos y así usufructuar los recursos universitarios.

Sin embargo, hasta ahora nadie había dicho, con todas las letras, que la corrupción es algo normal y natural, solapada y ejercida por quienes ostentan cargos públicos. Esto implica que en el ejercicio de su función universitaria esa también fue la tónica, conviviendo con ella y, muy probablemente, practicándola, sin hacer el más mínimo esfuerzo por combatirla.

Si bien “el león juzga por su condición”, decir que todos los guatemaltecos somos corruptos es una afrenta a la población en general, pues es evidente que habemos muchos ciudadanos que por decisión, o por suerte, no hemos llegado a practicarla.


Fotografía tomada de Prensa Libre.

Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.

Pupitre roto

2 Commentarios

Luis Pedro 28/10/2017

Lamentable retórica del ejecutivo.

Jacobo Vargas Foronda 26/10/2017

Como van las cosas en Guatemala, de acuerdo a la informacion publica que me llega, estoy convencido de que al norte gringo no le preocupa ni interesa que los dos figurines que encabezan el ejecutivo en Guatemala, aparte de ser cinicos y carentes de lumbrera, sigan solapando la corrupcion e impunidad en Guatemala. Semejantes sandeces expresadas por esos dos personajes me indican que estan seguros de tener la luz verde para llegar al final de su mandato sin importar tanta mediocricidad. El norte gringo ya tiene lo que le interesa, la presencia de sus marines y bases militares en el territorio, el fortalecimiento de las practicas represivas policiaco militares contra la poblacion obligada a migrar al norte y la garantia de la seguridad de sus «inversiones» con su «buena gobernanza». No olvidemos cuando afirmaron que somoza era un hp, pero no lo derrocaban porque era su hijo!!!

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