Lo que las niñas pensamos en clase de Sociales

Jesse Reneau | Arte/cultura / EL CUARTO AMARILLO

Para Armandito.

A veces me digo que nunca fui al colegio a aprender, sino a soñar despierta en todas las clases, especialmente en la de Matemáticas. Gracias a Dios siempre lograba ganar todas las materias, a saber ni cómo. Pero, en fin, imaginaba de todo; desde lo que haría al día siguiente hasta mi vida en 30 años. Y ahora siento la necesidad de escribir para no olvidarme nunca de esta visión, si es que le puedo llamar así, ya que la tuve repetidas veces.

Tenía como doce o trece años. En aquel entonces, la clase de Sociales la daba un profesor de la tercera edad, de lentes gruesos y piel como pasa. Había sido militar de joven. Siempre cargaba un fajo de billetes de Q 100 en el bolsillo y, si no recuerdo mal, manejaba un Audi rojo. Su palabra favorita era paupérrimo y yo le caía muy bien.

Era de esos pocos que tienen de verdad el don para ser maestros. Aquel señor en realidad no necesitaba trabajar, ya que tenía no sé cuántas jubilaciones del Ejército y, según cuenta la leyenda y algunos chismes de alumnos, sus hijos tenían mucho dinero. Solo enseñaba por amor a enseñar, y por ello casi todos amaban su clase.

Se la pasaba contando historias del feudalismo, hablaba sobre la guerrilla, de «mi general Ubico», como solía decir, o incluso de sus viejos amores de adolescencia. Está de más decir que era un cacho (muy) cuadrado, pero en aquel entonces yo no tenía noción de nada y quedaba anonada por lo que decía. Además, los viejitos son así, nos decíamos entre todos. La verdad es que era tan sabio que podía hablarte durante horas sin aburrirte.

En fin, cuando no estaba hablando, amaba el silencio. Nadie podía hablar en su clase, y mucho menos darse el lujo de andar con bromitas de mal gusto o comentarios estúpidos. Escuchabas, callabas y anotabas lo aprendido en el cuaderno, a lo metodología retro. Era la ya conocida rutina de su clase.

El tiempo iba lento. A menudo me encontraba mirando la hoja en blanco, lápiz en mano. De nuevo el reloj se detenía y se negaba a avanzar. Todos seguían callados y mi mente seguía creando abismos.

–En Sociales pienso mucho, porque hay tiempo para pensar–, me dijo una vez un amigo.

Completamente acertado.

La clase tenía paredes blancas y una de ellas tenía una ventana gigante, la cual daba a un bosque. El colegio estaba en medio de una montaña y eso le daba un aspecto tétrico. Me encantaba.

A lo lejos, entre la neblina, veía a un monstruo acercarse volando hasta estrellarse contra esa misma ventana. No recuerdo su aspecto. Hace tiempo que estudié en ese colegio y mi tipo de sueños despiertos ha cambiado, al igual que yo. Ahora definitivamente no me la paso pensando en monstruos.

Casualmente, yo tenía un arma espacial entre el pantalón. Mis compañeros empezaban a gritar. El monstruo hablaba, sí. Tenía una voz horrorosa, ronca y llena de gargajos, pero tampoco recuerdo lo que decía.

Sacaba el arma y, como las chicas de las películas, la sostenía con las dos manos. Disparaba al ente con una cantidad de balas interminables. La clase quedaba deshecha debido al forcejeo. Yo tenía algunos rasguños pero, después de tanta pelea, lograba ganarle. Siempre ganaba.

A veces también veía venir por la misma ventana a unos ángeles de alas negras. Eran bellísimos. Yo tenía alas blancas, gigantescas, que se atascaban en las lámparas de la clase. Esta vez luchábamos con espadas. Lucía majestuosa y, oh sorpresa, terminaba ganando de nuevo. Cabe decir que en ese tiempo estaban de moda los libros de ángeles y criaturas fantásticas entre las niñas de mi edad.

Ganaba, ganaba y ganaba, hasta que la campana de fin de periodo sonaba.

Qué raro es decir que, un año después, me cambié de colegio. En cuanto al maestro, se jubiló tres años después. Y nunca más supe de él.


Imagen principal tomada de Tumblr.

Jesse Reneau

Estudiante de Ciencias de la Comunicación. Amante de la música, la playa y la literatura. Su gran sueño es llegar a ser periodista y tener una motocicleta negra.

El cuarto amarillo

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