–El sultán feminista / EL JARDÍN DE LAS DELICIAS–
Esas mujeres que yendo vestidas, nos hacen creer que van desnudas.
Enrique Gómez Carrillo
En materia de sexo y erotismo, ¿qué es lo natural? ¿Cómo influyen los patrones de cultura? ¿Cuáles son los límites? En los años setenta del siglo pasado, una periodista danesa escribía para una agencia de viajes sobre un grupo de gentiles sexagenarios europeos que jugaban con niños en una playa de Tailandia. Años después, los medios de comunicación denunciarían, con gran ruido, el escándalo del turismo sexual en ese país oriental. Estos “servicios” sexuales surgieron para atender a estratos sociales económicamente más pudientes: los sesentones o setentones escandinavos o alemanes, que encuentran el paraíso sexual a cambio de pagar lo que se les pide. Pero el Paraíso, como bien indica el poeta guatemalteco René Leiva, es una pesadilla del Diablo.
Por otra parte, en tiempos de terrorismo de Estado, los censores no suelen ser los ciudadanos más probos, ni los más solventes moralmente, ni tampoco libres de crímenes y corrupción. Cuando un Estado censura, retira primero el material en cuestión y termina retirando a sus autores de la libre circulación; en los peores casos, de la vida.
Durante los oscuros y sangrientos años de las ya lejanas guerras sucias (no hay guerra limpia), se publicaban en las secciones de las noticias nacionales de los diarios latinoamericanos, fotos de cuerpos descuartizados, cadáveres desnudos de torturados y de ejecutados en procesos extrajudiciales. La censura no veía obscenidad alguna en esas imágenes, la gente se había acostumbrado a convivir con el horror.
Pero hablemos de la charia o sharia. Significa “camino al manantial del agua” y equivale a la voluntad de Dios, es decir, la ley humana moldeada a la voluntad divina. La charia es entonces un sistema legal que se basa en los textos del Corán y la Sunnah de Muhammad, o Sunna de Mahoma, que se encuentran en el hadith o conjunto de tradiciones atribuidas al profeta y sus descendientes.El califato sunita presupone una ascendencia directa de Mahoma. Sin embargo, la charia se aplica de manera muy diferente de país en país.
En el otoño de 1996, luego de muchos años de guerra, las fuerzas talibanes tomaron el poder en Afganistán. Habían sido armadas, entrenadas y financiadas por asesores militares norteamericanos, en el marco del enfrenamiento global llamado Guerra Fría, que no lo fue tanto en los ardientes desiertos del mundo islámico. Pocos años después, los ejércitos de los mismos Estados Unidos invadirían el país para expulsar del poder a sus antiguos discípulos talibanes, iniciándose así una larga contienda de características irregulares, con grandes pérdidas humanas dentro de la población civil. De allí que vuelve a confirmarse que los imperios no tienen amigos, sólo intereses y, como afirmaba Sartre, “Cuando los ricos guerrean, mueren los pobres.”
Inicialmente se les había considerado a los truculentos talibanes como héroes, ya que restablecieron el orden en el país y lograron erradicar la criminalidad que había llegado a niveles intolerables en los últimos años de la ocupación soviética. Muy pronto, los talibanes comenzaron a aplicar las normas y reglamentos de la charia de manera sumamente estricta y muy particular. La charia talibán prohibió la música, la danza y otros entretenimientos. Se ordenó a los hombres dejarse crecer sus barbas y a las mujeres a esconderse detrás de unos velos y vestidos que las cubrirían totalmente, si deseaban salir a las calles. La mujer debía ser mantenida por el hombre y su reino natural era la casa y no debía mostrarse en público.
Para muchos afganos que habían vivido una vida occidentalizada (sobre todo las generaciones jóvenes) con pantalones jeans, lecturas de novelas europeas, zapatillas de deporte y música rock, la charia resultó un choque tremendo. Todas las expresiones culturales fueron prohibidas o censuradas y los talibanes llegaron al extremo aberrado de dinamitar estatuas gigantescas de Buda, preservadas desde hacía más de mil años y que eran parte del patrimonio cultural de la humanidad.
Afganistán se convirtió en un país musulmán hiperortodoxo, con las leyes más estrictas y la más extrema charia que el mundo contemporáneo haya visto. Su desobediencia podía ser motivo, en algunos casos, de ejecución pública por apedreamiento (la infidelidad de la mujer, por ejemplo). Estamos ante la justificación, religiosamente fundamentada, del total control del cuerpo femenino por el hombre. Ni hablar de derechos humanos ni de derechos sexuales y de reproducción. La causa: la particular interpretación de la voluntad de Dios por los talibanes.
En una publicidad europea, en los años en que comienza la invasión norteamericana, una modelo europea revelaba no solo sus deseos eróticos, sino los insinuaba con su hermosa desnudez, apenas escondida bajo indumentarias prescritas por la charia. Recibió amenazas anónimas por un pretendido insulto a la “tradición del islam”. Las amenazas siempre deben ser consideradas como violaciones de la integridad humana. Un caso más extremo es la condena a la pena de muerte, por Tribunal de Fuero Especial Islámico, del escritor Salman Rushdie por su libro Versos satánicos, supuestamente un texto blasfemo contra el islam. El libro de Rushdie se ha vendido empero como pan caliente y traducido a los idiomas más importantes, aunque el autor ha tenido que vivir una vida de clandestinidad, viviendas secretas y alerta roja todo el tiempo.
¿Habrá sido siempre lo islámico sinónimo de conservadurismo severo en cuestiones eróticas? Sabemos de las famosas danzas del ombligo, las odaliscas y otras sensuales figuras. También de la música árabe y sus poemas románticos. Sobre todo, sobresale la figura emblemática de Sherezade.
Después de sufrir las infidelidades de su esposa, la cual es ejecutada por el delito de adulterio, el sultán Schahriar decide casarse diariamente con una joven virgen, la cual es inmisericordemente asesinada a la mañana siguiente, con el objeto de evitar cualquier otra nueva traición. En el momento en que se inicia la narración, el sultán ha matado ya a 3,000. Para que las muchachas del reino no terminen siendo asesinadas la bella Scherezade se ofrece voluntariamente para casarse con él. La joven utiliza su astucia, llegando a un acuerdo con el terrible Schahriar, el cual consiste en que ella no será ejecutada hasta que haya terminado de contar una historia, que resulta ser los cuentos que componen Las mil noches y una noches, y que acabarán por cautivar al sultán hasta disuadirle de su cruel empresa. El final es obviamente feliz: el sultán se enamora de la joven narradora y se casa con ella. Se deduce la virginidad de Sherezada.
Se sabe que Las mil y una noches es de las obras más importantes e influyentes de la literatura universal. En realidad constituye una grandiosa recopilación de cuentos y leyendas de la tradición hindú, árabe y de origen persa, de las cuales no hay ningún texto definitivo, sino múltiples versiones. La primera traducción europea fue hecha por Antoine Galland en francés, en 1704, y fue este orientalista francés quien le puso el emblemático nombre de Mil y una noches al manuscrito de Simbad el marino que reunía todas las historias. En inglés se intitula Arabian nights y posiblemente la más conocida sea la versión de Richard Burton, publicada en 1888. Al español vio la luz en 1899, en la versión de Vicente Blasco Ibáñez, con prólogo de nuestro Enrique Gómez Carrillo.
Todos los narradores son hijos de Sherezade, afirma el escritor mexicano/español José de la Colina. Pero no debemos contentarnos con una excusa literaria para cerrar los ojos ante un feminicidio; además de una visión del mundo basada en la subordinación de la mujer. Recordemos estas frases exclamativas sacadas directamente del texto original de Las mil y una noches:
¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen o mal humor depende de sus caprichos! ¡Prodigan amor falso cuando la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos! ¡Recuerda respetuosamente las palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que expulsaran a Adán por causa de la mujer! ¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al amor puro una pasión loca!
La cuestión reside en que la redención del sultán por el amor, no alcanza para perdonar sus crímenes a causa de los cuernos sufridos. Claro que alguien vendrá a decirnos que todo es simbólico, pero aun así, y dejando a un lado la interpretación directamente realista, no cabe duda de que el sultán Schahriar era un enfermo sexual. Los celos enfermizos y exacerbados hasta la locura, lo llevan a asesinar a muchachas desvirgadas por él mismo. Se me ocurre especular, dentro de las patologías posibles, la del adicto sexual o del cruel libidinoso e investido del poder absoluto, que encuentra una distracción a su angustia en los relatos y danzas sensuales de Sherezade. Sería interesante imaginar la historia, virtual o ficticia, de lo que pudo haber pasado después de la cristalización erótica del amor entre la muchacha y el sultán; daría para muchas novelas.
Para no correr el riesgo de una presentación que se pudiera considerar etnocentrista y antislámica, mencionaré que en “occidente” también ha habido una literatura basada en el feminicidio, real o ficticia no importa, en todas partes se cuecen habas. Por ejemplo, el cuento Barba Azul de Charles Perrault, publicado en 1697, que trata de un noble, asesino en serie, que ha matado a sus siete anteriores esposas. Su última esposa, una bella joven de la localidad, descubre los macabros vestigios: cuerpos destrozados en medio de charcos de sangre coagulada en una de las habitaciones cerradas del castillo del noble. Barba Azul, al darse cuenta de que su nueva esposa lo ha descubierto, intenta asesinarla, pero los hermanos de esta llegan a tiempo para impedir un nuevo crimen y matan al monstruo. La historia de Barba Azul ha inspirado a grandes compositores como Béla Bartók, quien creó la ópera El Castillo de Barba Azul, y Jacques Offenbach, quien nos ha legado la opereta Barbe Bleue.
Mas lo definitivamente espeluznante del cuento de Perrault es que su cuento se basa, con gran probabilidad, en la historia real de Gilles de Rais (1404-1440), noble y par de Francia, ídolo en la Guerra de los Cien Años y seguidor inclaudicable de Juana de Arco, en dos palabras: aristócrata y héroe. Gilles de Rais llevó una doble vida, la del perfecto varón de la alta nobleza francesa y, clandestinamente, la de un cruel asesino que cegó la vida de más de 500 personas, la mayoría niños y niñas, a los cuales torturó, violó y hasta bebió su sangre. El proceso que se le siguió conmovió a la sociedad francesa de la época por los pormenores de su confesión y por la contradicción de héroe y asesino perverso.
Pero dejemos a Barba Azul y sus crueldades, también a Sherezade y sus encantadores velos que apenas ocultan su cuerpo de extraordinaria belleza, como la imagina Nicolai Rimsky Korsakov en su clásica composición para ballet, y hablemos, en cambio, de la pornografía. Partamos de que lo pornográfico es una representación de lo directamente biológico sexual, en muchos casos convergiendo con lo obsceno. La definición de la obscenidad resultará siempre menos precisa. La muy vista y controversial película Emanuelle (recuerden ahora el tema musical) mostró ya en 1974 que la pornografía no se podía reducir estrechamente a la biología del sexo (en una época en que lo máximo era apenas mostrar unos senos desnudos), sino que la sensualidad resulta al combinar imágenes, palabras y música con los movimientos del coito. El film logró recrear también la magia erótica basada en mostrar el sexo más abierta y directamente.
El cine se presta sin duda para el erotismo, al privilegiar el sentido de la vista, reforzado con el estímulo del oído. La realización de algunas de las fantasías de la actriz Sylvia Kristel es ya parte del género de lo erótico como medio de expresión. Además, la línea divisoria entre lo porno y lo erótico se ha vuelto una cuestión de gusto, con el aditivo de que entre gustos no debiera haber disgustos.
Lo obsceno se caracteriza, en cambio, por ser representativo y portador de elementos perversos: la sexualidad al servicio de alguna forma patológica. El sexo como vicio. Lujuria irracional que sepulta el espíritu estético. Pero la percepción y definición de la obscenidad no es solamente un mecanismo individual, sino, en alto grado, cultural y social. Para los talibanes una mujer que muestra sus rodillas y su rostro, estaría realizando un acto obsceno, ya no digamos si se tratara de un bikini minúsculo, azul como el cielo o una tanga blanca que ponga los ojos de la gente en la albura que cubre lo prohibido. Qué dirían los talibanes de un campo nudista o de una modelo desnuda ante un grupo de estudiantes de arte que practican el dibujo. En todo caso, el sexo se vuelve un producto luminoso en épocas sombrías de la humanidad. Un privilegio con una cotización en las bolsas de comercio de casas especializadas. Hay para todos los gustos y posibilidades.
Reprimir un delito calificado no constituye ningún arte. En cambio calificarlo, identificarlo y legislarlo, resulta un proceso complejo y exigente. Leyes contra la expresión corporal y artística suelen convertirse en flagrantes violaciones a la libertad de expresión, como retrocesos medievales a un orden pacato y beligerantemente conservador. En muchos casos la definición de “la obscenidad” resulta difícil. En el arte no puede haber jamás hipocresía. Además, lo pornográfico es para decrépitos, advierte Luis Cardoza y Aragón y agrega: “lo erótico no es el desnudo sino el desvestir”, porque lo directamente biológico, el acto sexual y sus variantes son la base de la pornografía. Una amada confiesa:
¡Qué bello y dulce eres tú, oh amado mío! Nuestra cama es frondosa.
El pasaje no es del Kamasutra sino de la Biblia. Todas las literaturas y tradiciones abundan en obras y pasajes semejantes sobre el placer sexual.
La censura incita a la divulgación pública clandestina. No hay atractivo más grande que un tabú. Lo que menos se puede resistir, dijo Oscar Wilde, son las tentaciones. Durante períodos de guerra, la humanidad se reproduce más, podría ser una ley natural de conservación. Pero también se practica el placer más a menudo. Imagino una pareja amándose en la oscuridad en medio de un bombardeo que destruye su ciudad. La pasión de los besos concuerdan con los relámpagos de la las bombas y las caricias van más allá de las trepidaciones que azotan la urbe en llamas. Es una imagen, pero lo principal resulta afirmar que no debiera ser la guerra un incentivo para el amor ni para erotizar sublimemente la existencia. Hay que rechazar la guerra, como pedían los melenudos de California en los sesentas: “haz el amor en lugar de la guerra”. Hay razones de sobra para creerles, por eso goza y no te tientes el alma por gozar. No le tengas miedo al placer, te repito mil y una veces.
Abandona la culpa original del Paraíso perdido y vuelve levemente a él, cree y recrea tu nirvana, súbete al carro del amor y el embeleso. Y si la risa te excita, pues debes carcajearte hasta el orgasmo. Puedes también leer a Sade o a Master y Johnson, pero no dejes de leer en tu misma percepción, porque, y de nuevo, la belleza está en el cerebro del que contempla, esto es innegable, lo dijo de otra manera Fernando Pessoa: “¡el único prefacio a una obra es el cerebro de quien la lee!” Y esto lo consignó Pessoa justamente en un prefacio a sus poemas. Pero el ejemplo más preciado en la literatura de la belleza en los ojos que contemplan lo encontramos, no podía ser de otra manera, en el Quijote. Dulcinea por supuesto, la labradora hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales. Vistas así las cosas, no cabe más que citar unos versos del poeta Adonis:
El hombre para la mujer es un libro que ella solo puede leer con todo el cuerpo.
Pero quizás convenga mejor cerrar, en aras del espíritu erótico, con una afirmación de Hjälmar Söderberg: Jag tror på köttets lust och själens obotliga ensamhet (Creo en la debilidad de la carne y en la soledad incurable del alma).
Imagen de: Gerald Steffe
El sultán feminista

Hijo de padre árabe y madre judía. Estudió literaturas comparadas en Londres. Vivió tres años en Guatemala en el departamento de el Petén, donde estudió la flora, la fauna y la arquitectura maya. Es correponsal de gAZeta y de otras revistas.
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