Hay en el beso humedad permanente, bocas que se abren para atrapar otros labios, lenguas que se olvidan del sabor para provocar deseo y estimular todo el ser para desear el infinito placer del orgasmo.
Pero con los labios, recorremos también excitados el cuerpo del otro, palmo a palmo, boca a boca, produciendo en él esa imperiosa necesidad de alcanzar la satisfacción plena, aunque efímera. La boca es al final de cuentas el motor y punto de partida de la satisfacción sexual. La abrimos levemente para atrapar el aliento y la humedad del otro cuerpo, erizando cada centímetro de nuestra piel, poniendo todos los otros sentidos en silencio para concentrarnos en ese placer tan simple pero tan inmenso que es el beso compartido y entregado.
No hay, pues, beso real y completo si la otra boca, la otra piel, no están en sintonía con nuestros deseos. Los besos supuestamente robados son simples toques no permitidos de la otra piel, son abusos, ultrajes.
Al besar nos hacemos parte del otro, y es tal vez por eso que, en lo más intenso y vívido de la entrega, buscamos su boca para acompañar, en la unión de los labios, la conjunción de los cuerpos, la succión que desde nuestras entrañas hacemos del falo atrapado.
Besar y ser besada es necesario e indispensable para promover y encontrar placer. Nuestro sexo se humedece y agita cuando otra boca recorre con sabia lujuria nuestros labios. Dejar que su lengua se apropie de nuestra boca es indispensable para avanzar en la transformación del deseo en placer.
Los labios, al final de cuentas, en la eroticidad del beso, no tienen género. Son dos suaves y tersos músculos que se encuentran con otros igualmente desesperados por el placer mutuamente procurado. Son anuncio húmedo del placer, y por ello manos y piernas atrapan el cuerpo del otro para no dejar que las bocas se separen.
Pueden los labios recorrer, acariciando, nuca, cuello, pecho, espalda, y aunque no hayan empezado humedecidos en la otra boca, seguro terminarán buscando los otros labios, que los esperarán desesperados para juntos apretarse en esa entrega en la que no pueda tener cabida la más mínima partícula de aire.
Las mujeres besamos con pasión y lujuria cuando la otra boca es la síntesis de todo nuestro apetito erótico. Encontrados los labios del cuerpo que ansiamos, nos desbordamos y estremecemos, humedeciendo nuestro sexo que, sabiamente carnal, espera también caricias completas, penetraciones cuidadosas y, cuando la pareja es la adecuada, la caricia de su boca para, en el jugueteo de su lengua en esa parte única y diminuta que es el centro de nuestro placer, alcanzar la satisfacción erótica al sentir que nos paladea, besa, humedece y penetra levemente con su músculo húmedo y vibrante.
No son estos besos de amor o reverencia, para ello existen los chasquidos sonoros de los labios que simulan afecto, pero que muchas veces son simple formalidad. El beso, el verdadero, es el beso carnal y excitante, que permite el inicio y el final de la entrega total a la satisfacción del cuerpo.
Imagen principal, El beso de la esfinge por Franz von Stuck, tomada de Artes plásticas.
Ju Fagundes

Estudiante universitaria, con carreras sin concluir. Aprendiz permanente. Viajera curiosa. Dueña de mi vida y mi cuerpo. Amante del sol, la playa, el cine y la poesía.
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