Lorena Carrillo | Política y sociedad / DIARIO DE FRONTERA
Por tercera vez he leído El Misterio de San Andrés de Dante Liano, también he leído varios de los muchos estudios críticos sobre la novela y puedo confirmar que se ha dicho tanto y tan lúcidamente al respecto que queda poco por decir. Muchos comentarios y reseñas destacan el hecho de que El Misterio de San Andrés se basa en un hecho histórico real: la llamada “masacre de Patzicía” que tuvo lugar el 21 de octubre de 1944. Llama la atención que aunque históricamente habrían ocurrido dos masacres, el hecho se recuerde solamente en singular: la masacre de Patzicía. La novela de Dante Liano ciertamente no dilucida esta contradicción de modo explícito, pero plantea los hechos de tal manera que la pregunta es obligada. Las masacres ocurren hacia el final de la novela, que desde su inicio lleva al lector en un lento crescendo a través de las vidas de los dos personajes centrales: el indígena Benito Xocop y el ladino Roberto Cosenza desde que son niños hasta su vida adulta. Así pues, El Misterio de San Andrés no se centra en el hecho histórico mencionado si no llega a él. Este modo de plantearlo como un proceso, incluso diría un proceso inevitable, es uno de los grandes aciertos de la obra: no solo se configura con ello un sentido histórico de totalidad, sino que crea en el lector contemporáneo, una suerte de “ansiedad” sobre lo que muy pronto intuye que será el fatal desenlace.
Lo primero que sorprende es la eficacia en la construcción de los personajes a partir de su lenguaje. Más que describirlos físicamente, Liano hace conocer a sus personajes por su universo social y lingüístico. Pero no espere el lector de esta novela que los lenguajes se representen al modo de la novela indigenista de principios y mediados del siglo pasado; por el contrario, en toda la obra predomina el castellano estandarizado del ladino. ¿Cómo entonces Dante Liano consigue con tanta eficacia crear la nítida distinción entre el modo de ser/hablar/pensar del indígena y el del ladino? No solo en los dos personajes centrales, Benito Xocop y su mundo y cosmovisión mítica, ancestral; y el mundo de Roberto Cosenza, simple, pragmático, de clase media provinciana; sino en todos los personajes. Entre los ladinos: el maestro de escuela, el contador del ingenio, la muchacha provinciana, el jefe político, la dueña de la pensión. Entre los indígenas: la madre, el padre, Fulgencio el amigo, el sacerdote. Dos mundos perfectamente delimitados que conviven y no se tocan nunca, a no ser por las cuatro ocasiones en que coinciden solo para constatar que están en lados opuestos de la historia. Los críticos que han escrito sobre esta novela fundamental tienen algunas respuestas para la pregunta, pero en esta breve invitación a la lectura de la novela, me gusta más la idea de dejar esa deslumbrante propuesta de la novela en el misterio.
Otros temas son relevantes: el auténtico catálogo de expresiones del habla popular guatemalteca del siglo pasado que actualiza. Se trata de un ejercicio, en muchos momentos lúdico, del repertorio de la oralidad popular guatemalteca, mucho más notable cuando se trata de los capítulos correspondientes al personaje ladino, pero no ausente en los del personaje indígena: nadar entre los “tumbos” del mar, protestar por la “abusivez” de otros, detectar cuando una mujer le anda “miquiando” a un hombre; son cosas que los personajes viven y dicen. Y sí, la novela plantea en su estructura de capítulos alternos para cada uno de los personajes, la separación de estas dos vidas y dos mundos paralelos que comparten espacios físicos cercanos pero no comparten nada más. Un indicio de los préstamos y mestizajes que circulan entre ambos mundos a pesar de sus respectivos “habitantes” está dado en un ubicuo, frágil y fugaz cigarro de tuza que tanto fuma el padre de Benito, como el padre de Roberto. Así van transcurriendo las vidas de Xocop y Cosenza en un recorrido que también es el de su aprendizaje y crecimiento, que aprenden y crecen precisamente en y de la historia de un país racista, fundado en la desigualdad y el abuso, en la explotación y la injusticia. De ahí a la consumación de las masacres, el camino queda despejado.
Cuando por tercera vez la lectura me llevaba inevitablemente al final, a la consumación de lo irreparable, quise evitarlo retrasando llegar a ese punto sin retorno. Como si no leyendo pudiera evitar que volviera a ocurrir lo ocurrido. Pero ocurre y con ello toda la historia de Guatemala se le viene al lector encima y duele. Alguna esperanza deja abierta la novela: la separación tajante puede no ser eterna; no hay historia sino historias; la verdad se inscribe en un territorio de lucha y de poder; la escritura y la memoria pueden, eventualmente rescatarla, pero al precio de confrontarla con la verdad oficial, sea la que sea. El Misterio de San Andrés es una novela imprescindible.
Lorena Carrillo

Doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora-investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Docente en los posgrados de Historia y Ciencias del Lenguaje del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP. Una de sus últimas publicaciones es Motines y rebeliones indígenas en Guatemala. Perspectivas historiográficas, como coordinadora.
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