Lecciones no aprendidas del Serranazo

Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL

Eran las primeras horas del martes 25 de mayo de 1993, cuando los guatemaltecos fuimos sorprendidos por una repentina cadena nacional de radio y televisión, de esas que hacía varios años no ocurrían en el país y que habían dejado una profunda huella en el subconsciente colectivo, porque cada vez que ello sucedía era señal inequívoca de que nada bueno pasaba.

Esta vez –probablemente para desmarcarse un poco de la costumbre de los regímenes militares de hacer sonar música de marimba– la estación intercalaba música instrumental, especialmente de jazz, aunque al final el motivo era el mismo: cuando apenas habían transcurrido siete años de vivir bajo un nuevo régimen constitucional, se perpetró un golpe de Estado; un acto que creíamos desterrado de nuestra vida política.

En realidad se trató de un autogolpe. Y es que así, de golpe y porrazo, Jorge Serrano Elías, un tipo mal caedor, fanático religioso –aunque no por ello enemigo de la corrupción–, que había llegado al poder como ha ocurrido tantas veces en Guatemala: como reacción emotiva de los electores hacia el Gobierno de turno, en este caso la Democracia Cristiana, y al principal candidato opositor, el nada confiable, Jorge Carpio Nicolle.

Serrano, embrutecido de poder y ambición, decidió disolver el Congreso de la República, la Corte Suprema de Justicia y la Corte de Constitucionalidad, destituyó al Procurador de los Derechos Humanos e intentó manipular al Tribunal Supremo Electoral, al cual instó a que convocara a elecciones generales en el término de 60 días.

Aunque el exmandatario, años después, se inventó la fanfarronada esa de que los dueños de la Guayaba (la oligarquía, pues) habían obstaculizado el desempeño de su gobierno. La realidad es que el verdadero óbice se encontraba en sus relaciones oscuras con los principales negociantes de la política de aquel entonces (a quienes mal acostumbró con mecanismos como la compra de votos) y con la cúpula militar, representada por generales como Domingo García Samayoa, Francisco Ortega Menaldo, Otto Pérez Molina, Mario Enríquez, José Luis Quilo Ayuso y Roberto Perussina, y en un plano jerárquico inferior, más no por ello menos beligerante, el teniente coronel Luis Fernández Ligorría.

El régimen utilizó el pretexto de las protestas estudiantiles del nivel medio desatadas desde varias semanas antes del golpe, y que tuvieron un desenlace fatal en la muerte violenta del estudiante Abner Adiel Hernández, de 17 años, frente al edificio del Congreso de la República. Otro elemento que sin duda envalentonó a Serrano fue una precipitada lectura del resultado exitoso de su partido, el Movimiento de Acción Solidaria (MAS), al ganar la mayoría de alcaldías en las elecciones celebradas días antes (comicios de medio período que se practicaban en ese tiempo).

Aparte del error de violar la Constitución, Serrano cometió otro de rango monumental: cercar varios medios escritos para evitar su circulación; proceso coordinado por la entonces subsecretaria de Relaciones Públicas de la Presidencia, Roxana Baldetti. Este hecho únicamente acentuó la percepción de un retroceso político inconcebible y, lejos de lograr sus objetivos, estimuló el repudio local e internacional al intento golpista y desató nuevas jornadas de protesta popular, cada vez más intensas como impredecibles.

Después de varios días de tensión social, y diversos intentos de retomar el control, finalmente Serrano abandonó la Presidencia, sin haber firmado nunca su renuncia al cargo. Y los esfuerzos de reencauzar el poder se estrellaron con nuevas objeciones, lo cual impidió que el vicepresidente Gustavo Espina (fanático religioso e inepto funcionario) se hiciera cargo del Gobierno, pese a que constitucionalmente le correspondía.

Fue entonces cuando surgió una agrupación de voluntades denominada Instancia Nacional de Consenso, integrada por dirigentes empresariales, líderes populares y representantes de diversos sectores, quienes, en conjunto con la Corte de Constitucionalidad, diseñaron un mecanismo emergente, pero ilegal, para que Ramiro De León Carpio asumiera la dirección del Ejecutivo.

De esta manera se abrió un dilema moral para la sociedad guatemalteca: por un lado, el Serranazo sirvió como medio excretor de las inmundicias que caracterizaban a los poderes públicos, y que habían determinado que el Estado fuese sometido al control de las mafias. Y por otro, planteó el conflicto que significa acudir a medios inconstitucionales para resolver un problema constitucional.

Entiendo que a estas alturas la mayoría se siente cómodo con haberse librado de Serrano y su corte de banderizos despreciables. Pero, por otro, debemos plantearnos de qué realmente hablamos cuando nos rasgamos las vestiduras para exigir el debido respeto al estado de derecho.¿No será que aquella lejana y casi olvidada decisión de la Corte de Constitucionalidad en realidad representa el germen de otras tantas violaciones de la Carta Magna que se han vuelto habituales? ¿Será que «salvar la institucionalidad» pasajeramente, significó una ganancia para la democracia o una lamentable derrota?

Así como el anterior, el Serranazo nos dejó otras secuelas que hoy deploramos sin mayor expectativa. La Instancia Nacional de Consenso, al final, no solo fue instrumentalizada para superar la crisis política. Sirvió también como plataforma para impulsar las reformas constitucionales de 1994, las cuales mantienen aherrojado financieramente al Estado guatemalteco.

Es decir, hace un cuarto de siglo se consumó uno de los actos más torpes de nuestra historia. Lo malo es que seguimos sin aprender las lecciones. Hasta hace unos tres años, Serrano, el aprendiz de dictador, era visto, junto a Otto Pérez Molina, como los peores presidentes que hemos tenido. Qué lejos estábamos de comprobar que pronto encontrarían un competidor… ¡uno que sí que parece decidido a superarlos con creces!


Fotografía principal tomada de Crónica.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

Democracia vertebral // edgargt1318@gmail.com

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